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Reportaje:

Cuesta de enero todo el año

Las reformas emprendidas por el Gobierno ruso dificultan la vida de millones de jubilados, cuyas pensiones no llegan a fin de mes

"Tengo miedo de la reforma. Temo que la inflación se coma todo el dinero que ahora nos prometen dar y que después volvamos a pasar hambre", dice Ludmila Mijáilovna, refiriéndose a la decisión de las autoridades rusas de reemplazar una serie de prestaciones antes gratuitas o a precios bajos por compensaciones en metálico. Esta todavía enérgica jubilada, de 70 años, es una de las miles y miles de personas que han participado en las jornadas de protesta por la eliminación de los beneficios sociales en Rusia. La medida, que ha afectado a una serie de categorías de la población, ha movilizado a los pensionistas, que con sus mítines y tomas de las principales calles en una serie de ciudades sorprendieron al Gobierno, que nunca imaginó que los viejitos mostrarían tan altos ánimos combativos.

Ludmila Mijáilovna, profesora jubilada de literatura y lengua rusa en la escuela secundaria, todavía recuerda el hambre que pasó durante la II Guerra Mundial y el horror a encontrarse al fin de su vida con que no tiene dinero para comer la ha hecho olvidar los achaques propios de su edad y salir a la calle. Ya antes de la eliminación de los beneficios sociales su pensión de 2.295 rublos (un euro equivale a 35 rublos) -en realidad, su jubilación es de 1.003 rublos, pero el Ayuntamiento de Moscú le da un suplemento de 1.292- a duras penas le alcanzaba para llegar a fin de mes.

El principal gasto de Ludmila Mijáilovna es en comida. La cesta mínima mensual para una persona en Moscú costaba en enero 1.543 rublos (44 euros), de acuerdo con los cálculos realizados por el Servicio Federal de Estadísticas (SFE). "Yo me las ingenio para gastar incluso menos. Verdad es que gracias a los productos que me envían mis parientes del campo. Pero esa cesta del SFE es sólo de productos alimenticios; ahí no entra lo que cuesta el detergente, el jabón, la pasta de dientes, etc", explica. Por el apartamento municipal -incluida el agua y la calefacción-, debe pagar 750 rublos. Queda todavía la electricidad y el teléfono. "Cuando miro películas o documentales europeos y veo que allí los jubilados viajan, van al cine, comen fuera, me da mucha envidia y siento lástima de mí misma y mis amigas", dice Ludmila Mijáilovna, para quien su único entretenimiento es ver la televisión. "Por supuesto, tampoco puedo comprarme ropa; el abrigo que uso tiene ya 26 años", se lamenta.

Iván Afanásievich, 75, que se jubiló como trabajador del sistema de transporte colectivo de Moscú, recibió en enero 3.550 rublos, considerablemente más que la pensión media en Rusia, que según el SFE en diciembre pasado fue de 2.027 rublos. Considera que tiene suerte de vivir en la capital, ya que el Ayuntamiento le da cerca de 1.000 rublos de esa suma. "Si viviera como mi hermana, en San Petersburgo, recibiría unos 2.500 rublos, y sólo por mi apartamento -un pequeño dormitorio de 18 metros cuadrados y una salita de 22- pago al municipio 1.050 rublos. Si a eso le agregamos la luz y el teléfono, la suma llega a cerca de 1.500". Como inválido de segunda categoría, Iván Afanásievich recibe teóricamente gratis las medicinas que necesita. Pero el problema es que las que le dan le alcanzan sólo para tres semanas. Por eso, periódicamente debe comprar cierta cantidad -normalmente una vez cada tres meses- de su remedio, que cuesta 1.200 rublos. Como en el caso anterior, la mayor parte de su pensión se le va en comer, casi 2.000 rublos al mes, según sus cálculos. "Si no tuviera a mi hijo que me ayuda económicamente, simplemente no podría vivir con mi jubilación", dice Iván.

Ludmila Mijáilovna e Iván Afanásievich no están en la peor situación, como ellos mismos reconocen. Moscú es una ciudad rica, que se puede permitir aportar un buen suplemento a las pensiones de sus habitantes. Oficialmente, la capital agrega entre 776 y 1.600 rublos a cada jubilado. Ludmila Shevtsova, vicealcaldesa de Moscú, asegura que si no pagaran esos suplementos, bajo el nivel de pobreza vivirían en la capital 1,8 millones de personas, es decir, un 17% de la población capitalina.

Susanna Ivánovna, ingeniero de profesión, no tiene la suerte de ser moscovita. "Mi pensión es de 1.950 rublos, por mi apartamento pago 980; el teléfono me cuesta 160 -y eso, gracias a que pagamos una cuota fija y no por minutos hablados-; la luz, 180. Me quedan 630 rublos. Como comprenderá, con eso es imposible sobrevivir", dice Susanna Ivánovna. Para llegar a fin de mes, ella busca en Moscú trabajillos, generalmente, de limpieza o en la calle, de reparto de publicidad o de venta, como ahora que vende bolsas de plástico cerca del metro de Mayakovski, en el corazón de Moscú. Susanna casi sufrió un infarto, dice, cuando se enteró de que iban a eliminar el transporte gratuito: "Como vivo en las afueras, significaba que ya no podría venir a la capital a hacer chapuzas. Por eso salí a la calle y ayudé a cortar el tránsito por la carretera que une Moscú con el aeropuerto de Sheremétievo".

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Una mujer en el mercado de Petrovsk, 900 kilómetros al sur de Moscú.
Una mujer en el mercado de Petrovsk, 900 kilómetros al sur de Moscú.ASSOCIATED PRESS

Explosión inflacionista

El temor más extendido entre los jubilados rusos ante la reforma social emprendida por el Gobierno, es que el alza de los precios haga esfumarse rápidamente el dinero que ahora reciben en compensación por las prestaciones que antes eran gratuitas. Y el primer mes del año muestra que estos temores son fundados. El comienzo de esta "monetarización de los beneficios sociales" coincidió con una explosión inflacionista. Si el año pasado la inflación fue del 11,7% -el pronóstico era del 10%-, sólo en enero, el primer mes de la reforma, la inflación fue del 2,6%. Las masivas protestas de los jubilados y otros sectores de la población que se han sentido perjudicadas por la reforma en curso han obligado al Gobierno a buscar soluciones y compromisos.

El principal problema era la eliminación del transporte público gratuito para los jubilados, pero prácticamente se ha solucionado con la introducción de un abono especial cuyo valor equivale a la compensación mínima recibida por este servicio. Ahora, cada persona podrá decidir qué le conviene más: gastar la compensación en comprar ese abono o quedarse con el dinero y viajar menos. Pero la relativa calma que se ha logrado, no durará mucho.

La reforma de los servicios comunales -con el consiguiente encarecimiento de las viviendas municipales, el gas y la luz- que este año piensa poner en marcha el Gobierno, provocará nuevas y más enérgicas protestas que pueden golpear seriamente la popularidad del presidente Vladímir Putin.

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