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Columna
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Que vuelva el anuncio de la Casera

El locutor Toni Marín me invita a consumir en un bar llamado Kabara, en la calle de la Junta de Comerç, de Barcelona. Es un bar moderno y agradable y a mí no hay nada que me guste más que consumir con el locutor Marín en los bares modernos y agradables. Cuando el camarero nos pregunta qué vamos a tomar, el locutor Marín pide un whisky con Coca-cola. Entonces, el camarero sonríe y le informa que no podrá ser. "En este bar", le comunica, "se boicotea a la Coca-cola".

No le preguntamos la razón del boicoteo, aunque suponemos que es por el hecho de ser un producto americano. A mí, que por principios morales boicoteen los productos americanos, los chinos o los moldavos me parece de lo más respetable. La lástima es que me obliguen a boicotearlos a mi también y, por tanto, a compartir sus principios morales (podría darse el caso que yo fuese proamericana, por ejemplo.) Es una forma de actuar calcada a la de esos señores que montan farmacias, pero en ellas no venden preservativos, porque va contra sus creencias religiosas. Pero, desde luego, siempre que me encuentro en un caso así soy la reina de la tolerancia. Y mi amigo, el locutor Marín, lo mismo. Por eso, renuncia al producto boicoteado y pide el whisky con otra marca de cola. El camarero, diligente, le trae un botellín de cola de la empresa PMI. Y ahí llega el segundo contratiempo de la noche. Precisamente, el locutor Marín, boicotea los productos PMI, dado que la empresa PMI es la segunda marca de Leche Pascual, y el locutor Marín decidió no comprar leche Pascual después de que Leche Pascual anunciara que no compraría leche catalana. Claro que podríamos pedir Mecca-Cola, que es la alternativa sostenible y enrollada a la Coca-Cola.

Pero no lo hacemos porque es muy cara, su sabor no nos convence y, además, hacemos nuestras las palabras de un amigo marroquí sin papeles.

Él siempre dice: "Yo no he atravesado el estrecho ilegalmente y he estado a punto de morir para llegar a Europa y beber Mecca-cola. Yo quiero Coca-cola". Y de este modo, el cubalibre queda descartado.

Podríamos pedir una botella de cava, pero abandonamos la idea al instante. Puede que en el bar también lo boicoteen. Cuando Carod Rovira dijo que, si no se apoyaba al hockey catalán, Cataluña no apoyaría la candidatura olímpica de Madrid, unas cuantas voces pidieron el boicoteo a nuestro cava. No, mejor no arriesgarse. Claro que podríamos pedir champán francés en lugar de cava, pero es arriesgado. Puede que en el bar haya algún americano que -a pesar del tiempo que hace de lo de la guerra de Irak- siga boicoteando los productos franceses.

Después de darle muchas vueltas, mi acompañante pide el whisky solo. Yo, después de darle no menos vueltas, no pido nada. "¿Nada?", se extraña el camarero. "Nada", le digo con tristeza. Porque yo también he decidido hacer un boicoteo. Y por culpa de este boicoteo me voy a quedar sentada en el taburete sin beber durante toda la noche. No quiero arruinar el negocio de este camarero tan agradable. Pero mis principios, como los suyos, pasan por encima de mis deseos. Ya me gustaría a mí poder gastar en copas y más copas, pagar rondas y más rondas a todos los clientes solteros del bar. Qué más quisiera yo que saciar mi sed con algún refresco o combinado alcohólico. Nada me apetecería más. Pero es que desde ahora mismo boicoteo los productos que no estén etiquetados en catalán. Eso, como pueden comprender, reduce mis posibilidades bebedoras a un vaso de leche, a un vaso de agua o a nada.

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