Paisaje
Es fea la visión de las construcciones costeras malagueñas desde las nuevas y altas autovías, aunque hay quien las considera extraordinarias, monstruosas, diría yo, porque hay una belleza de lo monstruoso, Alien y la Criatura de Frankenstein, por ejemplo. Yo oí cómo una señora brasileña, desde un autobús, admiraba inconteniblemente los bloques de bloques que, por estas comarcas, aíslan el mar de la tierra. Pero vuelvo siempre a los diarios del periodista Jean Daniel, que, viajando hacia el este de Málaga, descubría un "horrible, espantoso suburbio marítimo". "Lo que los hombres pueden hacer a la naturaleza... cómo pueden mostrarse indignos de ella. No es vandalismo, es barbarie estética. El hombre se revuelca en la fealdad", meditaba Jean Daniel, a principios de abril de 1988, en Semana Santa.
Tanta fealdad o belleza monstruosa se ha liberado del litoral y asciende ahora por las colinas y los montes, hasta las orillas de las autovías. Abunda un nuevo tipo de construcción en cremallera, de encadenadas casas de dos plantas, en batería, que se encaraman y acomodan a cualquier tipo de terreno, encajándose entre dos montículos o enquistándose en una peña, aldeas fantasma en descampados de paso, inhabitadas todavía o eternamente inhabitables. A nadie se ve nunca en las ventanas, los patios ni los porches. Si no son feas estas cosas, por lo menos son inquietantes. La construcción de casas ha demostrado no ser un caso estético, sino moral: un caso policial, para hablar con precisión. Era verdad que ética y estética están íntimamente unidas.
O así parece probarlo la operación Ballena Blanca contra el adecentamiento de capitales criminales en Marbella. La industria inmobiliaria ha resultado ser la preferida de las hermandades de delincuentes para dignificar su dinero. Desde un bufete de abogados, inocente hasta que se demuestre lo contrario, convertían en habitaciones la ganancia que dejan las drogas, la matonería múltiple, las estafas, los secuestros y los atracos, el negocio sexual, el fraude fiscal y el tráfico de armas. El abogado del principal abogado acusado dice que, como es natural, su defendido no preguntaba por el origen del dinero de sus clientes, mucho dinero, sí, porque los pisos están por las nubes, siempre según el defensor.
Supongamos que lo que importa del dinero es su dinamismo, su rentabilidad. La presunta red marbellí legalizadora de fondos criminales se extendía, dentro de la tradición internacionalista de la costa, a tres continentes y un mínimo de siete países (o siete países piensan mandar a sus policías a seguir el caso), y no se dedicaba a fabricar bombas, sino casas de veraneo perpetuo. Cuando la inversión extranjera en España mengua a la mitad entre 2000 y 2004, y el único sector resistente es el inmobiliario, que aumenta y duplica la recolección de capitales, ¿es patriótico frenar el flujo, bueno para vivir y prosperar ahora mismo? El mal es útil algunas veces, es decir, no es totalmente malo. Puede, incluso, ser bueno en ciertos aspectos. El dinero es dinero y el paisaje es el mejor posible, dicen.
Yo miro: es feo y, a la larga, será peor.
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