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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Triunfo muy europeo

España se convirtió ayer en el primer país que aprueba por referéndum la Constitución europea. Y lo ha hecho con un resultado nítido: el ha obtenido el 76% de los votos, frente a un 17% del no. Otros tres miembros de la UE la habían aprobado antes por vía parlamentaria. El efecto de arrastre que pueda tener el resultado en los otros nueve países que también han convocado referendos se verá matizado por una participación del 42,4%, la más baja de todas las citas a nivel nacional con las urnas desde el restablecimiento de la democracia.

El mayor rechazo se concentra en el País Vasco, Navarra y Cataluña, a pesar de que los partidos nacionalistas moderados se inclinaron por el voto favorable. Los sectores más radicales del nacionalismo que hicieron bandera del no han superado sus habituales rentas electorales. Menos explicable resulta desde las posiciones defendidas por los partidos que el rechazo de la Constitución europea haya sumado casi el 20% de las papeletas en Madrid. Un análisis más minucioso demuestra que algunos distritos de fuerte implantación del Partido Popular han registrado altos porcentajes de rechazo, sólo explicables en términos de voto oculto de los sectores más extremistas del PP.

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La falta de incertidumbre acerca del resultado y, por tanto, la inexistencia de eso que se conoce como voto útil han sido sin duda factores abstencionistas relevantes. Fue saludable a este respecto que la familia real ejerciera su derecho al voto desde primera hora de la mañana. Nadie debe vanagloriarse del insuficiente interés que ha suscitado la consulta, la primera de las diez programadas hasta octubre de 2006. Y menos quien crea en una Europa más fuerte y democrática, con un funcionamiento abierto de sus instituciones y una mayor cooperación en política exterior y defensa, economía, así como en las áreas de justicia y libertad.

Los referendos suelen ser apuestas atrevidas para sus convocantes. Y en Europa más de un dirigente los ha sufrido en propia piel. Fueron como un bumerán en los últimos años en Irlanda, Dinamarca o Suecia, y a punto estuvo de generar una crisis en Francia con el Tratado de Maastricht. En general, el tema a consulta no despierta el mismo interés que unas elecciones legislativas, y quienes más se movilizan suelen ser los opositores. En esta ocasión, el no ha venido fundamentalmente de Izquierda Unida y de Esquerra Republicana de Cataluña, dos grupos que apoyan al Gobierno de Zapatero, aunque también del sector más extremista del PP, deseoso de castigar a los socialistas tras su victoria en las generales de 2004.

Los dirigentes del PP han hablado más de la abstención que del resultado, cargándola íntegramente en el debe del Gobierno, lo que dice muy poco a favor de sus convicciones europeístas. Mariano Rajoy lo hizo instantes después de depositar su voto y el secretario general, Ángel Acebes, esperó apenas unos minutos después del cierre de las urnas para acusar al Ejecutivo de desidia, incompetencia y fracaso, obviando un resultado que para otros países de la UE es todo un desafío.

Para poner todas las cifras en perspectiva, hay que recordar que en las últimas elecciones europeas, en junio de 2004, la abstención ya superó el 54% pese a que estaba en juego la representación en el Parlamento Europeo. ¿Por qué? Simplemente, por la cruda realidad de que Europa sigue siendo un ente político e institucional que muchos votantes consideran alejado de sus intereses directos, aunque la realidad sea muy otra. En cualquier caso, los electores españoles han demostrado una vez más su voluntad europeísta con ese abrumador 76% de síes depositado en las urnas.

El hecho de que dos de los socios parlamentarios del Gobierno, Izquierda Unida y ERC, hayan sido los principales abanderados del no ha creado problemas de coherencia al Gobierno. Pero resulta del todo extravagante que el PP responsabilice exclusivamente al Gobierno de las dificultades para explicar el contenido del Tratado europeo. La responsabilidad de la comunicación debe ser compartida por todos aquellos que apostaron por el y consensuaron la celebración de una consulta antes que someter el texto a la exclusiva ratificación parlamentaria, una decisión tal vez más prudente pero menos participativa, dada la trascendencia de lo que se votaba ayer. Si los ciudadanos, que apoyan mayoritariamente la Constitución, han confesado en un 90% tener poca o nula información sobre el texto, no es del todo seguro que la fueran a tener más tarde, o siquiera alguna vez.

Zapatero ha querido ser el primero en convocar un referéndum, por delante de países con más peso político. Con ello quería implicarse más que su antecesor en el nuevo proyecto común europeo y confirmar su alianza con Francia y Alemania. Haber estado en el pelotón hubiera restado todo protagonismo a España, que hubiera quedado en una posición anodina. El triunfo del ha sido contundente. Y ése será el dato más relevante con vistas a los referendos que se avecinan en otros países, pero sus gobernantes deberán realizar un especial esfuerzo para movilizar a unos electores que hoy por hoy aparecen más divididos.

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