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Columna
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Soñar con ser una vaca europea

Andrés Ortega

Representantes, religiosos o no, de países menos desarrollados, especialmente islámicos, son los que más han insisto en el Foro Económico Mundial de Davos en que el consumo no basta para lograr la felicidad de los individuos, y que ésta se puede lograr sin consumo adicional, aunque, claro, en materia de felicidad o tristeza, la del 5% más rico no es igual que la del 25% más pobre. Es otra forma de decir que el crecimiento económico no se debe producir a cualquier precio. Pero a la vez, como indicó un ministro egipcio, muchos en los países pobres sueñan con ser una vaca europea: dos euros al día de subvención -uno de cada cinco habitantes de la Tierra malvive con la mitad-, comida y alojamiento. El Diálogo Occidente-Islam entre 100 (el C-100) personas que va produciendo con ocasión del Foro de Davos, produce este tipo de contrastes. Y al cabo cuando no se tiene casi nada se aspira a consumir un mínimo. Esta globalización ya no es americanización ni occidentalización. China e India están negociando un acuerdo para aumentar el libre comercio entre ambas, algo que hubiera resultado insólito hace tan sólo unos años. Pero la globalización está basada en el consumo como elemento esencial, para los individuos, las empresas, las organizaciones y los Estados.

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La forma de enfocar algunas cuestiones cruciales varía, y afecta al sentido de la democracia. Por ejemplo, la democracia, o el papel de la religión. Lo que se llama "separación iglesia-Estado no tiene cabida en el islam", según Mowaffak Al Rubaie, asesor de seguridad nacional en Irak y probablemente llamado pasado mañana a ser ministro en el Gobierno de transición que salga de las urnas, para el cual el término de Estado "secular" equivale a antirreligioso en su cultura, por lo que prefiere usar hablar de "civil" y de un papel "asesor" pero no "supervisor" para la religión. Pero al cabo de la calle está la cuestión de la pobreza, en una globalización que está teniendo éxito, pero que ha dejado a 1.200 millones de personas en una situación peor que precaria. A la vez por moralidad y egoísmo, Chirac y otros hablaron de la necesidad de incorporar a esos perdedores u olvidados, en particular la castigada África, para "salvar la globalización".

En este 2005 se abre una ventana de oportunidad que si se deja escapar quizás no vuelva a presentarse en mucho tiempo para invertir esa tendencia y generar una agenda ya no tanto de objetivos sino de medios para lograrlo. De las reuniones del Grupo de los Ocho en julio, de la Cumbre para revisar los objetivos del Milenio de la ONU en septiembre y de la reunión de la Organización Mundial del Comercio en Hong Kong en diciembre para intentar desbloquear la liberalización comercial, ésta puede ser la más importante. Pues, aunque no cabe escudarse en ello para no aumentar la ayuda de forma sustancial y rápida, que los países subdesarrollados tengan acceso a los mercados de los países ricos es el mejor instrumento, como recordaron Schröder, Mbeki u otros. Según la ONG Oxfam, un aumento de 1% de las exportaciones de África (trágicamente importadora neta de alimentos) equivale a toda la ayuda directa o a través de condonaciones de deuda que recibe el continente. "25.000 familias de algodoneros en EE UU no deberían prevalecer sobre 10 millones de algodoneros en África", es un lamento a menudo escuchado. Lo que se requiere es que el mundo desarrollado, en este caso esencialmente Europa, Estados Unidos y otros países ricos, vayan eliminando sus subvenciones agrícolas -300.000 millones de dólares al año-, lo que políticamente no es nada fácil. Los consumidores europeos ganarían con ello. Pero, sobre todo, el día en el que los más pobres de la Tierra dejen de soñar con ser una vaca europea, mucho se habrá avanzado. Pues querrá decir que ser vaca en Europa habrá dejado de ser un chollo (al menos para su propietario), lo que contribuirá a que la condición humana recupere dignidad. aortega@elpais.es

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