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Reportaje:

Un Círculo de 125 años

En sus salones se han celebrado grandes bailes de sociedad y exposiciones de pintura. Se ha jugado a la ruleta y se han perdido fortunas. Desde su fundación en 1880, el Círculo de Bellas Artes de Madrid ha sido un referente para la vida cultural. Este año cumple 125 años.

Un día cualquiera, el Círculo de Bellas Artes de Madrid puede albergar 10 o 12 actos culturales diferentes. La cafetería con ventanales a la calle de Alcalá (la pecera) es lugar de cita de visitantes y socios. Mientras en la planta sexta se imparten clases de dibujo, en un salón se presenta una novela, en una sala se falla un premio, en otra se inaugura una exposición o se celebra una rueda de prensa… En el teatro Fernando de Rojas se representa a Valle-Inclán, y el cine programa un ciclo de películas sobre protocolo. En el salón de baile se rueda un documental, y un informativo emite desde el vestíbulo. Por las escaleras de mármol podemos cruzarnos con un director de cine, un escritor, un pintor de éxito o un actor de moda. Para todos, el Círculo de Bellas Artes es lugar de trabajo y encuentro, de intercambio y tertulia.

La historia del Círculo de Bellas Artes comienza en la Restauración, cuando Madrid era un pueblo grande con 400.000 habitantes. Reinaba Alfonso XII, y Antonio Cánovas ocupaba la presidencia del Gobierno. Los cafés acogían reuniones de aficionados a los toros, amantes del arte, escritores y conspiradores. En 1879, en el café Suizo se reunía un grupo de artistas que soñaba con crear un Círculo de Bellas Artes que fuese lugar de exposición y venta de obras y de intercambio de ideas. Fue el pintor Plácido Francés quien sugirió elaborar un documento donde se expusiese el proyecto y al que pudiesen adherirse los artistas dispuestos a colaborar en él. En los primeros días de 1880, más de un centenar de pintores, escultores y aficionados al arte se comprometieron a apoyar la idea…, y a pagar una cuota de ingreso de 100 reales (25 pesetas) más las mensualidades de 20 reales.

El 16 de abril de 1880, el Círculo quedó constituido tras la redacción de un reglamento y la elección de su primer presidente, Juan Martínez Espinosa. El 8 de agosto se celebró la reunión inaugural, a la que asistieron los 267 socios fundadores. Artistas y aficionados acudían al centro, donde se impartían clases de acuarela y de dibujo con modelos, y exponían allí sus trabajos.

La actividad del Círculo en los primeros años estuvo marcada por el entusiasmo… y por las mudanzas. Pasó por nueve edificios diferentes, hasta que pudo trasladarse a una sede propia en 1926. En esos años se organizaron cientos de actos culturales, entre ellos las bienales de pintura, en el Palacio de Cristal del Retiro, y se impulsaron obras benéficas y sociales, como la edición de un libro a beneficio de los damnificados por los terremotos de Granada y Málaga o la recogida de fondos para levantar una estatua a Velázquez en el paseo del Prado.

En 1891, la directiva organizó el primer baile de máscaras del Círculo de Bellas Artes. Más de 1.000 personas asistieron a la fiesta, celebrada el 13 de febrero en el teatro de la Comedia, y que dejó un beneficio de 6.200 pesetas. El año siguiente, el baile se organizó en el Teatro Real bajo el tema "la pandereta". Más de 900 fueron decoradas por los socios y se sortearon en una rifa cuyos beneficios se donaron al Hospital General de Madrid. En 1893, el tema del baile fue el abanico. El baile de máscaras se convirtió en uno de los acontecimientos sociales de Madrid, y se celebró con una sola interrupción -en 1922, por problemas de gestión- hasta que estalló la Guerra Civil.

Como la actividad artística era notable, podía decirse que el Círculo estaba cumpliendo sus objetivos de protección a las artes. Entre sus socios estaban Cecilio Pla, Joaquín Sorolla, Tomás Bretón, Emilio Arrieta, Agustín Lhardy, Mariano Benlliure, Ruperto Chapí… Sin embargo, algunos puristas se quejaban de que la institución estaba convirtiéndose en un club social. En el Círculo se celebraban tertulias de arte, pero también partidas de naipes o improvisados conciertos, como aquella tarde en que Tomás Bretón interpretó en el piano los primeros compases de La verbena de la paloma, que acababa de componer.

Desde los primeros tiempos de su fundación, los juegos de azar fueron una constante en el Círculo de Bellas Artes, convirtiéndose en la mejor fuente de financiación de las iniciativas culturales. Verdaderas fortunas se desparramaban en la mesa de cartas. Se cuenta que un socio se voló la cabeza después de una noche de pérdidas, y es fama que a muchos jugadores les sorprendía el alba enfrascados en partidas interminables. El Círculo percibía unas 50.000 pesetas mensuales de beneficios sobre el juego. En esas circunstancias -y a pesar de que a veces hubo de mantener estas actividades en el límite de la ley, e incluso fuera de ella-, nadie pensaba en clausurar las mesas de naipes o las ruletas. Por cierto, el salón de juegos de Bellas Artes tuvo su papel en la historia de la criminología: en 1914 fue asesinado el socio Rodrigo García Jalón. Dos empleados del Círculo contaron a la policía que habían visto en la sala de ruleta a un individuo manejando unas fichas de juego pertenecientes al socio asesinado. El criminal, conocido como el capitán Sánchez, fue detenido poco después.

La sociedad vivía momentos de esplendidez y llegaba la hora de contar con una sede propia. En 1918 se adquirió por dos millones de pesetas un solar de 1.718 metros cuadrados en el número 42 de la calle de Alcalá, y el proyecto del edificio fue encomendado al arquitecto Antonio Palacios. Las obras empezaron en 1922, prolongándose durante cuatro años. El presupuesto inicial de cinco millones se disparó y superó los 11 millones de pesetas. Y mientras los socios veían crecer el edificio (uno de los más altos de la capital) empezaban a aparecer agujeros en la contabilidad del Círculo.

La nueva sede se inauguró el 8 de noviembre de 1926. El rey Alfonso XIII presidió el primer paseo oficial por el edificio, que contaba con salón de fiestas, salón de conversaciones, salón de actos, un cine, salón de recreos (para los juegos de azar), un comedor capaz de dar servicio a 600 comensales, aulas de artes plásticas, piscina cubierta y un espacio denominado cabaret, así como algunos reservados de cuya actividad no se daba razón oficialmente.

La apertura de la sede del Círculo atrajo a nuevos socios: de 3.025 en 1926 se pasó a más de 5.000 en 1927. El pago de las cuotas fue una gota en el mar de deudas. Y mientras el edificio acogía conciertos, conferencias, exposiciones, funciones de teatro y retransmisiones radiofónicas, los directivos no sabían cómo cuadrar aquellas cuentas monstruosas. A pesar de todo, en los años siguientes el Círculo se prodigó en la organización de actos culturales y lúdicos. Por el edificio pasaban a diario personajes como Zuloaga, Menéndez Pidal, Rusiñol, Romero de Torres, los hermanos Álvarez Quintero o Ramón y Cajal. No era raro ver a Alfonso XIII almorzando en el comedor de invitados, y a la reina y las infantas presidiendo inauguraciones. A pesar de ello, la institución acogió con entusiasmo la llegada de la República en 1931.

Ese año asume la presidencia del Círculo el líder del Partido Radical, Alejandro Lerroux, que sería presidente de la República. El juego era la principal fuente de financiación del Círculo, y los socios se dejaban la cartera en las mesas de ruleta. En 1933 tuvo lugar un escándalo cuando se alquiló el salón de Columnas para el concurso de Miss Europa. El certamen contó con la asistencia del presidente de la República, Alcalá Zamora, y dejó unos beneficios de 21.500 pesetas.

El 18 de julio de 1936, día de la sublevación militar que desencadenaría la Guerra Civil, las actividades del Círculo prosiguieron con normalidad, pero en los días siguientes sólo unos cuantos trabajadores se presentaron en la sede. El edificio del Círculo fue requisado por el Frente Popular. Durante los tres años que duró la guerra, sus dependencias sirvieron para distintos fines. A los socios les duele admitir que una checa funcionó durante tres meses en los sótanos del palacio, aunque no todos los salones sirvieron para fines siniestros: en la sala Goya se instaló un hospital de sangre, donde se prestó auxilio a la población civil.

Algunos empleados de la sociedad se ofrecieron a permanecer allí, pues su conocimiento del edificio podía hacerles útiles. Uno de ellos, Manuel Fernández Fulgueiras, resolvió ocultar los documentos de la secretaría para evitar que sirviesen de combustible a las hogueras con que los milicianos combatían el frío de Madrid. Aquellos papeles permanecieron escondidos más de medio siglo. Los encontró el músico y escritor José Luis Temes cuando realizaba su investigación para el libro El Círculo de Bellas Artes de Madrid, del que procede la documentación utilizada para este reportaje. Fernández Fulgueiras, ya nonagenario, contó a Temes que había ocultado aquellos papeles, pero era incapaz de recordar dónde. El entonces presidente del Círculo, Pedro García Ramos, concedió permiso para hacer una búsqueda…, y los papeles aparecieron emparedados detrás de un fregadero de las antiguas cocinas. Temes encontró más de 1.000 legajos con medio siglo de historia de la sociedad que se habían dado por perdidos.

Al acabar la guerra, la sede del Círculo presentaba un estado lamentable. Parte del patrimonio artístico había desaparecido, el mobiliario estaba destrozado, había basura por todas partes… El 19 de abril de 1939, Marceliano Santa María, presidente de la sociedad cuando estalló la guerra, se reunía con unos cuantos miembros de la junta directiva para poner en marcha la sociedad. Los directivos trabajaron para encontrar a los antiguos socios, el material perdido y las obras de arte desperdigadas. El 27 de mayo de 1939, las puertas del Círculo se abrían otra vez. El Gobierno Civil de Madrid exigió que se depuraran las listas de socios y empleados: ningún colaborador del ejército republicano debía entrar en el Círculo de Bellas Artes. Al parecer, la directiva del Círculo cubrió el expediente creando un comité de depuración que hizo la vista gorda: todos los antiguos trabajadores que solicitaron el reingreso en la sociedad fueron contratados de nuevo.

Los espacios del edificio fueron recuperándose. Se reabrió la biblioteca, los billares y la peluquería, y la vida social se reanudó tímidamente. Se creó una escuela cinematográfica (que sólo funcionó tres meses), se alquiló el salón-teatro, regresaron las sesiones de cine, volvieron a impartirse clases de pintura e idiomas… Había que hacer frente a muchos gastos, y no era posible obtener ingresos del juego. La situación de la deuda era desesperada. Los acreedores del Círculo amenazaban con demandas, y los bancos se negaron a conceder créditos a la sociedad. Se habló de vender el edificio de Palacios para evitar los embargos…

Sólo cabía una solución, y ésta pasaba por el palacio del Pardo: tras una entrevista mantenida entre Franco y los miembros de la directiva en febrero de 1943, el Banco Hipotecario (uno de sus principales acreedores) concedía al Círculo un crédito de cinco millones de pesetas amortizables a 50 años. Por circunstancias obvias, en los años de la dictadura el Círculo sirvió -como todas las instituciones- al régimen de Franco. Por los salones pasaron festivales de la Sección Femenina y exposiciones de propaganda de la causa nacional. Las clases de pintura con modelo desnudo fueron suspendidas, y se prohibió la celebración del baile de máscaras, aunque la directiva inventó un sucedáneo: los bailes de trajes regionales, más acordes con el ideario de exaltación nacional. Algunos socios sacaron partido de la situación; otros, muchos, se dijeron que habría que sobrevivir hasta la llegada de tiempos mejores.

A pesar de todo, durante esos años oscuros el Círculo fue protagonista de iniciativas interesantes: en 1948 acogió las primeras pruebas de emisión televisiva, se instituyeron las medallas de oro del Círculo para artistas del espectáculo y el Gran Premio de Pintura Círculo de Bellas Artes. En 1955, por primera vez, una mujer -la pintora María Elvira Salazar- era admitida como socia en el Círculo. Los estatutos no decían nada en contra de la integración de mujeres, pero en 75 años ninguna fémina había solicitado su ingreso en la institución.

Los problemas de financiación continuaban. Para obtener fondos se alquilaron (con total descontrol) algunos espacios cuyos arrendatarios fueron fuente de problemas. Durante los años sesenta, presidiendo el Círculo Joaquín Calvo Sotelo, el juego - autorizado ahora legalmente- volvió a arrojar beneficios para la sociedad, que llegó a embolsarse más de 40 millones de pesetas anuales por este concepto. Fue también en los sesenta cuando se erigió la escultura de la diosa Minerva que corona el edificio de la calle de Alcalá, y a principios de los setenta el Círculo regaló a Madrid la estatua de Valle-Inclán que se encuentra en el paseo de Recoletos.

Con la llegada de la democracia en 1975, muchos socios, especialmente los más jóvenes, esperaban que la institución volviese a ser el centro de intercambio y vanguardia con el que habían soñado sus fundadores. Sin embargo, pronto surgieron dificultades económicas, que se intentaron parchear consiguiendo, en 1981, que el edificio fuese declarado monumento histórico artístico de carácter nacional, con lo que podría optar a ayudas para su conservación.

A pesar de la buena voluntad de los socios y empleados, en 1983 empezó a hablarse de la desaparición del Círculo, que estaba entonces en manos de una comisión gestora presidida por Antonio Alonso Giráldez. Corrían rumores de ofertas para comprar el edificio de la calle de Alcalá. Las deudas se acercaban a los 200 millones de pesetas, el personal llevaba meses sin cobrar, la luz había sido cortada…, pero ocurrió el milagro: espoleados por el presidente de la comisión, Alonso Giráldez, el Ministerio de Cultura y la Asociación de Artistas Plásticos de Madrid elaboraron un plan para salvar el Círculo de Bellas Artes. Desde el ministerio se prestaría la ayuda económica necesaria para asumir las deudas más acuciantes, y los artistas (entre los que se encontraban Canogar, Genovés o Lucio Muñoz) se comprometían a contribuir en la refundación de la sociedad, para lo que solicitaron la colaboración de otros artistas.

También el Ayuntamiento madrileño (cuyo regidor era Tierno Galván) se involucró en el proyecto. Se constituyó una junta directiva de urgencia que aceptó presidir el escultor Martín Chirino, y el 28 de abril de 1983 se presentaba a la asamblea de socios el plan para reactivar la actividad del Círculo. El 31 de mayo, 4.000 personas se reunían en los salones del palacio de Alcalá, 42, para celebrar la llamada Fiesta del Resurgimiento del Círculo de Bellas Artes. Los problemas de los años siguientes (que los hubo) no hicieron reaparecer la amenaza de hundimiento para la sociedad.

Juan Barja, actual director del Círculo (la presidencia está ocupada por Juan Miguel Hernández León) asegura que el espíritu fundacional de la sociedad sigue vigente: "El Círculo de Bellas Artes nació como una asociación libre de artistas, ajena a todo academicismo. Me gusta pensar que esa idea permanece y que el Círculo es un lugar de intercambio de ideas marcado por un cierto inconformismo y una total independencia". Esa libertad pasa por la autonomía económica. De los siete millones de euros que suponen el presupuesto anual de la sociedad, sólo un 30% es aportado por sus patronos (Comunidad y Ayuntamiento de Madrid, Iberia, Cajaduero y la Fundación del Colegio de Arquitectos de Madrid). El resto se consigue gracias a las cuotas de los socios, a la venta de catálogos, a los patrocinios de actos concretos y a la explotación comercial de las salas. Barja asegura que en el futuro "aspiramos a incrementar la actividad de exposiciones, mesas redondas, simposios y congresos…, y sobre todo que el Círculo sea un centro permanente de debate, que fue uno de los objetivos de los fundadores".

Hoy, el Círculo de Bellas Artes de Madrid cuenta con casi 5.000 socios y por sus salas pasan anualmente más de 1,5 millones de visitantes. El Círculo tiene mucha vida por delante. Por lo menos, para otros 125 años.

Varias de las fotografías de este reportaje pertenecen a José Luis Temes y figuran en el libro 'El Círculo de Bellas Artes de Madrid', editado por Alianza Editorial.

Baile de máscaras organizado por el Círculo
de Bellas Artes en 1929.
Baile de máscaras organizado por el Círculo de Bellas Artes en 1929.

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