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Reportaje:

El país de los kurdos

Hoy, coincidiendo con las elecciones legislativas y provinciales previstas en Irak, el Kurdistán iraquí está llamado a las urnas en sus segundas elecciones regionales, las primeras tras la caída de Sadam. Un día importante para un pueblo que quiere gobernarse a sí mismo y vivir en paz.

Juan Carlos Sanz

"Esto no es Irak, usted ha entrado en el Kurdistán libre". La bandera que ondea en el puesto de Habur, nada más atravesar la frontera turca, no es la iraquí, sino la tricolor kurda. Tras hacer esta puntualización, el funcionario de la Administración del Partido Democrático del Kurdistán (PDK), el grupo que controla la estratégica aduana, entrega al viajero un visado expedido por el Gobierno Regional del Kurdistán, a modo de salvoconducto, para circular por el norte de Irak. "Bienvenido al Kurdistán libre. Ser chaw", saludan entonces a coro los policías con la tradicional fórmula de respeto: "Te llevo en mis ojos".

Beben muy despacio té ardiente en vasos de tulipa mientras observan cómo un todoterreno Hummvie con soldados de las fuerzas especiales de Estados Unidos serpentea por el valle del Tigris hacia las llanuras de Mesopotamia.

El Kurdistán iraquí vive una independencia de hecho desde la primera derrota de Sadam Husein en la guerra del Golfo de 1991. La represión desencadenada entonces por el régimen baazista y el éxodo masivo de civiles hacia los países vecinos provocó una reacción internacional para proteger a los kurdos de un nuevo exterminio. Las aviaciones de combate de Estados Unidos y el Reino Unido impusieron una zona de exclusión aérea, un paraguas frente a las amenazas de Bagdad bajo el cual se han sentado las bases de un autogobierno kurdo que, a pesar de las disputas internas, se ha afianzado con la votación de un Parlamento autónomo en 1992 y la celebración de comicios locales en 2002.

Ahora, coincidiendo con las elecciones legislativas y provinciales previstas en Irak, los kurdos están llamados a las urnas en sus segundas elecciones regionales, las primeras tras la caída de Sadam. El periodista y escritor Manuel Martorell (Elizondo, Navarra, 1953) es el principal experto español en la cuestión kurda. Autor de libros como Los kurdos: historia de una resistencia y Kurdistán: viaje al país prohibido, sigue de cerca los cambios históricos que ha experimentado el norte de Irak en las dos últimas décadas. "Casi toda la población kurda iraquí -cinco millones en un territorio semejante a Andalucía- se vio afectada durante los años ochenta por la campaña del Anfal, es decir operaciones militares de destrucción total de pueblos y ciudades y aniquilación en masa de la población civil, con cerca de 200.000 asesinatos", recuerda Martorell para intentar explicar el rechazo que sienten en la actualidad los kurdos frente a la mayoría árabe de Irak, a la que "en el fondo consideran, en mayor o menor grado, cómplice del genocidio".

"Viajé a Mosul a finales del verano pasado para visitar a unos familiares que viven en la orilla izquierda del Tigris, en la zona kurda. Pero por nada del mundo volvería ahora allí", relata Selim Salih, un profesor universitario de Dohuk, capital de la provincia más septentrional del Kurdistán autónomo iraquí. Hacia Mosul, la tercera ciudad del país y feudo de la insurgencia suní a la ocupación militar norteamericana, fluye cerca del Tigris un verdadero río de maquinaria agrícola, coches alemanes de segunda mano o material para la reconstrucción de un país arrasado por tres guerras. Convoyes kilométricos de camiones atraviesan a diario el puesto de control de Aloka, en las afueras de Dohuk, en la carretera que se dirige hacia Mosul, 50 kilómetros más al sur.

El comisario de policía kurdo que está al mando en Aloka suda copiosamente, cierra el paso y calla con aire nervioso. Pocas horas antes, al menos 14 militares norteamericanos han muerto en el comedor de un campamento militar, en uno de los peores atentados lanzados por la insurgencia desde el final de la guerra. Una patrulla militar de Estados Unidos monta guardia, con una ametralladora pesada sobre su jeep, para vigilar el constante paso de camiones del Gobierno de Bagdad en su ir y venir hacia la frontera de Habur. Mientras tanto, los secuestros y asesinatos de transportistas turcos han forzado el corte de suministro de combustible a las gasolineras del norte de Irak. Todo un sinsentido en un país productor de petróleo.

También es Navidad en Dohuk, donde una importante comunidad cristiana convive con el pueblo kurdo, musulmán de rito suní en su mayoría. El hipermercado Mazi, que se precia de ser la única gran superficie moderna de todo Irak, mantiene encendidas las luces de fiesta cerca de la medianoche. Los adornos navideños llevan el precio en dólares, como casi todos los productos en el norte de Irak, aunque también es posible pagar en euros, e incluso en los devaluados dinares iraquíes. Pero los vendedores del centro comercial nunca han visto una tarjeta de crédito. El gobernador de la provincia de Dohuk, Neyerban Ahmed -miembro del PDK, como todos los responsables políticos o económicos de la zona-, visita el hipermercado a esa hora acompañado de una delegación de inversores franceses. "Esto no es Faluya, esto es el Kurdistán, aquí no hay violencia. Pero el mundo sólo tiene la imagen de las bombas y los secuestros en Irak", sentencia.

"Esto está bien, mira". Frente al centro comercial Mazi, al otro lado de la carretera, el profesor Ramadán Suleimán observa en su casa del campus de la Universidad de Dohuk un anuncio electoral emitido a través del canal de televisión por satélite Al Arabiya. Las imágenes muestran una encrucijada de calles en una ciudad iraquí en ruinas donde confluyen sendas manifestaciones de chiíes, suníes y kurdos. Se cierran el paso unos a otros mientras redoblan la intensidad de sus gritos, y esgrimen puños, palos y algún que otro Kaláshnikov. Cuando todo hace presagiar lo peor, entre duras miradas de odio, de cada grupo surge un niño para improvisar con una pelota abandonada un partido de fútbol, el deporte favorito de todos los iraquíes. Los adultos sonríen entonces y dejan caer sus armas al suelo mientras una voz en off viene a decir algo así como: "Juntos podemos conseguirlo. Vota".

Dentro del proceso electoral iraquí, ensangrentado por la violencia, Martorell destaca el éxito político en el Kurdistán del Movimiento por el Referéndum de Autodeterminación, que dice haber recogido más de dos millones de firmas para exigir que antes de redactar la nueva Constitución iraquí se pregunte al pueblo kurdo si quiere seguir perteneciendo a Irak. "Nuestra situación no ha variado tanto desde 1992, cuando rompimos con Sadam Husein. Pero los demás iraquíes han experimentado grandes cambios tras la caída del régimen", argumenta Ramadán Suleimán, profesor de la Escuela de Ingeniería. "Ahora somos un elemento indispensable para despejar la ecuación política del Irak actual. No hay solución posible para Irak sin una federación en la que los kurdos tengan su propio espacio vital", precisa, en alusión a la compleja demarcación territorial de la provincia de Kirkuk y sus ricos yacimientos de petróleo.

Profesora en la Universidad de Suleimaniya y cooperante con una ONG kurda, la madrileña María Sancho, de 35 años, tuvo el raro privilegio de vivir durante dos años la realidad del Kurdistán iraquí, cerrado casi a cal y canto al exterior a causa del bloqueo de sus fronteras. Regresó a España a petición de su familia antes de que Estados Unidos desencadenara la guerra que derrocó a Sadam Husein. "En el año 2001 fui a conocer la situación del país por dentro. Me dijeron: 'Ven, mira y cuéntalo, necesitamos que la gente en el exterior conozca nuestra situación'. Yo ya había trabajado en cooperación internacional en África; pero en esa tierra, en la Mesopotamia que es la cuna de lo que pensamos y lo que creemos, encontré muchos más valores comunes", explica en Madrid en los primeros días de 2005, a punto de emprender el regreso a las montañas del norte iraquí, un territorio sembrado con 10 millones de minas antipersonas, para colaborar con una ONG escandinava que ayuda a los refugiados.

"A pesar de los cambios, no hay que olvidar que el Kurdistán también es Oriente Próximo", reconoce María Sancho, que recuerda cómo en la Facultad de Filología de Suleimaniya, capital de la zona sur de la región kurda, las estudiantes enlutadas con el chador confraternizaban con otras alumnas que acudían a clase en vaqueros. "Las abuelas visten con colores alegres, en la mejor tradición kurda, mientras las nietas van cubiertas con el hiyab [pañuelo islámico] a causa de la presión de los integristas. Las mujeres han perdido en las ciudades el poder económico que tenían en la sociedad tradicional del campo", analiza la profesora española para describir la ruptura de la estructura de protección social que suponía el clan, el grupo tribal kurdo.

"Suleimaniya es una ciudad abierta, comercial, con un talante bastante liberal; pero cerca de ella se encuentran también las mal llamadas ciudades colectivas, donde fueron desplazados miles de campesinos -viudas de las víctimas del exterminio kurdo, sobre todo-, que acabaron perdiendo sus raíces rurales en los campos de concentración". María Sancho es una de las pocas extranjeras que pudieron moverse con libertad por la campiña kurda en un momento en el que las tropas de Sadam Husein patrullaban a escasos metros de los poblados de refugiados.

Yamal Yusef, líder en Dohuk de la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK), el segundo gran partido kurdo, cree que, "gracias a las buenas condiciones de seguridad", la participación electoral va a ser muy elevada en el norte de Irak. "Estas elecciones van a servir de ejemplo democrático para todo Oriente Próximo", sostiene, aunque también reconoce que en muchas zonas del país no se podrán constituir los colegios electorales. "Los kurdos tenemos ahora la oportunidad de compartir nuestra experiencia democrática con el resto de Irak. Pero hay que construir un verdadero sistema federal: ésa es nuestra principal condición para cooperar en la construcción del futuro de Irak".

Mientras ultima el guión de un programa sobre la situación en el norte iraquí para la cadena catalana TV3, Manuel Martorell considera que el nacionalismo kurdo se ha radicalizado. "Hay una clara conciencia colectiva de que hay que aprovechar esta ocasión histórica para reconstruir el Kurdistán y sentar las bases de una situación sólida de seguridad". En su opinión, los dos principales partidos van a permitir un cambio en el panorama político, dando entrada en el Parlamento regional a otras opciones religiosas, étnicas o políticas, como válvula de escape para los sentimientos radicalizados de la población y para reflejar con mayor fidelidad la diversidad política, religiosa y cultural del Kurdistán iraquí. "Lamentablemente, todo indica también que, aunque se unifiquen las instituciones principales -Parlamento y Gobierno-, seguirán existiendo dos administraciones regionales", precisa. Tras el conflicto interno que enfrentó a ambos grupos entre 1993 y 1998, la región kurda se encuentra dividida de hecho en dos sectores: uno en el norte, dirigido por el PDK de Masud Barzani desde Erbil, y otro en el sur, con capital en Suleimaniya, bajo control de la UPK de Yalal Talabani.

Para la cooperante española María Sancho, los líderes kurdos han madurado y son ahora "más realistas". El embargo exterior y las presiones de los poderosos Estados vecinos (Turquía, Irán y Siria), todos ellos con importantes minorías kurdas, sembraron, a su juicio, la semilla de la guerra civil entre los kurdos del norte de Irak. Sancho resalta ante todo los cambios sociales experimentados en el Kurdistán iraquí: "Está surgiendo un incipiente Estado de derecho. El sistema ofrece unas mínimas garantías legales, con la presencia de abogados en los procesos… Hay también una determinada libertad de expresión dentro de cada partido y organización social".

"Para que haya sociedad civil hace falta primero desarrollo económico", advierte Martorell. "La ventaja del Kurdistán iraquí es que cuenta con recursos naturales -especialmente agua, lo que favorece una gran producción agrícola y ganadera- y una cuota de los beneficios del petróleo que se extrae de su subsuelo".

El Kurdistán se ha convertido poco a poco en el área de descanso de Irak. Montañas surcadas de lagos y torrentes para quienes pueden permitirse el lujo de escapar de la pesadilla de calor y odio de Bagdad, Basora o Mosul. Y sobre todo para los marines que logran tomarse un respiro lejos del infierno de violencia que acecha en el Triángulo Suní, el epicentro de la violencia en la posguerra de Irak. "Los parajes de gran valor natural y el clima agradable están potenciando de nuevo un turismo interior en el Kurdistán, en zonas que ya fueron explotadas bajo el régimen de Sadam Husein", asegura Martorell, quien sostiene que en el desarrollo futuro del norte de Irak es clave la apertura al tráfico comercial de los aeropuertos de Erbil y Suleimaniya, que ahora sólo tienen un uso limitado a vuelos oficiales y de ayuda humanitaria. "El Kurdistán está aislado, rodeado de enemigos, sin una salida directa al resto del mundo. Estos aeropuertos suponen un hito histórico porque pueden deshacer esa maldición ancestral".

Con los fusiles de asalto en bandolera, grupos de soldados norteamericanos hacen sus últimas compras navideñas en el bazar de Dohuk, un gran zoco cubierto de inspiración otomana donde la actividad comercial es incesante. Con la cabeza escrupulosamente tocada con el kefiye, o pañuelo kurdo, el joyero Nazar Baruary, de 42 años, asegura que el negocio va bien: "Casi todo el mundo invierte sus ahorros en oro de 21 quilates". Es un valor seguro en medio de la incertidumbre de más de medio siglo de revoluciones, dictaduras, persecuciones y guerras en Irak. "¿Las elecciones? Hay que votar. Está en juego nuestra libertad", asegura sonriente en su tienda del bazar este antiguo peshmerga, combatiente o miliciano, que en lengua kurda significa "el que va a morir".

Al final, María Sancho reconoce que el Kurdistán iraquí sigue siendo una "sociedad en armas" que se siente todavía amenazada. "Yo me moví sin armas y en transporte público por toda la región sin problemas. Pero los kurdos son un pueblo terco, y esta vez se han preparado para la paz, así que estoy segura de que lo conseguirán".

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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