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A PIE DE PÁGINA

Una elegía virtual para Wellawatta

Una de las zonas más afectadas por el apocalíptico tsunami de la Navidad 2004, aquélla con el mayor número de muertos fue Sri Lanka: una isla con forma de lágrima que se llamaba Ceylon (Ceylán) cuando allí vivió Pablo Neruda en soledad, entre enero de 1929 y junio de 1930. La devastación fue particularmente grave en el litoral que desarrolla su cinta infinita al sur de Colombo, pasando por Wellawatta y Mount Lavinia hasta Galle. Si un maremoto como éste hubiera también golpeado ese litoral en 1929, con toda probabilidad habríamos tenido que contentarnos con leer los Veinte poemas de amor, un tercio de Residencia y apenas algo más del malogrado (y tan prometedor) poeta chileno de 24 años, desaparecido bajo las aguas que sepultaron su vivienda mientras escribía. Si aún viviera hoy, en cambio, seguramente Neruda le habría escrito una elegía a su Wellawatta, ese suburbio de Colombo en que por un año y medio alquiló un pobre bungalow en 42nd Lane, a pocos metros de la playa por donde llegó la ola terrible. He aquí una selección de los materiales de esa elegía virtual.

"Por la mañana, el milagro de aquella naturaleza recién lavada me sobrecogía"
"El mar me rodea violentamente, sin dejar nada a mi alrededor"

"Como le iba diciendo, mi buena mamá, vivo a la orilla del mar, en las afueras de esta gran ciudad [Colombo], en una aldea que se llama Wellawatta, y que tiene cierto parecido con el nunca olvidado Puerto Saavedra. Me levanto de mañana, y ando por la orilla de la playa en traje de baño por un par de horas aprovechando la única hora fresca del día. Luego me meto al agua que está siempre tibia, y trato de nadar, arte en el que voy adelantando poco a poco" (carta a doña Trinidad Candia Marverde, 14 de marzo de 1929).

"¿Le he hablado de Wellawatta, el barrio en que vivo? Mar y palmeras, aguas, hojas. El mar me rodea violentamente, sin dejar nada a mi alrededor" (carta a Héctor Eandi, 24 de abril de 1929).

"Wellawatta, un suburbio entre la ciudad de Colombo y Mount Lavinia. Allí, a plena costa reverberante, había alquilado un pequeño bungalow. Frente a mí los arrecifes de coral, en los que se estrellaba la fosforescencia marina. Las barcas conocían los caminos y canales que debían cruzar para sobrepasar los floridos arrecifes blancos. La espuma estallaba en el cercano horizonte azul" ('Las casas perdidas', Ercilla 1.816, Santiago, 8 de abril de 1970).

"El viento de la estación, el viento verde, / cargado de espacio y agua, entendido en desdichas, / arrolla su bandera de lúgubre cuero..." (Monzón de mayo, junio de 1929).

"¡Litoral feliz! Una barrera de coral se alarga, paralela a la playa; y el océano interrumpe allí sus azules en una gorguera rizada y blanca y perpetua de plumas y espumas; las triangulares velas rojas de los sampangs; la longitud pura de la costa en que, como estallidos, ascienden sus rectos troncos las palmas cocoteras, reuniendo casi en el cielo sus brillantes y verdes peinetas" ('Ceylán espeso', julio de 1929, en La Nación, Santiago, 17 de noviembre de 1929).

"Le escribo envuelto en una bata de baño, vivo a la orilla del mar, en el barrio de Wellawatta: en veinte minutos, si consigo finalizar esta comunicación, me envolveré de olas y trataré de nadar haciendo un verdadero escándalo. Luego me sentaré en mi verandah y tomaré a su salud, Fernando Ossorio, un whisky y soda, otro, tres. Luego comeré, habrá una lujosa noche tropical, saldré for a walk, y volveré" (carta a Raúl Silva Castro, 30 de julio de 1929).

"Llueve aquí activamente. Ha llegado el Monzón Noroeste, la época más triste del trópico. Truenos y rayos y agua sin parar, y calor y una mala humedad que penetra hasta los huesos. [...

] Pero hoy qué hermoso día fresco, después de una terrible tempestad de anoche, en que mi casa se llenó de agua y dos cocoteros cayeron quemados por el rayo, en el jardín. Hoy es verde y transparente: el mar está espeso y detenido, azul" (carta a Héctor Eandi, octubre-noviembre de 1929).

"Por la mañana, el milagro de aquella naturaleza recién lavada me sobrecogía. Desde temprano estaba yo con los pescadores. Las embarcaciones provistas de larguísimos flotadores parecían arañas del mar. Los hombres extraían peces de violentos colores, peces como pájaros de la selva infinita, unos de oscuro azul fosforescente como intenso terciopelo vivo, otros en forma de globo punzante que se desinflaba hasta convertirse en una pobre bolsita de espinas" ('En Ceylán, la soledad luminosa', O Cruzeiro Internacional, Río de Janeiro, 1 de abril de 1962).

"Esta luz de Ceylán me dio la vida, / me dio la muerte cuando yo vivía, / porque vivir adentro de un diamante / es solitaria escuela de enterrado, / es ser ave de pronto transparente, / araña que hila el cielo y se despide. / Esta luz de las islas me hizo daño, / me dejó para siempre circunspecto / como si el rayo de la miel remota / me sujetara al polvo de la tierra" ('Aquella luz', Memorial de Isla Negra II, 1964).

"Entre los ingleses vestidos de smoking todas las noches, y los hindúes inalcanzables en su fabulosa inmensidad, yo no podía elegir sino la soledad, y de ese modo aquella época ha sido la más solitaria de mi vida. Pero la recuerdo igualmente como la más luminosa, como si un relámpago de fulgor extraordinario se hubiera detenido en mi ventana para iluminar mi destino por dentro y por fuera" ('En Ceylán, la soledad luminosa', O Cruzeiro Internacional, Río de Janeiro, 1 de abril de 1962).

"Espléndido era el sol descabellado, / verde la magnitud de las palmeras, / bajo un bosque de mástiles y frutos / el mar más duro que una piedra azul..." ('Monzones', Memorial de Isla Negra II, 1964).

Una de las playas de Colombo después del 'tsunami', en Sri Lanka.
Una de las playas de Colombo después del 'tsunami', en Sri Lanka.EFE

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