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Columna
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Pido subvención

Pues estoy la mar de preocupada después de leer que el Gobierno de la Generalitat pondrá en marcha cinco oficinas que "apoyarán el derecho a vivir en catalán". Porque, si yo tengo el derecho a vivir en catalán, eso significa que el catalán es la lengua vehicular de todos los actos ordinarios y hasta extraordinarios de mi vida, desde que me levanto hasta que me acuesto (ambas cosas incluidas). O sea: leer el periódico, pedir el desayuno a un camarero, coger un taxi, ver la tele, comprar en el top manta, firmar una hipoteca, ver la pantalla de mi teléfono móvil, adquirir hachís con fines terapéuticos, ser piropeada por un obrero de la construcción, corear consignas en las manifestaciones, leer revistas de cotilleos, entretenerme con videojuegos violentos, ir al cine a ver versiones originales subtituladas, declarar en un juicio, ser estafada por un trilero, ligar en una discoteca o tener una cópula con un extracomunitario. Como ven, es imposible. Y si es imposible debería denunciarlo en la oficina de la Generalitat que quede más cercana a mi casa.

Claro que, si tengo que denunciar o quejarme por todo lo que no puedo vivir en catalán, mi vida se convertirá en un infierno. Me pasaré los días rellenando impresos en la oficina de la Generalitat. Y eso, aparte del desgaste físico, podría avinagrar mi carácter, cosa que, estando soltera como estoy, no me puedo permitir. Pero tampoco se trata de no denunciar, ya que la Generalitat es tan amable de abrir una oficina. Si todos dejamos de hacerlo, al final en Cataluña tendremos que usar el sistema de Irlanda: allí algunos ciudadanos llevan un pin en la solapa en el que se lee: "Hablo gaélico". O sea, que he estado pensando y creo que tengo una solución intermedia.

Se ha repetido y repetido que cuando tres catalanes se juntan en un país extranjero, montan un casal catalán. En él, se reúnen para sobrellevar la añoranza de la tierra, comer ternera con setas, hablar su lengua vernácula o bailar sardanas. Pues bien, vista la dificultad de vivir en catalán, ¿por qué no montamos casales catalanes en la propia Cataluña? Podrían recibir las mismas subvenciones que las casas regionales (como la de Andalucía) que ya existen aquí. Que conste que esta propuesta no es nueva. Hubo un grupo de ciudadanos que tuvo la idea hace unos años, aunque no prosperó. Esta vez, espero que sí. Piensen que un casal catalán situado en Barcelona sería un lugar de encuentro ideal para los cuatro catalanohablantes nostálgicos que aún quedamos. Allí, sin molestar a nadie, comeríamos pan con tomate del normal (es decir: del que se consigue frotando tomate en el pan, y no del que se consigue untando con un pincel en el tomate triturado), beberíamos cava o hasta Melody, escucharíamos CD de Antònia Font, y, sobre todo, practicaríamos el idioma. En el bar, podríamos decir: "Faci'm un tallat", y el camarero replicaría al ponérnoslo: "Si és servida". Además, el casal fomentaría las relaciones sociales, por no decir sexuales. Somos muchas las mujeres que nos excitamos al oír a un hombre que use los pronombres débiles con corrección. Si yo oigo que un hombre dice: "De més verdes en maduren", le entrego mi cuerpo ipso facto. A mí, un señor que haga la doble negación y pronuncie la ele geminada me enamorará al instante. Por eso, sé que un casal catalán en Cataluña sería el paraíso. La única pega que le veo es que con el tiempo se llene de escritores.

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