El genio europeo
Me despierto y lo hago rodeado de biblias azules que reproducen el tratado por el que se establece una Constitución para Europa. El domingo pasado dejó en mi casa una estela de esas pequeñas biblias que repartían gratuitamente los periódicos y que terminé por coleccionar aunque, a decir verdad, fueran libros azules todos aparentemente iguales, a la espera de las versiones finesas, lituanas, eslovacas, francesas, maltesas, suecas, que, por otra parte, también habrán de ser iguales y dirán lo mismo, aunque quizá no digan -no hay poesía en el tratado- que Europa es demasiado grande para estar unida, pero es demasiado pequeña para estar dividida, lo que significa que para bien o para mal siempre convivirá con ese doble destino.
Me despierto y me digo que sería clarividente aceptar, de una vez por todas, ese doble destino. Me despierto y pienso en el genio de Europa y en el del mundo, y recuerdo que ya Francis Scott Fitzgerald había dicho que el indicio más claro del genio es saber manejar dos ideas contradictorias a la vez. En psicología social todo esto se conoce desde hace años con el nombre, si no me equivoco, de disonancia cognitiva, aunque otros la llaman compartimentación. También Walt Whitman, como Fitzgerald, tenía la impresión de que esa convivencia era propia de la genialidad: "¿Me contradigo? Muy bien, me contradigo". Seguramente actuar así nos hace sentir como estimulante el síntoma de que uno es amplio y contiene multitudes. Europa es grande y las contiene. Pero Europa al mismo tiempo es pequeña y las contiene igual. Muy bien, ya estamos instalados en la contradicción. Hay que vivir en ella. Pensar como pensaba el aforista estadounidense Yogi Berra que esa contradicción no es tal, es simplemente llegar a una desviación en el camino y tomar las dos direcciones. Perejil no es España. Claro. Y lo contrario también. Para el gato de Schrödinger es la paradoja cuántica de estar vivo y muerto al mismo tiempo.
Me despierto y veo un mundo de biblias azules que quedaron ahí sobre la mesa de trabajo, sobre la mesita de noche, sobre el televisor, en la biblioteca. Y me pregunto si podré acostumbrarme algún día a vivir rodeado de esos libros azules que parecen tener la pretensión cortazariana de invadirme la casa. Estoy recordando, pues, aquel cuento de Julio Cortázar titulado La casa tomada, un relato que profetizó una de las fantasías o terrores más recurrentes de los europeos de hoy y que consiste en decirnos que la casa es nuestra y tenemos ya en ella nuestras biblias azules bien desperdigadas por la vivienda, nuestro proyecto plural de Constitución, pero que también es verdad que la casa va siendo tomada por extrañas fuerzas que parecen proceder de nosotros mismos.
Me despierto y observo los azules bíblicos de ese tratado fundado en honor de una economía para la que inventamos el adjetivo boyante. "Somos prósperos, florecientes, triunfantes, boyantes", dice el himno nacional europeo todavía por inventar. La casa es mía y no lo es. Me decido por fin a abrir el tratado y leo que "para alcanzar los fines enunciados, la acción de los Estados miembros y de la Unión incluirá la instauración de una política económica que se basará en la estrecha coordinación de las políticas económica de los estados miembros...". Y bien, me digo, falta poesía. Pero estamos ya todos despiertos, con la conciencia, además, de que sólo lo difícil es estimulante. Estamos en casa y se oyen ruidos de pistolas y bombas al fondo del corredor. Pero la poesía está por llegar, no queremos renunciar a la genialidad.
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