Soldado a los ocho años
En el mundo combaten en primera fila 300.000 niños. China Keitetsi fue uno de ellos en la Uganda de Museveni
Dice que los abusos y las humillaciones son para el alma como las cicatrices que lleva en el cuerpo. Y que no desaparecerán mientras viva. "En mis sueños veo las sombras de mis compañeros, los niños soldado que pusieron fin a su vida con sus propias armas para escapar de aquel infierno". China Keitetsi tiene 28 años, pero cuando contaba sólo ocho se enroló en el Ejército Nacional de Resistencia (NRA, en sus siglas en inglés) del hoy presidente de Uganda, Ioweri Museveni, que a mediados de los ochenta hacía estragos por todo el país. Se convirtió en una niña soldado para huir de una infancia llena de abusos. Su padre la abandonó "por ser niña" y la dejó en manos de una abuela y una madrastra que la maltrataron cruelmente. Como ella hay 300.000 niños envueltos en combates, según Amnistía Internacional.
"Con 14 años no era capaz de recordar el número de hombres que me habían tocado"
En el Ejército de Museveni no la trataron mejor. Antes de tener su primera menstruación tuvo que estar a disposición de cualquier oficial al que se le ocurriese exigir sus favores. A su condición de niña soldado sumó la de esclava sexual, "una herida que no se cura jamás", relata Keitetsi. Y que le reportó dos hijos. Un niño de más de 13 años y una niña de 10 de la que no sabe nada desde hace más de siete. A su primer hijo le vestía con trozos de su uniforme militar. El padre, un mando para el que trabajaba de guardaespaldas a cambio de 15 dólares al mes, se desentendió totalmente de ambos. "Con 14 años no era capaz de recordar el número de hombres que me habían tocado".
China Keitetsi ha escrito un libro: Mi vida de niña soldado. Me quitaron a mi madre y me dieron un fusil (Ediciones Maeva). Lo ha escrito para superar sus propia experiencia y sus terribles recuerdos. Colgado del cuello lleva un corazón de plata con una leyenda en cada cara: "Llora cuando debas. Ríe cuando puedas".
Es menuda, incluso parece frágil. Pero China Keitetsi llegó a ser una temible guerrillera. Relata las atrocidades en las que participó, las torturas, los asaltos brutales. Los cuenta en voz baja, a veces casi inaudible. Pero firme. Tiene una mirada dura, unos ojos achinados. Su verdadero nombre es Goret, pero un sargento, incapaz de pronunciarlo durante la instrucción, la apodó China por la forma de sus ojos. Hasta eso le robaron.
Explica Keitetsi cómo los mandos educaban a los niños soldados en el odio al enemigo para que fueran más sangrientos en los ataques. "Era la única manera de sobrevivir", cuenta entrecerrando los ojos para que no le moleste el humo del quinto cigarrillo que ha encendido y fumado compulsivamente en algo más de media hora. "El NRA nos daba las armas, nos enviaba a hacer la guerra por ellos, nos enseñaba a odiar, a matar, a torturar y finalmente abusaba de nuestros cuerpos", asegura rotunda.
Cuando ingresó en las filas de Museveni, el fusil AK-47 que le entregaron con su nombre era más grande que ella. "No necesitas ser muy grande, no necesitas poder, sólo necesitas tu arma", explica la joven ugandesa. Y entonces muestra su dedo índice de la mano derecha y haciendo el gesto de disparar una pistola dice: "Este dedo te da el poder porque pone la sangre de la gente en tus manos".
Todavía tiene ademanes de soldado. Se sienta con las piernas muy abiertas, cargada de hombros y lanza miradas duras. Durante el relato se mantiene serena. Pero llega un momento en que se quiebra. Entonces casi llora. Sólo casi. Se le ahoga la voz y concede: "En ocasiones me parece que tengo cinco años y otras veces siento que soy centenaria".
Tras diez años cargando su fusil decidió que debía de huir de nuevo. Su apuesta por la libertad debía de ser certera o de lo contrario sería fusilada en castigo por sus propios compañeros de armas. Dejó Uganda y tardó tres semanas en llegar a Suráfrica a través de Kenia, Tanzania, Zambia y Zimbabue. Allí descubrió que por segunda vez iba a ser madre. En esta ocasión había una diferencia con la primera: no tenía ni idea de quien podría ser el padre de su hija. Las violaciones habían sido sistemáticas. Siempre a partir de las nueve de la noche.
"Perdimos nuestra infancia y la dignidad como mujeres, perdimos el sueño tranquilo y aprendimos a odiar nuestra propia piel. No pensamos como niños ni como adultos normales, pero hemos engendrado criaturas con hombres de la edad de nuestros padres", explica Keitetsi.
Hoy esta niña-vieja de Uganda tiene estatuto de refugiada política en Dinamarca, donde vive desde 1999. Pero siempre le han acechado las malas noticias. Al poco tiempo de llegar a Copenhague e intentar seguir el rastro de su familia en Uganda descubrió que todos habían sido asesinados: su padre, su madre, sus hermanas. Todos.
Con una infancia arruinada y una juventud traumatizada, China Keitetsi afronta la madurez con una meta: ser la voz en el mundo de los niños soldados. Existen 500.000, de ellos 300.000 combaten en primera fila. "Estoy segura de que mis pesadillas no me dejarán en paz hasta que los miles de niños soldado que hay en el mundo se vean libres de sus creadores y opresores", confiesa. "Si algún cariño tengo todavía, es por la infancia siempre inocente". Otra cosa no le queda si no es el recuento de las pérdidas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.