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Reportaje:CARTA DEL CORRESPONSAL | Banda Aceh

El miedo domina a niños y mayores

Ana Carbajosa

Muskin tiene 34 años, y hasta hace un mes compatibilizaba su trabajo de profesor de inglés en Meulaboh con un negocio de compra y venta de terrenos, además de ser el propietario de una tienda de ultramarinos. El colmado se lo llevó el mar, ya no puede vender parcelas porque nadie tiene dinero para comprarlas, no puede dar clases porque su colegio se ha convertido en un campo de refugiados y su propia casa también se fue con las olas. Ahora vive en casa de unos amigos junto con otra familia y debe empezar su vida desde cero. Como él, decenas de miles. El antes y el después del tsunami ha sido brutal, no sólo para los que han perdido a sus familiares, sino para todos los que viven en la provincia indonesia de Aceh.

¿Cómo le pueden quedar ganas de reírse? "Porque ya no me quedan lágrimas, y, si mi vecino me ve triste, se va a poner peor"

Como Muskin, miles de indonesios que se han quedado sin techo se han repartido por todo el país en casas de familiares y amigos que les visten, les dan de comer y les animan. Por eso, al Gobierno de Yakarta le está resultando extremadamente difícil identificar a los potenciales refugiados, más allá de los cerca de 400.000 que se hacinan en los campos de desplazados. El mundo entero se pregunta con espanto qué va a ser de los miles de huérfanos que ha dejado el tsunami, pero muchos de esos niños ya están instalados en las casas de los vecinos de sus padres o en las de parientes lejanos. "Por ahora, apenas hemos encontrado niños solos, y los que están con algún conocido, si están bien, de momento se quedarán ahí", aseguran desde Unicef.

Aquí a los niños no se les abandona, pero eso no les priva de la tristeza y del terror. Porque en la nueva vida domina en los grandes y los pequeños el miedo a una nueva catástrofe. Y las réplicas del seísmo, que no se olvidan de hacerse notar casi cada día, tampoco ayudan mucho. Ayer volvió a temblar la tierra, y doy fe de que asusta. Muchos habitantes de Aceh han trasladado los colchones al salón de sus casas, para estar más cerca de la salida. Las puertas permanecen abiertas de par en par toda la noche, por si acaso.

Por la mañana, y con pocas horas de sueño encima, toca salir a buscarse la vida. El tsunami ha provocado una inflación que mantiene los precios muy por encima de los de hace un mes. La escasez de alimentos -enormes extensiones de cultivo han quedado anegadas, almacenes y tiendas de comestibles se han ido con la marea y muchas carreteras son intransitables- ha hecho que los precios se disparen y que adquirir lo básico se convierta en una tarea hercúlea para la mayoría de la población. Una pequeña botella de agua costaba 1.500 rupias (unos 15 céntimos de euro, antes de la catástrofe), y hoy cuesta más de 2.000. No les queda más remedio que conformarse con las raciones que reciben en los campos de desplazados: arroz y fideos chinos, pero hay necesidades como el tabaco que son difíciles de aplacar incluso con un cataclismo como el que ha vivido Aceh. Los cigarrillos se han convertido en un bien preciado, y sacar un paquete de tabaco en público significa olvidarse de él de inmediato.

Catástrofes como ésta hacen además que no falten tampoco los vivos que han hecho del tsunami su negocio. La gasolinera de Meulaboh quedó destrozada por el seísmo y posteriormente abandonada por sus gerentes. Ahora, por las noches, los furtivos sacan la gasolina almacenada todavía bajo tierra y la venden a precios desorbitados a la luz del día.

Y sí, en los mercados cada vez hay más puestos y más gente empieza a salir a la calle, pero la vida en Aceh está lejos de haber recobrado su pulso normal. Los más de 50.000 militares indonesios desplegados en la zona se pasean arriba y abajo en camiones militares y a pie, fusil en ristre, por las calles de las principales ciudades.

Los helicópteros de media decena de países van y vienen llevando ayuda a todas horas. Se han convertido además en el único medio de locomoción de cooperantes, políticos y periodistas para acceder a las zonas que se han quedado aisladas después de que el terremoto resquebrajara las carreteras. Los aparatos desaniman al más locuaz a mantener una conversación de más de diez minutos, porque tarde o temprano se verá interrumpida por el sonido de las hélices.

Pero lo más increíble es que en Aceh, pese a todo, la gente no deja de sonreír. Un maestro de Meulaboh intentaba contar que había perdido a la mitad de su familia en el maremoto, pero le entró un ataque de risa floja y no pudo terminar porque los hombres de piel blanca achicharrada por el sol -a los que no están acostumbrados a ver por haber estado prohibido el acceso a los foráneos hasta después del tsunami- le hacían gracia. ¿Cómo les pueden quedar ganas de reírse?, se preguntan los extranjeros. "Me río porque ya no me quedan más lágrimas, y porque si mi vecino me ve triste, se va a poner peor", explicaba un hombre en Banda Aceh. Más de treinta años de conflicto y de pésimas condiciones de vida han enseñado a esta población a encajar los golpes. Pero éste es demasiado fuerte, tanto que muchos habitantes de Aceh tienen una sensación de irrealidad de la que tardarán en despertarse.

Personal sanitario australiano atiende a una mujer herida por el <i>tsunami</i> en la isla de Sumatra.
Personal sanitario australiano atiende a una mujer herida por el tsunami en la isla de Sumatra.REUTERS

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Sobre la firma

Ana Carbajosa
Periodista especializada en información internacional, fue corresponsal en Berlín, Jerusalén y Bruselas. Es autora de varios libros, el último sobre el Reino Unido post Brexit, ‘Una isla a la deriva’ (2023). Ahora dirige la sección de desarrollo de EL PAÍS, Planeta Futuro.

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