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EL DEBATE PARLAMENTARIO DEL 'PLAN IBARRETXE'
Columna
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¿Un nuevo Suárez?

No cabe la menor duda de que en España existe el prestigio social del malhumor. Cualquiera que escriba en prensa debe hacerlo al borde de la indignación y dispuesto a maldecir a buena parte de sus conciudadanos. Sólo así se acaba por convencer de la rotundidad y la firmeza de las propias convicciones.

De ahí que la gestión de la negativa al plan Ibarreche por parte del presidente del Gobierno haya podido ser entendida por algunos como un ejercicio de ingenuidad beatífica o de inanidad programática y aun ideológica. Para otros, en cambio, resulta la evidencia de una traición a punto de ser perpetrada con agravantes de connivencia con organización terrorista y perversión maquiavélica. En mi opinión lo que ha logrado Rodríguez Zapatero ha sido producir un cambio espectacular en el panorama político con sólo hacer afirmaciones sensatas que han obligado a un cambio de todos los actores en el escenario. Esto -el famoso y ya tan vilipendiado talante- es muy positivo. Y contrapesa la labor de un Gobierno en que a menudo las bisoñeces, el orden de las prioridades y la tentación de responder a la crispación con más de lo mismo no le hacen ningún buen servicio.

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Lo que sucede es que a quien se parece Rodríguez Zapatero es a un ilustre y desgraciadamente ausente de la vida pública española, Suárez. Como él, apareció súbitamente sin haber destacado antes en nada especial: en política una imagen desdibujada inicial es a menudo mejor que la precisa. También, como en su caso, una vertiente decisiva de su personalidad es la modestia. Suárez reconocía ser una persona normal y tener muchas carencias; su sucesor le atribuyó el complejo de regular bachiller. Idéntico origen tiene la pretensión de Rodríguez Zapatero de que la política siga el rumbo de la resultante entre los acuerdos de las diversas opciones. Nada que ver, en todo caso, con la mística del cambio que exaltó a González a la prepotencia y a su oposición a la impotencia en aquellos meses, a comienzos de los ochenta, en que incluso su mujer era considerada como una de las diez españolas más atractivas.

Hay que recordar algunas de las frases más identificadas con la gestión de Suárez para ver hasta qué punto tienen paralelismos con actitudes del actual presidente. En realidad aquel "elevar a la categoría de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal", detestable desde el punto de vista gramatical, se parece mucho a lo que Zapatero está dispuesto a hacer en la reforma constitucional. La emprende no porque Maragall sea raro, sino porque lo somos todos los españoles y la situación actual exige un reajuste sensato. "Vamos a intentarlo juntos", concluyó Suárez en su primera alocución televisiva. Ahora la repite Zapatero, consciente de que en España la apelación al consenso siempre produce efectos milagrosos. Suárez recordó para explicar sus dificultades aquello de que tenía que "cambiar las cañerías dando agua cada día". Zapatero se enfrenta a la labor reformista con las cañerías de su propio partido, de los que abominan de cualquier cambio o de los que los desean excesivos echando agua a borbotones.

¿Conseguirá su propósito? Recuérdese cómo lo hizo entonces el ex presidente. Siguiendo la divisa de Maquiavelo mantuvo siempre en suspenso y asombrados los ánimos de sus súbditos, algo que al menos Zapatero ya ha sido capaz en una ocasión. No da para mucho recorrido en el futuro, pero algo ya es. La trayectoria reformista de Suárez fue también un ejercicio semejante a la Alicia de Lewis Carroll: un menguar y crecer de forma sucesiva. Casi pidió perdón por existir en un principio para acabar por hacer mejor que la oposición aquello que ésta pretendía. No parece imposible que Zapatero lo logre, ya que ha iniciado esta senda.

Claro está que el mal humor siempre tendrá su prestigio y que habrá, además, muchísimas razones para justificarlo.Una sentencia de habitual cumplimiento en la política española asegura que si las cosas van mal con un poco de paciencia acabarán peor. Pero eso no se cumplió en una ocasión decisiva ni tiene que repetirse en la actual.

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