Crimen perfecto
Han encontrado dos piernas en el metro de Nueva York. Han encontrado dos piernas y, al cabo de los días, ese implacable chivato que es el ADN, ha encontrado a su dueño, un joven de Brooklyn. Vamos comentándolo en el metro, mantenemos una tétrica tertulia, fantaseamos con las maneras en las que debe planearse un crimen perfecto. De pronto, como si se tratara de una broma de mal gusto, un negro sin piernas que se arrastra sobre una tabla con ruedas pasa pidiéndonos limosna. La fantasía de matar sin que te descubran aparece en los sueños, ¿quién no se ha encontrado siendo el autor de un crimen en una pesadilla? Patricia Highsmith la llevó a Extraños en un tren. En la novela de Highsmith, dos desconocidos que charlan durante un viaje se intercambian sus objetivos: tú me matas a ese ser que me impide la felicidad, yo te mato al tuyo. Pero sin duda el que mata con más tranquilidad es el psicópata. Tranquilidad porque carece de piedad y remordimiento, tranquilidad porque no tiene razones para matar; no se trata de venganza, o de un ajuste de cuentas, mata por gusto. Hablábamos del último hallazgo de la policía, el asesino de Wichita, un criminal que, de momento, ha reconocido 12 crímenes pero al que se pueden sumar más. El asesino de Wichita amaba las siglas, como todos los americanos, y se autodenominaba, en las cartas que dirigía a la policía, BTK, iniciales que responden a tres verbos: atar, torturar, asesinar. BTK no encontraba muy lejos a sus víctimas, eran sus propios vecinos, y practicaba los tres verbos tan religiosamente como acudía a la iglesia. Ni su familia, ni sus vecinos de urbanización, sospecharon jamás que ese puntilloso inspector de infracciones ciudadanas, que tomaba fotos cuando veía que un vecino no recogía las necesidades del perro, era el asesino. Cometió su último crimen en el 92. Bien podía haberse muerto sin ser descubierto, pero la vanidad le pudo, mandó un correo a la policía que detectó el ordenador del que partía el mensaje: el de la iglesia en la que BTK era miembro muy activo. Uno se pregunta si esa falta de perspicacia de los vecinos viene de la desestructura social americana en la que nadie conoce a nadie. Habrá que dar gracias por pertenecer a un país en el que todavía tenemos la virtud del entrometimiento.
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