Desconcierto empresarial y vacío político
En la escala pirotécnica de Richter, la mascletà empresarial que se está disparando estos días en Valencia no alterará por su imprevisión el programa fallero -cada año más prematuro y fastidioso-, pero sí es seguro que está galvanizando con sus ondas sísmicas el interés de los medios políticos y económicos del país (valenciano, por supuesto). Hacía muchos años que la patronal indígena no ocupaba el proscenio de la vida pública protagonizando fastos simultáneos, extraordinarios y de muy distinto e incluso contrapuesto tinte. En otras circunstancias quizá no hubiese alcanzado tal relieve, pero se han producido en plena oquedad política y han sacudido el panorama. Pero resumamos los hechos, que el lector seguramente conoce.
Los empresarios valencianos, apiñados en la confederación regional Cierval, convocan una cumbre profesional para los próximos días 10 y 11 en Peñíscola, donde se prevé la concurrencia de unos mil convocados. La precedente se celebró 15 años atrás en Orihuela y tuvo entonces un trasfondo político y beligerante que no se percibe en ésta. La oportunidad y el interés general de la cita se decantan de los problemas y nuevas fronteras que ha de afrontar la urdimbre productiva del país, con unos mercados en ebullición, una competencia agresiva y graves déficit de productividad para responder a los retos. Santo y bueno, pues, que la patronal, bajo unas u otras siglas, reflexione colectivamente acerca de estas cuestiones apremiantes.
La buena nueva, además, venía prologada por una reunión, celebrada esta misma semana en Valencia con representantes empresariales de Cataluña. Dirigentes de las respectivas Cámaras de Comercio, Cierval y Foment del Treball abordaron cuestiones de común interés a las que nos aboca el determinante geopolítico, o sea, la vecindad, y la densa urdimbre de relaciones mercantiles que nos aúna. Hay que ser necio para no caer en la cuenta de que si bien está frecuentar Murcia y compartir su gastronomía con su presidente Ramón Luis Valcárcel, cual hace el molt honorable Francisco Camps, resulta insoslayable y prioritario sintonizar con nuestros primos del norte para, entre otros riesgos, no quedarnos apeados de la red de transportes europea. Las documentadas homilías que publica el profesor Gregorio Martín deberían ser de obligada lectura para todos los agentes que tejen nuestro futuro.
En esas estábamos -preparando la gran cumbre y restaurando puentes- cuando los respectivos presidentes de las Cámaras de Comercio de Valencia y Alicante, el a menudo imprevisible Arturo Virosque y el tardo-cantonalista con bandera de conveniencia Antonio Fernández Valenzuela, se salen por peteneras y convocan otra reunión empresarial para celebrar en Alicante 48 horas antes de la referida. La orden del día y propósitos no pueden estar muy alejados de los asuntos a tratar en Peñíscola y no se tiene noticia de que en el universo cameral hayan estallado problemas inaplazables. A mayor abundamiento, las cámaras, como tales, declinan comparecer en la cumbre patronal, lo que subraya el cisma. ¿Qué demonios ha pasado aquí? ¿A santo de qué estas hostilidades sin adversario definido? ¿Quién saca provecho de esta súbita fragmentación empresarial?
Estas o parecidas son las preguntas que se formulan los agentes más o menos involucrados y que el cronista ha pulsado, sin éxito. Algunos aluden a la larga sombra de Eduardo Zaplana, quien movería los hilos mediante sus leales, pero no se constata qué ganancia le reporta el envite. A lo sumo, demostraría que, como escribía Pedro Muelas en su columna de Levante hoy hace una semana, aquí "se ha pasado de un control agobiante de Zaplana a un descontrol preocupante de Camps".
Pero ojalá fuese así y los empresarios hubiesen recuperado su autonomía corporativa sin necesidad de ser tutelados políticamente ni derrochar obsequiosidad con el poder. Aunque en manos de éste, decimos del Consell en esta ocasión, estaba el arbitrar soluciones a desconciertos o trapisondas como la que glosamos. Solo faltaba que a la parálisis del gobierno, tan clamorosa, se sumase la bronca o el cisma empresarial en detrimento de los serios problemas que nos apremian.
¡QUÉ MORRO!
La alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, ha reprochado al presidente Rodriguez Zapatero que, ante la Asamblea francesa, omitiera citar al valenciano entre las lenguas oficiales que se hablan en España. Vale, no lo hizo, pero tampoco es ella la persona moralmente legitimada para reprenderlo, pues no lo habla ni escribe a pesar de su linaje y partida de nacimiento. Más le hubiese valido, además de usarlo, clamar contra esa televisión nuestra -de los suyos, mejor dicho- que margina a los cantautores indígenas, forzados a protestar públicamente por tan larga como infame discriminación. Puesta a reivindicar la lengua, empecemos por adecentar nuestra -su- propia casa.
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