La invasión de los canguros
Gran debate en Australia en torno a su símbolo: el canguro. Hay más de 55 millones saltando por todas partes. Unos son partidarios de su caza y aprovechamiento comercial, incluso proponen que los rebaños de ovejas se sustituyan por los marsupiales; otros los defienden por encima de todo.
Cincuenta millones de canguros? ¿Cincuenta y cinco millones? Científicos, ecologistas y funcionarios no se ponen de acuerdo sobre el número de canguros que hay en Australia, pese a que todos los años equipos especializados a bordo de helicópteros, avionetas y jeeps tratan de censar a este simpático animal para marcar unos límites a su multiplicación. La tarea es ingente y muy delicada porque los australianos están divididos entre quienes apoyan la comercialización del canguro, cuya sabrosa carne es muy baja en grasas, y quienes sostienen que debe respetárselo como símbolo del país.
Una de las teorías más revolucionarias es la del decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Nueva Gales del Sur, Michael Archer, que propone que Australia ponga fin a todos los animales importados por los inmigrantes europeos que se establecieron en la isla-continente a partir de 1788. Archer arremete en concreto contra las ovejas, principal industria cárnica del país, y sostiene que deben ser sustituidas por canguros, "que erosionan menos el suelo y cuya carne es mucho más sana". Este profesor considera que el futuro de Australia depende de un "replanteamiento general de la colonización realizada por los europeos", de manera que se vuelva a las especies autóctonas, que alimentaron durante más de 50.000 años a los aborígenes.
El árido suelo australiano es muy frágil y ha sufrido un dramático impacto en estos 200 años de invasión europea. Algo más del 93% de los 20 millones de habitantes que actualmente tiene Australia procede de Europa, sólo el 1,5% es indígena, y el resto de la población es originaria de países asiáticos. Ovejas, vacas y caballos son animales con pezuñas que horadan la tierra al caminar, y los sustratos que levantan se los lleva el viento, con lo que se causa un daño irreversible al ecosistema. Además, estos animales, al comer, tiran de la hierba y la arrancan, con lo que el perjuicio es aún mayor. Los canguros, por el contrario, son animales de pies blandos, que saltan sobre su cola y sus enormes patas traseras sin escariar el suelo.
Archer, que cuenta con todo el apoyo de los empresarios dedicados a la creciente industrialización del canguro, cuya carne y piel se exportan ya a un gran número de países occidentales, lleva su revolución incluso a las mascotas. "¿Por qué nuestros hijos tienen que acariciar perros y gatos, y no ualabis (un tipo de canguros pequeños) o koalas?". El profesor asegura que no hay mejores animales de compañía que los marsupiales, denominados así porque sus hembras poseen una bolsa en la que guardan sus retoños. Estas especies de guarderías saltarinas son, según Archer, perfectamente domesticables y se adaptan sin problemas a la vida del hombre.
En el cuidado campo del Club Federal de Golf de Canberra, una veintena de canguros grises orientales -uno de los tipos de mayor tamaño: de pie, el macho se acerca a los dos metros- observa detenidamente a la pareja que se aproxima hasta casi tocarlos. "Están inquietos porque no llevamos palos. Cuando te ven con el palo de golf en la mano saben que eres de casa y no te hacen ni caso", comenta el embajador de España en Australia, José Ramón Barañano, que ya se ha acostumbrado a jugar al golf entre estos sorprendentes animales.
Entre la isla-continente, con un territorio equivalente a 15 veces el de España, y la vecina Nueva Guinea se reparten todas las especies de marsupiales. Desde los dormilones koalas -su lenta actividad metabólica hace que sólo estén despiertos cuatro horas al día- hasta los wombat (osos australianos). La especificidad de la fauna y la flora nacionales se debe a que, hace unos 100 millones de años, la plataforma australiana se separó de América del Sur y de la placa antártica, lo que aisló su forma de vida del resto del mundo. Animales y plantas evolucionaron lentamente adaptándose a los fuertes cambios climáticos que originó el desplazamiento del nuevo continente hacia el ecuador. Si hace millones de años Australia estuvo totalmente cubierta de bosques, en la actualidad, el 70% de su territorio es tierra árida o semiárida, y un 20% de su superficie la ocupan 11 grandes desiertos.
Había 53 variedades de canguros, pero seis se extinguieron tras la llegada de los europeos. Otras 11 especies han visto reducido su hábitat natural a menos de la mitad y se encuentran en peligro de extinción. El tamaño es una de las principales diferencias de estos animales, cuya curiosa cabeza recuerda a un ratón grande, un conejo o un perro. El más pequeño es el diminuto canguro-rata, de apenas 12 centímetros, y el mayor es el canguro rojo, el más común de todos, que es el marsupial vivo más grande. Los machos alcanzan los 90 kilos de peso y los dos metros de altura cuando se yerguen sobre las patas posteriores. Los canguros gris oriental y gris occidental son casi tan grandes como el rojo, cuyo nombre no obedece al color de su piel, que es como la de éstos, gris azulada, aunque en todos ellos el pelo es castaño.
Esos tres tipos de canguros y el conocido como ualaru común (o euro), que es de menor tamaño -los machos llegan a pesar 50 kilos, y las hembras, 25-, son los más abundantes. Suponen más del 90% de la totalidad y son los únicos canguros que se pueden cazar. El profesor Archer critica duramente a los defensores de los animales que se oponen a su caza y explotación. "Se llaman ecologistas, pero no entienden de biología. Una comercialización expansiva del canguro favorecería el crecimiento de los matorrales autóctonos base de su alimentación, en lugar de los pastos que requieren las ovejas. Esto beneficiaría el medio ambiente y la biodiversidad de Australia", dice rotundo durante la entrevista celebrada en su despacho de la Universidad de Sidney, principal ciudad del país y capital del Estado de Nueva Gales del Sur.
La familia Lambrigg posee dos fincas en los alrededores de Canberra. Una de 400 hectáreas y la otra de 1.300. La primera es fundamentalmente agrícola y tiene unas 3.000 ovejas, mientras que la segunda es ganadera, y en ella pastan unas 11.000 merinas, además de varios cientos de vacas. Peter Lambrigg, de 49 años, es uno de los firmes defensores de la caza y comercialización de canguros, pero no se le pasa por la imaginación cambiarlos por su cabaña de ovejas, a pesar de que un canguro bebe tres veces menos que una oveja.
Para Lambrigg, lo importante es reducir el número de marsupiales y poner coto a la vida salvaje de éstos. "La situación es insostenible. Invaden nuestros campos, se beben el agua de las acequias y se comen mi cosecha de invierno", afirma el agricultor, que critica especialmente las leyes que rigen en el Territorio Capitalino Australiano: "Protegen más a los animales que a las personas".
En un país de naturaleza única, en el que existen más de un millón de especies autóctonas de animales y plantas, las leyes de defensa de la naturaleza y el medio ambiente son muy rígidas y, aparte de las federales, las dictan cada una de las divisiones geopolíticas de Australia: seis Estados y dos territorios autónomos. El Territorio Capitalino Australiano es el más pequeño de todos; apenas tiene 2.431 kilómetros cuadrados (algo mayor que la provincia de Guipúzcoa). Está enclavado en el Estado de Nueva Gales del Sur (800.642 kilómetros cuadrados) y se creó en 1911 para albergar la nueva capital federal.
Canberra tiene algo más de 320.000 habitantes y está rodeada de un gran parque natural donde habitan cientos de miles de canguros, algunos de los cuales optan por lugares aún más cómodos para vivir, como los campos de golf o los amplios jardines de la residencia del gobernador general y representante de la reina Isabel II de Inglaterra. Tampoco es extraño ver canguros por los jardines del Parlamento y los alrededores del gran lago artificial.
Expertos capitalinos contabilizan cada cinco años la población de canguros y, a partir de ahí, autorizan a los agricultores a matar anualmente un número determinado, pero está prohibida su comercialización. En la actualidad, Lambrigg tiene permiso para matar 120 canguros al año, que son etiquetados y enterrados en la propia finca. "No entiendo por qué no me dejan venderlos y me obligan a enterrarlos sin más después de los problemas que me causan", añade.
Como los canguros que se abaten en Canberra no se pueden vender, los carniceros de la capital se abastecen en la vecina Nueva Gales del Sur, uno de los cuatro Estados en los que sí se comercializan. En su restaurante Pangaea, situado en un selecto barrio capitalino, John Harrington prepara diversos platos con carne de canguro. Sus recetas la incluyen al horno con cebolletas, a la brasa, guisada o sobre un lecho de patatas panaderas. Sin embargo, en la carta no figura ninguna de ellas. "Los australianos apenas comen canguro. Yo siempre tengo, porque me lo piden los diplomáticos y los hombres de negocios y turistas extranjeros. Es la carne más barata del mercado, apenas 3,50 euros el kilo, y para mí, la más sabrosa", señala, complacido de invitar a la degustación.
Toni Corrigan, un administrador de fincas que durante una década trabajó en el parque nacional de Canberra, también está a favor de la caza comercial del canguro, pero opina que mientras no se incremente el precio de su carne -utilizada fundamentalmente para la fabricación de piensos-, su industrialización no será rentable. "Los canguros", dice, "se han multiplicado salvajemente al incrementarse las reservas de agua en las zonas rurales y los parques nacionales. Además, ya no se exponen a sus depredadores tradicionales: un extinto lagarto de siete metros de largo y los dingos (perros salvajes), casi extinguidos. Desde el punto de vista ecológico es mejor incluso disparar y matar a un macho que dejarlo que deambule hambriento por fincas y jardines privados".
Durante las frecuentes sequías que azotan Australia, millones de canguros recorren sedientos y hambrientos cientos de kilómetros buscando agua y alimento. Muchos mueren en el intento, sofocados por el intenso calor o los gigantescos incendios que se desatan. Según Corrigan, el impacto emocional que se sufre al ver morir a un canguro de inanición es mucho mayor que cuando se le mata de un disparo. Una de sus misiones en el parque nacional fue retirar a los que se colaban en jardines, casas, piscinas e incluso coches, además de los muchos que resultaban heridos o muertos en accidentes de tráfico.
La dureza del clima y sus lluvias escasas y dispersas han hecho de la cangura una hembra única, capaz de congelar en su útero un embrión hasta que lleguen tiempos mejores. El periodo de gestación es normalmente de 35 días y puede volver a quedarse preñada nada más parir. La diminuta cría, de unos dos centímetros de tamaño, avanza por la tripa de la madre (que se hace un camino retirándose el pelo hacia los lados) hasta alcanzar la bolsa marsupial, donde entra y se cuelga de una de las cuatro ubres. Así permanece hasta que le crece el pelo y madura lo suficiente para moverse por la bolsa y volver a encontrar la ubre.
La madre, mientras tanto, por si la cría muriera en ese temprano periodo, retiene otro embrión, que desarrolla si el hijo muere o a la semana de que abandone definitivamente la bolsa marsupial. Asimismo, en épocas de sequía puede retrasar hasta 12 meses el alumbramiento. Pero no es ésa la única habilidad de la cangura. Si en los meses en que la cría sale y entra de la bolsa decide alumbrar otra, la recién nacida se agarra a una ubre diferente de la que utiliza el hermano mayor, y la madre es capaz de producir dos tipos distintos de leche según los requerimientos de las edades de las crías.
Los canguros se mueven por familias formadas normalmente por tres o cuatro hembras y cinco o seis machos, que luchan entre sí hasta que uno se alza como líder. Sólo ése cubre a las hembras, aunque de vez en cuando alguno de los perdedores aprovecha un descuido del cabecilla para satisfacer sus instintos. Los machos son violentos y la frustración sexual los hace agresivos. "Si se mata a los machos dominantes, que son los más grandes y por tanto más visibles, se facilita la vida de los demás", apunta el profesor Archer como otro argumento a favor de la caza.
En el zoológico de Sidney hay 18 especies distintas de canguros, y éstos se hallan tan familiarizados con el hombre que se dejan acariciar por los visitantes. Pese a ello, Erna Walraven, conservadora del zoo, se opone a la tesis de Archer de utilizar marsupiales como mascotas. "Son animales nocturnos y el hombre es diurno. Nunca serán felices en una casa", afirma.
Walraven sostiene que si los perros y los gatos son dañinos para la vida salvaje australiana, se debe a que sus dueños los abandonan. Defiende, por tanto, una mayor atención a los animales domésticos y dejar a los marsupiales en su hábitat natural. Sin embargo, está de acuerdo con eliminar los rebaños de ovejas y favorecer la industrialización del canguro, aunque ve difícil su explotación en fincas, ya que eso exigiría colocar grandes vallas para impedirles el salto hacia la libertad. Como la mayoría de los australianos, Walraven está en contra de que los agricultores que obtienen permiso para matar un número determinado de canguros se vean obligados a enterrarlos y no se les permita venderlos.
En 2004 se autorizó la caza comercial -la piel se usa también para fabricar bolsos, zapatos y otros artículos- de 4.400.892 canguros, un millón menos que en los cinco años precedentes, en los que las cuotas superaron los 5,5 millones de ejemplares. Lo normal, sin embargo, es que se mate alrededor del 75% de lo autorizado, ya que la cuota marca el número máximo de ejemplares por año. Además, en los Estados de Victoria y Tasmania y en Canberra y el Territorio del Norte, que prohíben la caza con fines lucrativos, se autoriza a los agricultores a abatir más de un millón de animales por año.
Las normas para cazar canguros son muy estrictas. Exigen la utilización de rifles y que se dispare primero a la cabeza, "para matarlos de forma instantánea y sin dolor", o al cuello y al pecho, si están heridos. Prohíben que se tire desde un coche o desde cualquier vehículo en movimiento, y si se mata a una hembra, ordenan que se revise la bolsa marsupial. Si se encuentra una cría, la ordenanza exige que "se decapite con un objeto afilado" a los pequeños que aún no tengan pelo, y a los mayores, que se les dé un golpe seco y fuerte en la cabeza que "destruya el cerebro".
El escudo de Australia incluye un canguro y un emú, una especie de avestruz que habita en las llanuras de la gran isla y en la de Tasmania, pero indudablemente es el curioso saltarín el símbolo del país. Se ven canguros por todos los sitios. Se fabrican miles de objetos y recuerdos con su imagen. Los australianos se identifican tanto con ellos que a veces se refieren a sus conciudadanos como canguros, y la compañía nacional de aviación Qantas anunciaba "canguros volantes" al informar en septiembre pasado de que ha llegado a un acuerdo con Airbus para comprar cinco aviones A-380.
Las agencias turísticas explotan al máximo la simpatía de este animal, que sólo en raras ocasiones ataca al hombre, en la mayoría de los casos porque se encuentra herido. Con un turismo centrado en el disfrute de sus grandes paisajes y la rareza de su fauna y de su flora, con centenares de miles de plantas y especies que sólo se encuentran en Australia (como el ornitorrinco, mamífero ovíparo que vive en los ríos y es considerado un fósil vivo), hay lugares de acampada en los que los canguros se pasean entre las tiendas al atardecer, cuando comienzan su actividad. A veces hay tantos, como en el parque natural del arrecife de Ningaloo, en el Estado de Australia Occidental, que parece que las dunas se mueven.
Son pocos los australianos que no tienen una historia de canguros que contar. En muchos casos se trata del susto que se llevaron cuando volvieron a casa después de un fin de semana o unas vacaciones y se la encontraron ocupada. En muchos otros, de cómo les saltó un canguro sobre el coche cuando conducían. La magnífica red de carreteras australianas está plagada de señales negras y amarillas en las que se advierte de la presencia de canguros; conducir a la caída del sol resulta toda una aventura, porque a esas horas los marsupiales comienzan a buscar agua y matorrales para alimentarse tras el letargo de la calurosa jornada, y son muchos los que saltan sin mirar sobre las carreteras.
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