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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Idas y revueltas

He aquí cuatro relatos sin aparente conexión argumental. Un hombre dedicado al tráfico de drogas marcha a Tánger para ocultarse de quienes podrían averiguar sus actividades delictivas, hasta que decide regresar a Madrid, donde a veces logra olvidar su propia insignificancia. Un desertor del ejército cartaginés atraviesa parajes desolados con una mujer, vive en el desamparo de un mundo sin palabras, consume leguas y días hasta llegar a casa, donde los suyos lo agasajan con "castañas peladas, cocidas con hinojo, y leche". Un gallego desembarca en Cuba con veinte años y treinta dólares, ama a una mujer que le da compañía y no le quita libertad, huye a Maracaibo de un asesinato que ha cometido otro, regresa a España, se agosta, muere en una cuneta. Un joven sale de la encomienda, donde convive con antiguos conquistadores que habían conocido a Bernal y a Alvarado, se adentra en el desierto y es acogido por el indio Tuche y un viejo cacique, pierde a su amigo el indio al volver a la encomienda, va y retorna, aprende a ser dos hombres, blanco y oscuro, envejece. Pero la disparidad temática de estos relatos, titulados como el último y más breve de todos, El dueño del trigo, oculta apenas una nota común: la itinerancia de unos personajes que, yéndose o viniendo, recalan en el punto de partida, piezas errantes de un universo sin sentido. Pues carece de sentido un viaje que tiene término, pero no destino, imprescindible para que el mero vagabundeo se convierta en una peregrinación existencial. La autora de este volumen es Pilar Cibreiro (Vilaboa, 1952), cuya última aparición editorial fue en 1995, con un libro de poesía en gallego, Feitura do lume.

EL DUEÑO DEL TRIGO

Pilar Cibreiro

Caballo de Troya

Barcelona, 2005

208 páginas 11,50 euros

Salvo en la tercera historia,

más discursiva que las restantes y la única en que asoman ciertas vaharadas líricas que empañan la atmósfera narrativa, en las demás predomina un estilo sin concesiones a la emoción explícita. En la segunda, Camino de vuelta, la escritura se hace especialmente enjuta, sólo nervios y piel, como un guión de aconteceres sucesivos desprovisto de argamasa estructural, de diálogos y de meandros formales. La vigilancia necesaria para seguir el hilo argumental no viene exigida por las volutas estilísticas, inmisericordemente eliminadas, sino por la tensión que provocan los segmentos de una acción dispuesta como un ejercicio conductista, tal que si los hechos contuvieran alguna lección recóndita que sólo mana hacia dentro. Pero no hay corolario o moraleja en El dueño del trigo, cuya lectura no redime de ninguna falta ni proporciona la llave de ningún sagrario. Por lo demás, en las cuatro historias, excelentemente conducidas, quedan sueltos algunos datos, y abiertos ciertos huecos argumentales que la autora no ha querido rellenar, como tampoco desvela el significado de mínimos enigmas narrativos. En esta sarta de actos sin finalidad, y en la apenas perceptible discontinuidad que nos escamotea el último mimbre de la fábula, radica la belleza fría y extraña de este libro.

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