Democracia frente a dramatismo
Aznar cabalga de nuevo. Otra vez el PP relanza su política más característica: en base a una instrumentalización del problema vasco, orquesta una sinfonía del miedo que implica una estrategia de achique de espacios democráticos, incluso de disminución de áreas de libertad, que tantas reformas de ley supuso cuando gobernaban con mayoría absoluta desde la óptica de que la seguridad exige menos libertad. Ahora se trata de la instrumentalización dramática del Plan Ibarretxe. Todo está en peligro, se nos viene a decir, con lo cual se justifica plenamente la adopción de medidas excepcionales que, si no se aplican, se debe a la debilidad del actual gobierno o a su dependencia con respecto a ERC y a IU. Y a partir de aquí el PP vuelve al perfil más aznarista, es decir, no ya al discurso único, sino a la idea única, que todo lo penetra y absorbe, que invade todos los debates e instituciones.
Sin embargo hay una diferencia, y no pequeña, sobre la arena política. Al menos por ahora. Me refiero a que el PSOE no asume la política del PP en este terreno, cosa que había hecho en los últimos años. Precisamente porque el PSOE es menos débil, intenta situar la hegemonía en el terreno de la normalidad democrática. Este hecho rompe la operación avasalladora del PP e impide el achique abusivo de espacios que muchos grupos tuvimos que sufrir antes, soportando a diario el estigma de sospechosos y/o cómplices por el simple hecho de oponernos a reformas que implicaban la reducción de la libertad.
En el mismo sentido debemos oponernos ahora al examen de limpieza de sangre a que nos intentan someter en cada ayuntamiento, diputación o Parlamento autonómico. La distensión, la normalidad, el rechazo de la lectura franguista de la Constitución deben marcar el estilo de la respuesta. Pero es preciso reconocer que la situación va a ser abrupta, porque el PP ha olido los votos y se lanza al galope como quien ventea la leche y los dátiles en el desierto. El plan de actuación está claro: llevar el dramatismo al límite, situarse como los más puros, firmes y unitarios, y preparar el clima para la batalla definitiva (hay que acortar como sea la legislatura), que puede darse frente a la reforma del estatuto de Cataluña en la primavera próxima.
Mandan los votos y entonces vale todo, con independecia de los efectos que puedan derivarse. Cosa que, por otra parte, está también en la base de operación del PNV. Sólo voy a referirme a uno de los efectos que se pueden producir, quizás el más grave. El PP, lo sepa o no, está intentando que del conflicto político se pase al social. Lo mismo que, por otra parte, puede conseguir el PNV al anunciar un tipo de campaña electoral, una vez derrotado el Plan en el Congreso, que podría suponer un choque de trenes entre la sociedad vasca y la sede de la soberanía, residenciada en el Congreso.
Nosotros (y hablo en sintonía con una gran mayoría de IU) no aceptamos tampoco la estrategia del PNV. El Plan Ibarretxe no parte de una lógica federal, sitúa a IU en una dialéctica frentista que nunca hemos aceptado (ojo a los votos de los herederos de Batasuna), nos hace cómplices de una división profunda del pueblo vasco y de un posible conflicto social de difícil recuperación. Por lo tanto, si no entendemos que el Plan Ibarretxe detenga en todas las instituciones el reloj de la normalidad, no es desde el punto de vista de ninguna equidistancia o duda. Se trata de rechazar cualquier intento de conseguir un ambiente de excepción por razones electoralistas.
Dicho esto, es preciso establecer también una profunda diferencia con el proceso que se está siguiendo en Cataluña y que en ningún caso debe pasar por alto Andalucía. La reforma del Estatuto Catalán, que entrará pronto en el Congreso, sí va a marcar el auténtico calendario político de lo que se vienen cociendo como "segunda transición". A mi juicio, Andalucía se está situando al margen del auténtico calendario.
Quiero decir que la reforma del Estatuto de Andalucía no debe depender de la hegemonía reduccionista que intenta imponer Arenas, sino de las posibilidades que se van a abrir a partir de la reforma del Estatuto catalán. El presidente Chaves debe pasar de la política actual, que se limita a la táctica de administrar los silencios, al protagonismo activo en el seno del calendario que necesita Andalucía. En definitiva, lo que debe discutir, en mi opinión, el Parlamento de Andalucía en estos momentos es el modelo de Estado y los términos de la denominada "segunda transición" a fin de que Andalucía no intente, claro está, ser más que nadie, pero que en el terreno de juego del debate estatal se comprenda, desde el principio, que no vamos a aceptar ser menos en el futuro reparto de papeles del funcionamiento federal del estado a que estamos abocados.
Felipe Alcaráz ha sido diputado en el Congreso por IU.
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