Espacios para la nueva fantasía
El presidente de la Generalitat, Francisco Camps, y buena parte de su gabinete deberán estar hasta las narices de sentirse señalados por el dedo, no tanto de la oposición, que para eso está, sino de sus propios feligreses, desencantados por tan prolongada inacción, sequía de ideas y escasas iniciativas de gobierno. De ahí, sin duda, esa súbita y un tanto atolondrada irrupción del Ejecutivo para exponer una propuesta sugestivamente titulada espacios para la nueva economía, que así dicho no es más que el epígrafe de un texto todavía inédito, una pancarta y hasta una adivinanza. Eso sí, suena la mar de bien, lo que delata la mano del publicitario o asesor áulico de comunicación.
Por ahí deben ir los tiros porque, hasta ahora, lo más llamativo y concreto de esta estrategia política emprendida por el PP indígena es la decisión de crear una nueva imagen corporativa, acorde, dicen, con los tiempos del milenio que corre, además de homologar todas las marcas, membretes, formatos y sellos que identifican el tinglado y papelamen administrativo de la Generalitat. Un problema pendiente, como es sabido, que tiene sobrecogido el corazón de los valencianos. ¿Pero cómo podemos funcionar sin un logo propio de una autonomía de vanguardia?, pregunta el vecindario. Menos mal que ahí está el consejero portavoz, Esteban González que, ligero de faena, puede pensar en estas cosas y ponerles remedio.
Más arduo va a resultar nutrir de contenido los aludidos nuevos espacios para la economía, que tal como se han formulado por la autoridad competente, tiene toda la pinta de ser un desafío a la fantasía. En realidad, de ser algo, no son otra cosa que un placebo retórico para alentar las expectativas de Alicante y Castellón prometiendo parques tecnológicos, polos de inversión y centros logísticos con el Megaport Sagunt-Valencia en plan de oferta estrella. Hubiera bastado declarar a bombo y platillo que Mundo Ilusión, o la Ciudad de la Euforia, o la más reciente de Las Lenguas se ampliaba a todo el ámbito del País Valenciano. Puestos a fabular, ¿qué mas daba?
Lo grave de esta puesta en escena a la que se ve obligado el Consell para sacudirse el reproche de inactivo o caquéctico es que resulta inútil. No sólo ha de limitarse a exponer vaguedades sin respaldo financiero y emplazamientos razonables -"humo", como han replicado sus adversarios-, sino que nadie ya se las cree, pues es harto sabido que no hay un euro en la Hacienda autonómica, agusanada de hipotecas. Por cierto, alguien habría de explicar algún día cómo se produjo este agujero negro que contrasta con los eminentes cargos públicos que siguen ocupando los sucesivos responsables de finanzas de la Generalitat. Por vergüenza torera hubieran tenido que regresar o ser expedidos a su tajo profesional, si es que lo tenían antes de trapichear en política.
El plan que glosamos, que el Molt Honorable divulgó el pasado día ocho y ha sido la comidilla de la semana, con todas sus lagunas y ribetes cómicos por la falta de rigor, viene a revelar lo que es un secreto a voces: algo sensato hay que hacer para impedir que el País siga perdiendo inercia, distanciándose de las regiones más ricas y aproximándose a las más pobres, por mucho que la Administración trate de simular el fenómeno mediante una retórica grandilocuente. No hay más que echarle un vistazo a los parámetros que se publican -y el anuario de La Caixa es singularmente revelador- para constatar que no somos, ni de lejos, quienes avanzamos en marcha triunfal.
Por supuesto que el trance no es susceptible de una descripción tan sumaria, pero a fuerza de manipular el diagnóstico, impedir el debate y maquillar la realidad, como hace el Gobierno campista (¿o será campsista?), podemos llegar a alienarnos -como aconteció con el zaplanismo- creyendo que esto es Jauja y que los proyectos aludidos son factibles, o tanto como lo eran años atrás, cuando se concibieron, también para la galería. Simplismos a los que nos va acostumbrando el Consell y que, al parecer, son la praxis del PP: puro engaño. Y puestos a marear la perdiz y encantar serpientes, hay que admitir que Eduardo Zaplana tenía más maña, capacidad para el desmadre y la seducción. Ahora hasta las trolas son tristes.
¡VAYA HUMORADA!
Una comisión de la Acadèmia Valenciana de la Llengua ha propuesto que los ponentes para la reforma del Estatuto de Autonomía cambien la denominación Comunidad Valenciana (que fue una concesión a la derecha) por Valencia o Reino de Valencia. El italiano Vico diría que estamos ante un ricorsi, un regreso o atavismo histórico. Un observador de hoy deduciría que los académicos quieren justificar la nómina o distraerse con una humorada. Dejemos la cosa como está, por la paz social y para bochorno de quienes malvendieron la única descripción moderna y razonable: País Valencià.
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