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Columna
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Invierno en Pekín

Para los corifeos radiofónicos de una emisora local, el viaje a Pekín de la presidenta Aguirre es comparable con el primer periplo de Marco Polo. A las nueve de la mañana, el más entusiasta de la tropa proclama con desparpajo que el tour de la Esperanza es más relevante y está mejor orientado que el viaje de los Reyes a Marruecos, porque China es el futuro y el islam ya sabemos que no tiene remedio. Escucho los ditirambos a bordo de un taxi varado en el clásico, olímpico, atasco de la Castellana y me pregunto si los rostros crispados que observo en los vehículos, literalmente colindantes, se deben a los cotidianos, pero nunca asumidos, problemas circulatorios, o a las arengas de tan enfervorizados cantamañanas que anuncian un apocalipsis todos los días, la gran liquidación final de existencias, desatada por la "debilidad" del Gobierno de Zapatero y sus malas compañías.

Esperanza Aguirre posa junto a la Gran Muralla entre dos soldados del ejército rojo, con un gorro naranja y una sonrisa tibia. Esperanza Aguirre viene de visitar la plaza de Tiananmen, la Ciudad Prohibida y el mausoleo del Gran Timonel, Mao Tsetung, que dejó de ser una amenaza, el peligro amarillo, cuando en la prensa occidental cambiaron su nombre por Mao Zedong y que hoy no pasa de ser una reliquia venerable y tan olvidada como su doctrina política. Los viejos y seminuevos burócratas del partido único han aplicado una vez más la teoría del yin y el yang y han tomado lo peor de ambos mundos, el férreo control político y policiaco, de los totalitarismos orientales y el neoliberalismo económico de las democracias occidentales.

Pero se trata de un viaje institucional y promocional y ningún político que se precie de serlo, y del signo que sea, hablaría en estas circunstancias de temas secundarios como los derechos humanos, la pena de muerte o la ausencia de elecciones democráticas. Eso únicamente se hace cuando los viajeros son de signo político contrario.

La visita de Aguirre tiene como objetivo fundamental la promoción de la candidatura olímpica de Madrid, el estrechamiento de los lazos comerciales, culturales y turísticos, y por último, pero no por ello menos importante, según el criterio presidencial, la simplificación de los trámites de adopción de niñas chinas por parte de familias madrileñas; el año pasado fueron adoptadas sólo en esta comunidad 4.000 niñas de esa nacionalidad, y la demanda crece. Elegir la nacionalidad, y con ella muchas veces la raza de las criaturas a adoptar, es, como mínimo, una frivolidad imperdonable.

Mientras Esperanza y su consejera de Asuntos Sociales discuten sobre el excedente natalicio con las autoridades chinas, 20 empresarios españoles, mayoritariamente del sector de la construcción, se muestran más impresionados por el auge del sector inmobiliario de Pekín a tres años de la cita olímpica que por la imperecedera y colosal arquitectura de la Gran Muralla. Cientos, tal vez miles, de torres y rascacielos, dice el corresponsal de EL PAÍS, se construyen estos días en la capital de la república popular y los constructores patrios, al tiempo que intentan meter baza en tan suculento mercado, tal vez sueñan con una fiebre inmobiliaria semejante en Madrid, aunque a escala más reducida.

En cuanto a los lazos culturales, la contratación por parte de la Comunidad de la Orquesta Nacional de China, a domicilio, parece un buen preámbulo, como lo es en el ámbito turístico el anuncio por parte de la presidenta de un próximo puente aéreo Madrid-Pekín, que sería de gran utilidad, si no se suben a la parra con las tarifas, para los miles de inmigrantes residentes en Madrid, cientos de ellos, por cierto, vecinos de la presidenta, que tiene su residencia palaciega en una multicultural zona del centro que empieza a parecerse a Chinatown, sin las connotaciones peyorativas de los mal llamados barrios chinos.

Hasta el momento, la mejor noticia que he leído sobre la candidatura olímpica madrileña es la noble aspiración de sus miembros de reducir el tráfico urbano en un 10%. Deberían hacerlo al menos el día de la maratón, para que los atletas no se asfixien del todo con nuestros malos humos.

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