_
_
_
_
Reportaje:APROXIMACIONES

Cervantes, la radiografía de una época

Una investigación, por miníma que sea, sobre Miguel de Cervantes tiene que partir de la pobreza de datos biográficos. Aunque conocemos con algún detalle los grandes periodos de su vida, se nos escapa el contorno y las circunstancias que le rodearon. Sabemos que pasó seis años en Italia, que estuvo cinco cautivo en Argel, que tuvo una infancia y adolescencia viajera y bastante movida, que se paseó por Andalucía como comisario de abastos e interventor de la Armada Invencible, que persiguió a la corte en sus desplazamientos buscando favores del Rey y de la nobleza y que terminó sus días en Madrid sin salir de la pobreza. De los aspectos íntimos: de sus amores, de su psicología, de sus sentimientos y reacciones anímicas, apenas nada. Por no saber, no estamos seguros de que naciera en Alcalá de Henares, aunque así lo suponemos; tampoco sabemos por qué usó el segundo apellido de "Saavedra", cuando su madre se llamaba Leonor de Cortinas; no tenemos idea de las relaciones con su esposa o sus hermanas -Andrea y Magdalena- y su sobrina Constanza, con las que al parecer convivió en Valladolid y en Madrid. En una palabra, estamos ignaros de quién fue como persona Miguel de Cervantes, aunque podemos inferir bastante de todo ello con la lectura de sus obras. Hay, sin embargo, seguridad sobre una cosa: que vivió entre 1547 y 1616, dentro de un proceso de cambio profundo entre el siglo XVI y el XVII, que asumió ese cambio desde lo más profundo de su vida personal y que todo ello le afectó en su concepción de la literatura, de la vida y del mundo en general, hasta el punto de poder ver en él una radiografía de época.

No tiene dudas: ha sido un loco por esperar recompensas a algo que en su juventud creyó de alto valor
La hazaña del autor es el paso del Renacimiento al Barroco sin apenas ruptura de continuidad

Ésta es la perspectiva desde la que pretendemos profundizar aquí, pues Cervantes fue ante todo y sobre todo un producto de su época, dándose la circunstancia de que hasta la misma figura de don Quijote es una reencarnación de su autor. Desde este punto de vista, Cervantes es un compañero de otros grandes espíritus de su mismo tiempo. Me refiero a Miguel de Montaigne (1533-1592) y a Renée Descartes (1596-1650), con la insólita ventaja de que nuestro Cervantes (1547-1616) es la bisagra perfecta entre ambas biografías.

Es necesario, pues, tener claro qué es lo que se está produciendo en ese periodo que Ortega y Gasset sitúa entre 1550 y 1650 y que caracteriza como proceso de cambio entre la Edad Media y la Edad Moderna, es decir, el tránsito entre el cristianismo y el racionalismo; en otras palabras, el paso entre el mundo que centra su atención en la religión y otro que lo coloca en la razón -y su producto por excelencia: la ciencia-. Al hacer un análisis en profundidad de este cambio, Ortega detecta dos figuras ejemplares, Descartes y Galileo, a los que él llama "epónimos" de una generación. Ahora bien, Galileo (1564-1642) no es sino el que consolida la dimensión científica del racionalismo cartesiano, y desde este punto de vista viene a ser una figura paralela a la de nuestro Cervantes: el hombre que consolida "la modernidad" en el ámbito de la literatura. El proceso es apasionante y merece la pena que le prestemos atención. Ahora bien, detenernos con más detalle en el periodo nos obliga a determinar dos fenómenos culturales que definen ese proceso: Renacimiento y Barroco. Ésta es precisamente la hazaña que realizará Cervantes: el paso de uno a otro, sin apenas ruptura de continuidad.

La óptica en que acabamos de situarnos nos permitirá acercarnos a la vida y obra de Miguel de Cervantes con inédita profundidad. Desde este punto de vista es imprescindible fijarse en lo que dice Ortega y Gasset: "En el orden del pensamiento filosófico y de las altas ciencias no hay duda alguna de cuándo acontece esa maduración ejemplar del tiempo nuevo: es el periodo que va desde 1600 a 1650. Se trata de aislar en ese periodo la generación decisiva".

Esos años son precisamente

aquellos en que Cervantes redacta y publica el Quijote, en un proceso de maduración continua que tiene etapas perfectamente definidas y delimitadas: esto quiere decir que Cervantes es el "epónimo" español por excelencia, con significado semejante a lo que en el resto de Europa significan Montaigne, Descartes o Galileo, y muy próximo a lo que entre nosotros representa en el orden filosófico Francisco Suárez, el Doctor Eximio.

Ahora veamos cómo se produce esa maduración en la vida y la obra de Miguel de Cervantes, afectando de modo decisivo al proceso de creación de la novelística moderna. Desde este punto de vista, es preciso recordar, como nos dice el propio autor, que la obra "se engendró en la cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación". La situación la contrapone a aquellos que escriben en la apacibilidad de los campos o bajo la serenidad del cielo, donde "las musas más estériles se muestran fecundas". La situación de Cervantes no puede ser más penosa y la investigación erudita parece poder fecharla con exactitud en los siete meses que en 1597 pasó en la cárcel de Sevilla. Sin duda, fueron horas bajas en el ánimo cervantino y, con toda probabilidad, de honda depresión. Había empezado su carrera literaria tardíamente con la publicación en 1585 de La Galatea, es decir, con 38 años y sin que la acompañara un gran éxito. Tras los servicios prestados a la patria en Italia, bajo el cardenal Acquaviva primero y don Juan de Austria después, participó en la insigne batalla de Lepanto, que recuerda, pasados muchos años, con entusiasmo: "Perdió -dice en 1613- en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlos Quinto, de felice memoria".

Es evidente que Cervantes se

educó en su juventud bajo los ideales imperiales de Carlos V y que creyó en las glorias de aquel momento histórico. Al regresar a España, después de esos años de exaltación, cae prisionero de unos corsarios berberiscos y permanece cautivo en Argel durante cinco años más; cuando al fin pisa el solar patrio, tiene 33 años. Sin duda, después de los servicios prestados, piensa en un porvenir brillante; es indudable que merece una recompensa. Ensaya el mundo de las letras mientras se produce el merecido reconocimiento, pero pasa el tiempo y nada llega. Las necesidades económicas le acosan; para salir de la situación acepta comisiones de alcabalero en Andalucía y realiza funciones de interventor con el fin de allegar recursos para la Armada Invencible. El pago a tales desvelos fue sufrir excomunión por dos veces seguidas y verse prisionero por otras dos: en Castro del Río en 1592 y en Sevilla en 1597. Aquí -en el momento más bajo de su vida- surge el Quijote, pues ya Cervantes no tiene dudas: ha sido un loco por esperar recompensas a algo que en su juventud creyó de alto valor. Se transmuta en el "loco" de un ingenioso hidalgo, que ha creído en la justicia y en los grandes ideales. Por eso el primer Quijote es "la novela ejemplar" de un insensato que, tras convertirse en caballero andante, acaba creyéndose Valdovinos o Abindarráez, molido por los palos de unos mercaderes toledanos, cuando en realidad es un hidalgo de modesto pasar en un lugar desconocido de La Mancha. Muy bien lo dice Américo Castro: "El Quijote obliga a imaginar un largo proceso de retraimiento en Cervantes, de retiro al último recinto de sí mismo, de soledad esforzada y suficiente, y sin consuelo. Estaban cegadas -material, moral y literalmente- las vías posibles en el mundo en torno" (Hacia Cervantes). Pero don Quijote no se da por vencido: "Yo sé quién soy -dice- y sé que puedo ser no sólo lo que he dicho, sino todos los doce Pares de Francia, y aun todos los nueve de la Fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron, se aventajarán las mías" (1,5). Pues bien, tampoco Cervantes -como don Quijote- se va a dar por vencido. Con esa "novela ejemplar" -probablemente de 1597- inicia la hazaña de hacer de don Quijote un personaje de valor universal, como ya lo es en 1605, al publicar la primera parte de su gran obra; en 1615, cuando dé a luz la segunda parte, ese personaje extraordinario se habrá convertido en uno de los grandes mitos de la cultura occidental. Cervantes, como don Quijote, se habrá ido superando a sí mismo; en 1613 lo tiene muy claro: "Yo soy el primero que ha novelado en lengua castellana, que las muchas novelas que en ella andan impresas, todas son traducidas de lenguas extranjeras, y éstas son mías propias, no imitadas ni hurtadas, mi ingenio las engendró, y las parió mi pluma, y van creciendo en los brazos de la estampa" (Novelas ejemplares). Cervantes es, pues, consciente del valor de su obra, y sabe que con ella inicia una época nueva: la de la "modernidad" literaria. Mucho se ha especulado sobre la pobreza de la Edad Moderna en España, y efectivamente, muchas son las deficiencias que ella presenta, pero negarla por completo sería, no sólo una injusticia, sino una falsedad. Y es que hay una "modernidad" española que quizá convenga reivindicar en estos momentos de confusión y caos. Desde este punto de vista, Cervantes resulta ejemplar: él supo hacer de un "loco hidalgo" el arquetipo de una nueva modernidad. Examinar el paso de la novelita de 1597 a la obra maestra de 1615 -cosa que no podemos hacer aquí- es asistir a una work-in-progress en la que, no sólo se da una maduración personal del autor, sino en la que se ejemplifica como en una radiografía el paso del Renacimiento al Barroco -en otras palabras, a la "modernidad" española-. Es necesario, por ello, profundizar en estos aspectos, no sólo con vistas al centenario, sino a establecer pautas y conductas para el futuro del mundo. Cervantes -radiografía de una época- podría ser así paradigma para un futuro incierto.

José Luis Abellán es presidente del Ateneo de Madrid.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_