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Esperanzas y ambiciones para un foro empresarial

Han transcurrido cuatro décadas desde aquellos tiempos en los que la agricultura suponía, directa o indirectamente, el 40 por ciento de la economía valenciana. Aquellos en los que el nuevo empresario valenciano se lanzaba al ruedo con lo puesto: experiencia laboral desde los 14 años, escasa escuela y menor universidad, capitales minúsculos, autoaprendizaje profesional y la gran ambición de germinar por sí mismo en el surco de su vida.

Muchas de las personas que acudirán al Foro empresarial de Peñíscola, y otras muchas más que no podrán hacerlo, reconocerán en estos breves trazos su origen. Unas raíces que evocan la intensidad del esfuerzo realizado por los empresarios y el conjunto de una sociedad que, entonces, difícilmente podía imaginar que, de la suma de miles de empeños individuales, surgiría la segunda región industrial más importante de España y uno de sus principales núcleos turísticos. Sin embargo, así ha sido, pese a las crisis recurrentes que golpearon con dureza al tejido empresarial en los primeros 80 y 90. Así ha sucedido, pese a la pobre ausencia de empresas multinacionales o públicas y a los déficits de origen presentes en el capital humano, las infraestructuras económicas y el capital tecnológico.

La memoria acerca de dónde venimos puede que convenga mantenerla y revivirla en el transcurso de estas jornadas de reflexión empresarial. Más allá de los diagnósticos acertados -que los hay- y de las cajas de soluciones -que también existen- parece necesario recuperar un ánimo vital cuya fortaleza se ha resentido tras la generación de un estado de escepticismo sobre la viabilidad futura de los sectores con mayor arraigo en nuestra economía. Las opiniones que reclaman menor romanticismo y más atención a los dictámenes del mercado merecen atención. Pero también la precisan aquellas que sitúan sobre la mesa la evitabilidad del declive, la capacidad de reacción de la empresa valenciana en tiempos difíciles y la formidable energía desplegada por sus emprendedores ante desafíos de igual o mayor calado.

Las empresas valencianas han sido protagonistas de la internacionalización de la economía española, cuando ésta apenas detenía su mirada más allá de sus fronteras. Las empresas valencianas han transformado artesanía en industria, pensiones en hoteles, tiendas en cadenas comerciales, secano en huertas de regadío. Lo han conseguido pese a restricciones financieras, tipos de cambio sobrevaluados, inflaciones galopantes y una acendrada competencia.

Es cierto que el entorno ha cambiado. Como sucedió también tras las crisis del petróleo, la adhesión a la actual Unión Europea o la fatal mezcla de peseta revaluada y altos tipos de interés experimentada a inicios de la pasada década. Han existido otros momentos en los que la tentación de arrojar la toalla ha planeado sobre el tapete de las decisiones empresariales. Sin embargo, la adaptación se ha culminado con éxito, incluso en ausencia de apoyos públicos potentes, precisamente porque la dependencia de la subvención no ha anidado en los genes fundacionales de la empresa valenciana.

Por ello, ahora, cuando se afirma que resulta necesaria una nueva cultura empresarial, conviene explicitar en detalle su contenido. Si se trata de construir sobre los fundamentos de la cultura previa, alineándolos al momento presente, perfecto. En tal caso, el corolario será que permanece la vigencia de las tres T características -trabajo, talento y tenacidad- a las que ahora interesa sumarles nuevos estímulos: de la mano de obra anónima, al debido empleo de un capital humano infrautilizado y con nombres propios; de la denominación de la empresa, a la marca; de la decisión del día a día, al proyecto estratégico; de la individualidad, a la alianza; de la financiación comercial a corto, a la de capital riesgo; de la exportación, a las redes de distribución; de la innovación sostenida sobre tecnologías ajenas, al desarrollo de tecnologías que persigan nuevos y más resistentes nichos de mercado; de la imitación, a la creatividad; de la culminación de las infraestructuras tradicionales, a las de segunda generación: medioambientales, logísticas, de alta velocidad, telecomunicaciones, o parques científicos y tecnológicos.

Los empresarios tienen la opción de escoger la gama de decisiones que mejor ampare sus intereses; pero lo que se advierte como acicate ineludible, para el mayor éxito de sus conclusiones, es la presencia de un optimismo que, siendo necesariamente realista, orille la instalación de tentaciones fatalistas. Es cierto que las recientes tasas de rentabilidad de las diversas actividades económicas valencianas han ofrecido mejores resultados en unos sectores que en otros; pero tal hecho no sólo no representa una novedad, sino que forma parte de ciclos empresariales reconocibles en los libros de contabilidad y en la memoria histórica de los propios empresarios.

La recuperación de la memoria sobre lo que somos permite calibrar y analizar con mayor perspectiva una situación que, aun siendo nueva en algunos aspectos para la Comunidad Valenciana, no lo ha sido para otros países que ya la han transitado en el pasado: lugares en los que a la intensidad de las dificultades se sumaba la frecuente ausencia de una renta de situación favorable, como es la que percibe la Comunidad Valenciana por su emplazamiento mediterráneo. Y, pese a todo, han salido adelante con éxito; su progreso resalta que la disconformidad alimenta una fuente extraordinaria de superación cuando se aplica con inteligencia, unidad de propósitos, responsabilidad y persistencia.

No ha sido propio de los empresarios valencianos cultivar el derrotismo: todo lo contrario. Ninguna carga genética les impide ser iguales o mejores que los demás. Sólo los límites de su ambición pueden atenuar el alcance de sus logros. Recuperar la memoria de esa potencia extraordinaria que ha transformado a este modesto pañuelo, que es nuestro país, en una pequeña pero viva locomotora económica, representa una necesidad previa a cualquier decisión y programa prácticos. El reconocimiento de la fortaleza propia, la alimentación de un ánimo vital que no se deja embridar por determinismos fáciles y que se estimula ante las amenazas, puede constituir el mejor resultado del Foro de Peñíscola. Si se consigue, se habrá logrado la victoria de todos y únicamente podrán sentir melancolía quienes creen encontrar su mejor nutriente en la desunión de los empresarios valencianos o en la elevación a categoría de las recurrentes anécdotas sobre recelos y sucesiones.

Manuel López Estornell es economista.

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