Estética transatlántica
Pasado mañana se celebrará en Washington el acto solemne y multitudinario que una mayoría de europeos hubiera deseado no llegara a producirse nunca. Algunos incluso creyeron poder ayudar a impedirlo con extrañas alianzas transatlánticas con más vocación misionera que la que decían querer impedir. En un ambiente de exaltación patriótica, referencias e invocaciones al Dios de los Padres Fundadores, himnos a la firmeza y a la providencia y advertencias a los enemigos de la nación norteamericana, George W. Bush será investido por segunda vez como presidente de los Estados Unidos de América. La prensa mayoritaria y gran parte de la opinión pública europea volverán a reírse de la simbología norteamericana, ridiculizarán al electorado que le dio la mayoría al "tejano inculto", reiterarán los insultos al "cowboy Bush" en el mejor de los casos y al "asesino" en el peor y más común en ciertos sectores. Después de la fiesta, es previsible que el presidente Bush se retire a celebrar este gran día de su vida con su amplia familia, encabezada por el "daddy, Bush padre, one term president", sin siquiera enterarse de lo molestos que pueden estar, con el hecho de esta ceremonia, gentes tan diversas como el francés Jacques Chirac, francés, y Gaspar Llamazares, asturiano de adopción.
Lamentablemente, las diferencias transatlánticas actuales no pueden ser reducidas a caricatura y las simplezas políticas tan omnipresentes en las obscenidades patrióticas de una bolera republicana del medio oeste norteamericano como en las supuestamente sesudas elucubraciones de agrupaciones socialistas en Andalucía o Renania hacen mucha gracia mientras se ignoren las consecuencias.
Lo cierto es que renueva su poder como máximo dirigente de la única potencia mundial un líder que hoy cuenta mucho menos con sus aliados europeos que cuando llegó al poder hace cuatro años. Eso a pesar de que entonces se consideraba prácticamente omnipotente y hoy es consciente de que no lo es. Hoy sabe que el peso de la nación que dirige, con ser inmenso, no le garantiza la imposición de sus planes ni la seguridad interna y externa de sus compatriotas. Pero aunque se sabe dependiente de pasos de coordinación internacional, ya no apuesta por la ayuda y cooperación leal, ni siquiera con la solidaridad retórica, de Europa. Bush no hace referencia ni una sola vez a Europa y los aliados europeos en su larga entrevista a The Washington Post con motivo de la ceremonia de investidura. A algunos aquí eso les dará igual o lo considerarán una digna desvinculación consumada por parte de los europeos de aquel "monstruo jefe de las Azores". Hoy ya es un hecho que en una situación de extrema inseguridad internacional las esperanzas de una alianza global a favor de los valores democráticos y en contra de un terrorismo nihilista y mundial han quebrado. China, como era de esperar, no se siente aludida por el problema y Rusia sólo lo aprovecha para consumar, bajo miradas condescendientes, su retorno al zarismo con su jefe de la "Ojranka" -perdón, KGB; perdón, FSB- firme al timón.
¿Y Europa? Las reservas, incluso la resistencia de algunos de los principales estados europeos a apoyar hace tres años la respuesta de Bush a las amenazas abiertas por el 11-S, eran muy legítimas dada la prepotencia grotesca del equipo de neotrotskistas (más que neoconservadores) del Pentágono. Pero pronto se convirtió en un abierto sabotaje a la política en la que EE UU y Gran Bretaña han puesto los muertos para defender intereses comunes a todos nosotros. Se verá, ganen o pierdan ellos, la gran apuesta de Irak. ¿Qué pasa mientras tanto? Washington es consciente -también el iletrado Bush- de que los determinismos históricos que manejan algunos europeos por pereza mental y cierta dosis de cobardía provinciana son fantasmas que hoy rechazaría hasta un Hegel redivivo. Y que la historia está tan abierta -también al desastre para todos- que Europa no puede asistir a episodios trascendentes como Irak con esa inactividad y mirada condescendiente de quien pretende no ir, con el viejo-nuevo presidente Bush, en el mismo paquebote en semejante corriente. Todos ahogados, nadie tendría errores estéticos que lamentar.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.