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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Miguel Espinosa sigue vivo

La literatura, cuando lo es de verdad, vive siempre, desde y para siempre, sobrevive de manera implacable a todo, a toda suerte de avatares y aventuras -venturas y desventuras-, a la desaparición o muerte de sus creadores mismos, a la de sus lectores y amigos, a las de sus editores o quienes les acompañaron, al paso inexorable del tiempo, que más parece ser su aliado que su enemigo, como siempre suele suceder con todo y todos los demás. La suerte de Miguel Espinosa (1926-1982) fue tan corta en vida como en obra, y tan desventurada además, que sus lectores jamás podrán imaginar cómo pudo legarnos tal espíritu de alegría y serenidad que todas sus palabras transmiten, de dónde sacó y comunicó tal herencia de cantor de un mundo feliz, surgido en medio de la tristeza y la infelicidad que le rodearon por doquier. Autor que sólo pudo publicar en vida dos libros y medio -un ensayo y una novela y media- de los cinco en total que parece habernos legado de manera pública, aunque existe un fondo de inéditos quizá demasiado caótico y desordenado, que amenaza con caer sobre nosotros de manera que siempre será inverosímil y como de improviso, pues a río revuelto ganancia de pescadores, que tampoco lo saben demasiado.

ASKLEPIOS

Miguel Espinosa

Siruela. Madrid, 2005

176 páginas. 18 euros

Aunque la primera edición (y ésta es la cuarta, creo) de Asklepios, el último griego (que así se subtitulaba) data de 1984, cuando su autor había desaparecido ya, hay que advertir que su escritura se remonta a finales de los años sesenta, cuando sólo contaba en su haber con un importante ensayo, Las grandes etapas de la historia americana, publicado por Revista de Occidente en 1957, que luego se ha reeditado con el nuevo título de Reflexiones sobre Norteamérica, prologado por Tierno Galván, que llamó la atención de Manuel Fraga y otros intelectuales del momento, como José Luis Aranguren hasta llegar a Gonzalo Sobejano al final, y que ha tenido varias reediciones más. En verdad, aquel Asklepios es una novela de juventud y hasta casi programática, pues su escritura supone atestiguar el momento en el que el joven escritor decide, en su búsqueda de la verdad, abandonar el ensayo a favor de la ficción, que le parece la mejor manera de llegar a ella, y que sería su camino hasta el final, desgraciadamente demasiado cercano, pues sólo le quedaban diez años de vida, según la fecha en la que concluye el volumen que tanto prometía.

Pues además -y en contra

de la evolución del propio Rafael Sánchez Ferlosio, que por entonces estaba abandonando la ficción por el ensayo dejando lamentablemente abandonada la Historia de las Guerras Barcialeas, del que sólo nos quedan fragmentos, alguno tan considerable como El testimonio de Yarfoz, aunque al final haya llegado así hasta el triunfo final- Miguel Espinosa, que tanto coincidió con él en aquellos momentos, cruciales para la evolución de nuestra novela (junto a Juan Benet o Luis y Juan Goytisolo en su última trayectoria), no escondía ni de dónde venía, ni lo qué quería o hacia dónde se proyectaba. Se declaraba "el último griego", como un "exiliado en el tiempo", lector incansable de Platón, más poeta que narrador, pero siempre buscador de la verdad y de quien cita un fragmento de Las leyes para empezar: "Así pues, el temperamento, el carácter, los deseos , los razonamientos y opiniones verdaderas, los proyectos de acción y los recuerdos han existido antes que la longitud, la anchura, la profundidad y la fuerza de los cuerpos", para luego encadenar con un poema propio Resucitaré de entre los muertos... atribuido a los Escritos de un tal "Asklepios", que nada tiene que ver con personaje real alguno (ni con el médico a quien Sócrates dejó a deber un gallo, según Clarín) sino a un así llamado y nacido en Megara "desde donde cuando niño, mis padres a esta Ciudad me trajeron de la mano".

Como se ve, es un relato que puede pecar de idealismo, de abstracción adolescente, que ése es su defecto para un lector apresurado que exige hoy más acción, aventura y concreción. Pero Espinosa nos describe las edades de su desterrado, su hogar, su niñez, su adolescencia y su juventud, la naturaleza y el mundo que le rodea, hasta llegar a su madurez, ante la cual se detiene, pues ha encontrado el amor donde todo se resume, que se encarna en la figura de Eglé, de la que una nota nos advierte de que se trata de "Azenaia", una figura que va a dar mucho juego en la obra posterior de Espinosa. Aquí se acaba el manuscrito, con un apéndice de 1972, dedicado a la muerte de su madre que da al traste con todo el idealismo anterior: "Nunca más veré una patria, ni oiré una risa. Nunca más la nube, la piedra, la planta, el animal ni la cosa mostrarán novedad... nunca más habrá candor, ni donaire, inclinación hacia la Verdad, ni voluntad de reflexión... contigo muere el niño, y el muchacho y el hombre". Felizmente, frente a tanta amargura, en esta nueva edición se ha recogido un fragmento póstumo que fue retirado de la primera y cedido por su hijo para una revista en 1991, que indica que todo esto no fue más que el principio, pues trata de la "riqueza de los sentimientos y de la multitud de los deseos", queriendo decir que quedaba cuerda para rato.

Gonzalo Sobejano ha descri

to la obra narrativa de Miguel Espinosa -sólo cuatro novelas en total- calificando Asklepios de novela lírica, a la monumental Escuela de Mandarines de novela épica, de cómica (o satírica) a La fea burguesía y al díptico de Tríbada de novela dramática, reunidos sus dos tomos de la "falsaria" (1980) y la "confusa" (1984) bajo el apelativo de Tratado teológico lo que no le va tan mal. Por su parte, Luis García Jambrina en Miguel Espinosa: La vuelta al logos (Ediciones de La Torre, 1998) no llegó a tratar de Asklepios tildándola de novela adolescente, pero eso es olvidar que aquí están las razones de su clasicismo transparente y de su experimentalismo final, que estalla en todos sus libros posteriores con sus enumeraciones, correspondencias, cartas cruzadas, cambios de punto de vista y todos esos fuegos de artificio, vocabularios, nombres de personajes o sus seudónimos, definiciones y complicaciones sin cuento. Lo que es indudable es que Espinosa quiso ser -y fue- un novelista intelectual, y no se puede ser ni realista, ni clasicista, ni excesivamente tradicional, sin tender también a experimentar con todo y sobre todo. Aquí está, transparente y complejo, un resultado que todavía sobrevive al paso del tiempo. ¿Y para cuándo los inéditos de los que todo el mundo sigue hablando? Por ejemplo, el año pasado se ha publicado una recopilación de Cantares y decires, de Miguel Espinosa, con muchos de los poemas sueltos que salpican sus libros anteriores. Pues también los esperamos porque los necesitamos y los necesitaremos siempre.

El escritor murciano Miguel Espinosa, según Soledad Calés.
El escritor murciano Miguel Espinosa, según Soledad Calés.

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