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Columna
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Bellos e incómodos

Se han quejado los directores de los colegios públicos valencianos de los inconvenientes que presentan la mayoría de los centros escolares construidos durante los últimos años. Acostumbran a ser estos centros, por lo general, unos edificios modernos, hermosos, bien trazados, pero con el inconveniente de resultar poco funcionales. En invierno, suele hacer frío en sus dependencias; en verano, el calor resulta insoportable; dotados de enormes cristaleras, son caros de mantener. El resultado es que ni los alumnos ni los profesores llegan a sentirse completamente a gusto en ellos.

Semanas atrás, la prensa de Alicante recogía las quejas de los usuarios del nuevo edificio de oficinas del Ayuntamiento de la ciudad. Construido junto al palacio consistorial, el nuevo edificio es una obra bien resuelta formalmente que tiene la virtud de no interferir con la construcción principal. Es, sin duda, un mérito importante. Pero no hubiera sido menos meritorio que los funcionarios que trabajan en él lo hicieran de un modo confortable.

Cuando uno expone los inconvenientes que plantean los edificios modernos, los arquitectos suelen responder que el usuario debe hacer un esfuerzo para adaptarse a la nueva arquitectura. Así lo he escuchado decir, al menos, en alguna ocasión. A mí me parecería más lógico que, si alguien debe hacer un esfuerzo, fuera el arquitecto pues ésa es su misión y por la que cobra sus honorarios. A él le corresponde aguzar la inteligencia y proyectar un edificio que, sin dejar de ser hermoso, cumpla el fin para el que se ha previsto. Si es incapaz de lograrlo, no podremos hablar de buena arquitectura, por muy bella que sea la construcción.

Al iniciarse, hace unos días, las obras de lo que será el museo de arte contemporáneo de Alicante, los arquitectos que han redactado el proyecto afirmaron que el nuevo edificio será en sí mismo una escultura. ¿Una escultura? ¿No sería preferible que fuera un buen edificio? Si de lo que se trata, como parece, es de construir un museo, uno no entiende por qué deben proyectar una escultura. En cualquier caso, ¿no sería mejor dejar las esculturas en manos de los escultores, que son quienes entienden de estas cosas?

Todos estos devaneos son consecuencia del camino tomado por una parte de la arquitectura actual, mucho más preocupada por la apariencia estética de los edificios que por su funcionalidad. El arquitecto Oriol Bohigas comentaba recientemente, en una publicación, que la arquitectura moderna está dando la espalda al usuario. Es una afirmación cierta, que resulta fácil de comprobar cuando se habla con las personas que se ven obligadas a trabajar en estos edificios. Si dejamos de lado el deslumbramiento que hayan podido producir algunas obras realmente espectaculares, la desconfianza del ciudadano por la arquitectura moderna no deja de aumentar.

No soy nada optimista en este asunto, y dudo que vaya a tener una solución sencilla. A fin de cuentas, lo que hace la arquitectura es manifestar el carácter de nuestra sociedad. La superficialidad, la apariencia, la seducción de la forma son rasgos de lo contemporáneo que el arquitecto se limita a reflejar. Cuando la vida social, política, económica se expresa a diario bajo estas hechuras, no podemos pedirle a los arquitectos que actúen de otro modo.

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