Mi amigo Rafik Hariri
Conocí a Rafik Hariri al inicio de mi misión como enviado de la Unión Europea para el proceso de paz en Oriente Próximo, cuando él era ya presidente del Consejo de Ministros de un Líbano en el que empezaban a cicatrizar las profundas heridas que una larga y fratricida guerra civil había producido.
Recuerdo que ante mi optimismo inicial, Hariri me aconsejó hacer uso de la paciencia: "Oriente Próximo no se ha escrito en un día y la búsqueda de soluciones requiere visión y tiempo".
Muchas veces acudí a su casa, un palacete situado en el corazón de un barrio de clase media de Beirut, donde compartí mesa y conversación. También mantuve innumerables encuentros en su despacho, en el que destacaban varios cuadros impresionistas y un recargado mobiliario, tan al gusto del Levante. Su despacho y residencias en varias ciudades eran un reflejo de su poder económico.
Mi primera impresión al conocerle fue la de encontrarme ante un hombre parco en la palabra, quizás algo introvertido para ser político. Sin embargo, poco después, algunos amigos comunes me hicieron comprender que sus silencios y sus comentarios, a veces mal expresados en lengua extranjera, no eran más que el envoltorio que recubría una personalidad repleta de sustancia y visión política.
Así, poco a poco, tuve la suerte de ir descubriendo sus muchas virtudes y la capacidad de liderazgo de este libanés nacido en Sidón en 1944 y que emigró a los 25 años a Arabia Saudí, de donde retornó tras haber atesorado una colosal fortuna.
Al regresar no sólo invirtió buena parte de su patrimonio en la reconstrucción de ese Líbano desfigurado por la guerra y el odio, sino que trajo en sus maletas los Acuerdos de Taif. Es decir, la arquitectura de lo que sería la convivencia y reconciliación entre las distintas comunidades libanesas tras la guerra civil.
Él pensaba que tras los Acuerdos de Oslo [entre palestinos e israelíes] la paz tendría que llegar también rápidamente a Líbano y Siria. La paz no llegó y el país cayó en la espiral del endeudamiento. Fueron años difíciles, en los que tuvo que afrontar el rechazo de sus políticas por un creciente número de libaneses que condujo a su dimisión.
Pero su tenacidad y perseverancia le permitieron seguir trabajando por su país. Durante todos esos años Hariri fue convirtiéndose en un personaje clave e influyente desarrollando una personalidad política indiscutible. Factor ineludible de la vida política libanesa, conocía también los detalles y pormenores de las pequeñas y grandes negociaciones que afectaban a la región. Pude siempre beneficiarme de sus consejos cuando de manera directa participé en las negociaciones entre Siria e Israel y siempre fue un defensor acérrimo de la necesidad de encontrar una solución global para la banda sirio-libanesa del proceso de paz. Aun así, cuando se produjo la retirada unilateral de Israel del sur del Líbano, como buen patriota, se felicitó por la recuperación del territorio ocupado y rápidamente se convirtió en uno de los principales artífices de que el proceso pudiera transcurrir pacíficamente.
Le gustaba la negociación discreta y son muchos los documentos y papeles que compartió conmigo, haciéndome cómplice de sus esfuerzos y anhelos. Entre sus grandes éxitos están las cumbres que la Francofonía y la Liga Árabe celebraron en Beirut. Recibió a jefes de Estado y de Gobierno en su capital, una Beirut que recuperaba el esplendor de sus mejores tiempos en la que se construyeron grandes hoteles como el Fenicia o el Saint Georges, que han sido paradójicamente testigos mudos de su muerte.
Son muchas las anécdotas que guardo de mi amistad con Rafik Hariri. Recuerdo que en una ocasión perdí una apuesta con él. Fue en marzo de 2003 cuando durante una visita a Beirut le dije que en mi opinión se nombraría por primera vez a un primer ministro de la Autoridad Palestina en un plazo corto, que él consideró insuficiente. Acertó, y su intuición política me obligó a pagarle una cena en un céntrico restaurante beirutí, en la que pude conocer a su hija y saludar a un gran número de libaneses que cariñosamente se acercaron a su primer ministro.
A pesar de que nuestras agendas lo hacían muy difícil, siempre fue posible encontrar un hueco para verme con Rafik Hariri y analizar juntos la situación de Líbano y de la región en su conjunto. Cuando el Cuarteto adoptó la Hoja de Ruta, juntos analizamos la posibilidad de diseñar una Hoja de Ruta específica para el Líbano. Gran amigo de España y de los españoles, tuve el honor de recibirle junto con Su Majestad el Rey y el presidente del Gobierno, cuando en diciembre del año pasado vino a nuestro país a recoger un premio otorgado por el Programa Hábitat de Naciones Unidas por su esfuerzo y contribución a la reconstrucción urbanística de Beirut.
En los últimos meses, tras abandonar la jefatura del Consejo, mantuve una comunicación constante con él, de hecho nuestra última conversación tuvo lugar el domingo antes de que yo iniciara un viaje a la región y habíamos quedado en vernos pronto.
Hoy es un día triste para el Líbano, para Oriente Próximo, para todos aquellos que desean y trabajan por la paz y para mí porque he perdido a un gran amigo.
Miguel Ángel Moratinos es ministro de Exteriores de España.
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