Comisión de la verdad
Ya sabes que Baltasar Garzón sugiere la conveniencia de abrir una investigación, que en principio puede ser cívica, sobre las posibles atrocidades, que se cometieron, con los defensores de la legalidad republicana y sus familiares, en el franquismo, particularmente en sus años de exaltación triunfal. Después de darle un repaso a Pinochet, a sus sicarios y a algunos genocidas de la dictadura militar argentina, parece oportuno barrer la casa propia, baldear las inmundicias, no para la venganza, sino para sentar en el banquillo unos crímenes imprescriptibles. La comisión de la verdad que propone el juez de la Audiencia Nacional tiene ya en los grupos y asociaciones de recuperación de la memoria histórica un instrumento. Los trabajos que se están documentando con rigor, los testimonios de los supervivientes, el descubrimiento de fosas clandestinas, las exhumaciones de cadáveres de rojos desaparecidos, las víctimas de la violencia de aquel régimen que no respetaba derecho alguno, son ya un clamor. Sonríes con escepticismo y sé tus razones. En 1978, a finales de noviembre, y días antes del referéndum constitucional, fuiste a dar, con otras personas, en los calabozos de los sótanos de la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol. Os habían detenido en un céntrico hotel de Madrid, cuando se planteó la conveniencia de crear un tribunal para juzgar los crímenes del franquismo. Un juicio moral, se entiende, pero una denuncia minuciosa y pública. Después, a las Salesas, a un paso de Carabanchel. Lo que se pretendía entonces, con una semántica más cruda, era una comisión de la verdad, una exhaustiva investigación de determinados hechos. Pero los medios de comunicación nacionales se limitaron a mostrar vuestras fotografías de frente y de perfil, y a dar noticia a partir de los atestados policiales. Sólo los medios extranjeros ofrecieron una versión imparcial de aquella peripecia. Y ni siquiera los partidos políticos de la izquierda parlamentaria levantaron un dedo, enredados como andaban en pactos y chalaneos. España, qué cáliz. Pero, en fin, hágase la verdad, si hay suerte y cuela.
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