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Reportaje:

Infierno en la dulce Angers

El estremecedor juicio abierto en Francia por la red de pederastia, incesto y prostitución que abusó de 45 niños destapa el fracaso del sistema de protección de menores

La douceur angevine, la "dulzura de vivir en Angers", es célebre en toda Francia; no en vano, esta población (155.000 habitantes, la ciudad; 335.000, el área urbana), situada a unos setenta kilómetros del Atlántico y a la orilla de un Maine que desemboca en el vecino Loira, pasa por ser la más agradable del país. Por su clima, por su belleza, por la variedad de posibilidades de trabajo que ofrece o por la calidad de la gama de estudios Angers, ha sido plebiscitada por los franceses como su ciudad ideal. Pero..., pero detrás del paraíso está el infierno, un infierno cuyos detalles son expuestos con detalle estos días en el Palacio de Justicia del mismo Angers, en un caso que implica, como presuntos culpables, a 39 hombres y 27 mujeres, y como víctimas a 45 menores. Menores que, en el momento de los hechos, tenían entre 6 meses y 12 años. Todos violados o agredidos sexualmente. Por sus padres. Por sus madres. Por los abuelos y los conocidos de la familia. Prostituidos por un cartón de tabaco, una botella de alcohol o unas pocas monedas.

Muchos acusados han hecho sufrir a los niños, fueran o no suyos, lo que ellos sufrieron
Adèle, la pequeña, no sonreía nunca; en un solo año fue violada 40 veces por 25 personas
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Dos ciudades en una. En el número 2 de la calle Maurice-Pouzet, en el barrio de Saint-Léonard, en el sur de Angers, conviven las dos. Ese número 2 es un bloque de pisos impecable, moderno, en buen estado, hecho con materiales de calidad, de tres plantas y ático, rodeado de jardín, setos recortados con esmero, espacio para aparcar y otro con juegos para niños justo delante. No son viviendas baratas pero sí de protección oficial, y el Ayuntamiento de Angers, para evitar la creación de guetos, ha querido que algunos apartamentos del barrio fuesen para gente que atraviesa dificultades económicas. Como la pareja que forman Franck Vergondy y Patricia, de 35 y 32 años, respectivamente. Él, analfabeto, corto de luces y atenazado por el alcohol; ella, en paro, con tendencia a engordar y una miopía galopante. Y en común: los dos fueron violados por sus padres: él a los 16, ella a los 6. Frank, a veces, alquila a Patricia a desconocidos para que abusen de ella en pequeñas fiestas sadomasoquistas. Nunca se olvida de rescatarla, incluso cuando los clientes la abandonan desnuda, atada a un árbol.

En casa de los Vergondy parece que se montó todo. Los vecinos están hartos de que les pregunten sobre si no oyeron y sospecharon nada. "¿Qué quiere que le diga? ¿Qué sí sabía que los Vergondy violaban a sus hijos y cobraban por dejarlos violar a otros? A veces venía gente rara, pero tampoco Frank Vergondy era muy normal y no por eso dejaron de darle el piso", dice el vecino de arriba, irritado, pero más cooperativo que el del rellano, que ha cerrado la puerta apenas formulada la primera pregunta. "¿Otro periodista? Váyase. ¡Todos son como buitres!".

Lo cierto es que el rostro de la miseria no es agradable y nadie quiere mirarla cara a cara. "Los hijos de los Vergondy son muy guapos. Siempre iban acompañados de sus padres. Adèle, la segunda, no sonreía nunca". Hoy sabemos que, sólo durante el año 1999, fue violada en más de 40 oportunidades por 25 personas distintas.

Dos niños de menos de diez años juegan en el tobogán. Chillan, corren, ríen. "No, no, los Vergondy nunca venían con nosotros. Íbamos a la misma escuela con el mayor, pero se pegaba con todos". Una vecina ha recordado con retraso, con mucho retraso, que Kevin, que entonces sólo tenía dos años, le dijo un día que se encontraron en la escalera que él "no quería volver a separar las nalgas". Entonces no comprendió lo que farfullaba el pequeño y ahora se ruboriza al recordarlo. Tampoco los asistentes sociales, profesores, policías, jueces y psiquiatras comprendieron lo que ocurría a pesar de que los Vergondy tenían antecedentes, de que Eric Joubert, el amigo que les incitó a traficar con sus hijos, acababa de salir de prisión tras una condena por pederastia y estaba obligado a presentarse regularmente ante el juez y probar que seguía tratamiento médico. Pascal Rouiller, abogado de los Vergondy, afirma que "todo lo sucedido prueba la ineficacia de un sistema, concretamente de lo relativo a la aplicación de la ley de 17 de junio 1998 que prevé un seguimiento atento de los delincuentes sexuales". La Defensora de la Infancia, Claire Brisset, coincide al admitir que el proceso abierto el pasado 3 de marzo en Angers es "el signo del fracaso patente de nuestros mecanismos para proteger a los niños", pero eso no debe "llevarnos a equivocarnos de proceso: la vigilancia y prevención han fallado, pero a quienes juzgamos es a los autores de los hechos".

Los hechos son difícilmente soportables. Durante la inacabable lectura del acta de acusación -430 páginas desgranadas por cinco funcionarios que se iban alternando-, uno de los implicados tuvo que salir de la sala porque no podía contener el vómito. Otra ha sido hospitalizada dos días consecutivos a causa de mareos. Varias mujeres no pueden sofocar los sollozos mientras la mayoría de los hombres dudan entre adoptar una actitud displicente, como si todo aquello no fuese con ellos, o en dormitar de manera abierta. Un agente, de manera discreta, les impide cerrar los ojos. "Todo eso supera a mis clientes. Se aburren y no entienden lo que hace la justicia", explica un defensor. Y de eso queda constancia en las 430 páginas, pues más de uno de los acusados, al ser interrogado por haber violado a su hija, ha respondido al instructor: "Usted no tiene nada que decir en ese asunto; puedo hacer con mi hija lo que quiera porque es mía".

En realidad la mayoría de los acusados han hecho sufrir a los niños, fueran o no los suyos, lo mismo que ellos sufrieron. Un círculo infernal que a veces se ampliaba al abuelo, que filmaba cómo su hijo por él violado, una vez mayor, violaba al nieto. Oficialmente, las instituciones han querido proteger a la infancia, pero los centros asistenciales han demostrado una capacidad de regeneración nula. Eric Joubert, por ejemplo, conoció y se hizo amigo de Didier y Philippe Rivière en la escuela donde los tres estuvieron internados para protegerlos de la miseria familiar. Los Rivière le acompañan ahora en el sumario. Una de las víctimas de Angers, una niña de siete años, tras el arresto de sus padres pederastas, fue a parar a un hogar para huérfanos y allí ha sido violada de nuevo por un menor.

El proceso de Angers será un viaje por los distintos círculos del infierno. Algunos de esos círculos pueden quedar inexplorados. "Toda esa gente malvivía. Los Vergondy habían puesto una cortina en medio del salón para crearse un dormitorio suplementario", me explican en la cafetería. "Luego, mientras algunas mujeres tomaban café con Patricia en el salón, al otro lado de la cortina abusaban de los niños". Otro parroquiano, Didier, dice que "Los Joubert se compraron un coche nuevo y material estereofónico cuando vivían de los subsidios y de lo que Marie-Laure sacaba de prostituirse". Como los miserables campesinos de Kombach que, en el XVIII, vieron descubiertas sus actividades como ladrones porque llegaban a comer dos veces al día, parte de ese submundo de Angers se ha traicionado al adquirir un tocadiscos o un abrigo que no eran de segunda mano. El problema radica en que el sumario sólo acusa a gente sin dinero. De las 23 familias implicadas, 21 recibían subsidios. Nadie ahí pagaba fortunas para aprovecharse de los retoños de la vecina. "Había clientes de postín que venían encapuchados", han dicho algunos acusados. Y los niños-víctimas capaces de hablar también se han referido a esos "encapuchados" y han dado detalles sobre tatuajes, anillos con calavera, ropa interior de lujo..., pero está por ver si eso no es el resultado de una intoxicación organizada por los propios acusados.

Ahora, una semana después de iniciado el juicio, buena parte de los 66 acusados se siente acosada por sus vecinos y parece dispuesta a resolverlo todo diciendo aquello de "¡fue él, él tiene toda la culpa!". Él o ella, claro está, para luego empezar a señalar hacia los cuatro puntos cardinales, a una galería de personajes patibularios de los que la retransmisión en circuito cerrado de televisión exclusivo para la prensa apenas permite intuir la expresión, la cara oculta de la douceur angevine.

Un grupo de acusados son trasladados por la policía al Palacio de Justicia de Angers

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Un grupo de acusados son trasladados por la policía al Palacio de Justicia de Angers .ASSOCIATED PRESS

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