Ghobadi denuncia la atrocidad de la guerra en el Kurdistán iraquí
'Las tortugas también vuelan' logró la Concha de Oro en San Sebastián
El drama Las tortugas también vuelan, del iraní Bahman Ghobadi, ha cambiado la vida a sus protagonistas. Nada volverá a ser lo mismo para ellos después de rodar este relato sobre la supervivencia de los niños huérfanos -parte de ellos mutilados por los efectos de las minas antipersonas- en el Kurdistán iraquí. "He conseguido ayudar a estos chicos. El niño ciego de tres años ha sido operado. Por el momento, está bizco pero se lo van a corregir. Fue muy emocionante que pudiese ver la película en la que actuaba", contaba en Madrid el director.
El pasado mes de septiembre, Ghobadi ya visitó España para recoger, contra todo pronóstico, la Concha de Oro, el premio a la mejor película en el último Festival de Cine de San Sebastián.
La vida le ha cambiado también a su protagonista femenina (Avaz Latif), que es locutora en la televisión kurda; al líder de los niños (Során Ebrahim), que con la ayuda de Ghobadi se prepara para ser cineasta; y al chico sin brazos (Hiresh Feysal Rahman), a quien van a colocar unas prótesis con la condición de que retome sus estudios.
"Mi infancia, como la de estos niños, estuvo llena de sufrimiento. Perdí a mi padre con 15 años y me tuve que poner a trabajar para sacar adelante a una familia de ocho miembros", recuerda el cineasta, que se incorporó luego a una emisora de radio y a un grupo con el que realizó cortos. "Satélite, el niño que mueve a los otros para salir adelante, es reflejo de mi personalidad. Yo también movilizaba a otros, pero en mi caso era para hacer cine"."Cuando nacemos, no tenemos infancia, nos la arrebatan a la fuerza. Somos gente mayor en cuerpos de niños", lamenta.
La buena acogida de sus primeros dos largos -A time for drunken horses (2000) y Songs of my motherland (2002)- no facilitó que consiguiese financiación para Las tortugas también vuelan. Lo recuerda como un martirio. El tiempo corría en su contra en plena preguerra. No contaba con guión, el Gobierno iraquí no le permitía entrar a tomar imágenes con las que convencer a un productor, y tuvo que meterse clandestinamente con su equipo.
Un 'casting' complicado
Hacer el casting fue también complicado. Durante tres meses viajó por el Kurdistán y contrató a cada niño de un pueblo: "No eran profesionales y resultaba difícil pero muy gratificante. El secreto es familiarizar a la gente con la cámara para que actúen de una manera natural. Me hice su amigo, su padre, para que confiasen en mí y revivieran sus experiencias". Las autoridades pusieron poco de su parte: "En el Kurdistán rodábamos con 25 guardias armados cuando estábamos en las calles o en los montes. Era un ambiente que producía miedo, pero eso también me ayudó a hacer mejor la película". Los estadounidenses tampoco se mostraron muy proclives: "Necesitaba que me dejasen los tanques y me pedían ver el guión. Eso era imposible porque lo escribía día a día".
El éxito de Las tortugas también vuelan le ha hecho olvidar los malos tragos. "Por las sonrisas de los niños me ha compensado. Cuando la proyectamos en el Kurdistán la gente se sintió muy identificada y no pararon de besarme y abrazarme".
Del futuro de la zona no habla con optimismo: "Irak es un país muy rico que ha pasado 40 años en manos de un tirano y me temo que, mientras tengamos riquezas, Occidente va a seguir avasallando. En el Kurdistán están construyendo carreteras, escuelas, aeropuertos... pero es evidente que Estados Unidos no ha sido nunca el salvador de nadie".
Babelia
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