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Tribuna:
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Necesitamos un plan

Comprendo que la batalla política consume mucho tiempo, y que, además, no suele guardar proporción alguna con el coste de oportunidad que ello tiene para los ciudadanos afectados por aquélla. También comprendo que cuando se gobierna resulta lógico dar la impresión de que todo está bajo control y que los responsables políticos de la cosa saben siempre lo que hacen. Comprendo que en ocasiones, incluso, lleguen a creérselo; pero sería muy aconsejable que alguna vez, cuando menos, pudiéramos dejar a un lado el accesorio, y muchas veces inútil, debate del "y tú más" (o menos) y centrarnos en lo verdaderamente importante, más allá de las refriegas cotidianas inevitables en un sistema democrático.

Asistimos desde hace algún tiempo a una discusión totalmente estéril (porque se parece mucho a una discusión entre sordos) sobre los problemas de fondo que presumiblemente arrastra nuestro modelo de desarrollo económico. Numerosos estamentos interesados en la cuestión (sindicatos, profesores universitarios, organizaciones empresariales, etc.) aducen que existen numerosos problemas de carácter estructural que es necesario abordar en nuestros sectores productivos a fin de reconducir y cimentar una verdadera estrategia de desarrollo sostenible que nos aporte garantías de mejora permanente en los niveles de renta, empleo y calidad de vida.

No prejuzgo su bondad. Puede que lleven razón, o no, pero en todo caso ¿por qué tanto temor a la reflexión y el análisis? Si los problemas existen ¿qué sentido práctico, e incluso político, tiene actuar como si no existieran? El hecho de que unos opinen que existe crisis en nuestros sectores industriales tradicionales y otros que no, o que algunos piensen que nuestro modelo turístico está bien como está, y otros que debería ser objeto de profunda revisión, no debería ser en ningún caso obstáculo para que iniciemos un proceso de discusión sosegada entre todos aquellos que tengan algo que decir al respecto, y extraigamos a partir de aquí ciertas conclusiones generales que permitan también a todos (incluyendo los poderes públicos) diseñar estrategias consensuadas y de largo plazo.

Cataluña, una región económica que no se caracteriza precisamente por la debilidad de su desarrollo industrial y turístico acaba de poner sobre la mesa de sus gobernantes un documento marco, consensuado por todas las partes implicadas, titulado Acuerdo estratégico para la internacionalización, la calidad de la ocupación y la competitividad de la economía catalana con 24 medidas de largo alcance que van desde las infraestructuras de transporte y la movilidad, hasta el fomento de la cohesión social, pasando por la internacionalización de la empresa y su financiación, la investigación y dotación del capital humano, la creación de sendos observatorios de mercados o la elaboración de un plan estratégico para el turismo catalán, entre muchas otras.

No pretendo que actuemos con tamaña diligencia ni que marquemos el rumbo de la modernidad y la innovación como ya hicimos hace ahora tres lustros (¡qué tiempos aquéllos!), pero a estas alturas del siglo XXI parece que ya va siendo hora de que convirtamos los asuntos económicos clave en un verdadero problema de Estado, tan proclives como somos a hacerlo en otros muchos asuntos no menos importantes.

Los sindicatos ya han expresado hace meses su preocupación por el deterioro del tejido industrial tradicional en las comarcas del centro y sur de la Comunidad, y los empresarios, a través de la Cierval y las Cámaras, por fin se reúnen para pasar revista a los principales factores estratégicos que en su opinión frenan nuestro desarrollo económico. No está mal que lo hagan, están en su derecho; por no decir que es más bien una obligación ineludible para con la sociedad en la que trabajan y a la que pertenecen. Sigan su ejemplo los responsables políticos, los economistas, los investigadores y todos aquellos que tengan algo que decir al respecto, y abramos un extenso, e intenso, foro de debate, sin censuras ni exclusiones. Quizá cuando tengamos claro entre todos qué es lo que realmente somos en el terreno económico podamos comenzar a entender hacia dónde queremos ir. Sí, ya sé que todo el mundo tiene un plan (que no funciona); pero también sé (porque lo dijo Schopenhauer) que no hay rumbo favorable para el que no sabe a qué puerto se dirige; de modo que, con todas las cautelas que se quieran, creo que habría que arriesgarse.

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Ahora bien, sería muy aconsejable no olvidar que en materia de desarrollo económico tan importante es un buen diagnóstico como el hecho de que dicho diagnóstico sea compartido. En estos asuntos tan complejos, el éxito colectivo se consigue únicamente mediante el esfuerzo colectivo. No hay otro camino. Lo ha dicho estos días Francesc Pons, presidente de AVE, y tiene toda la razón: la división entre valencianos nos debilita ante el mundo. Discutan los políticos cuanto quieran sobre lo que quieran (la crítica es el alma de la democracia), pero por una vez en nuestra dilatada historia, un tanto cainita, saquemos la economía de la batalla electoral cotidiana y hagamos un verdadero plan de competitividad en el que todos se vean reconocidos, y, lo que es aún más importante, del que todos sean responsables. Y las medallas políticas, a quién le corresponda por turno. Tal como están las cosas, sinceramente, no creo que nos quede ya mucho tiempo para discutir los detalles formales

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Andrés García Reche es profesor titular de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia

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