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Columna
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Quimeras

Josep Ramoneda

A un distinguido notario le gusta decir: "Mi mujer para mí es muy importante, pero no es de la familia". Para el conservador, lo primordial es lo que lleva el sello de la determinación orgánica de la naturaleza; para el liberal, lo principal es la libre elección de cada individuo. En España: hay un pensamiento nacionalista, comunitarista, que sitúa la comunidad como algo previo y superior a la voluntad de cada una de sus miembros, que tienen la obligación de moldearse conforme a las exigencias que emanan de un relato llamado nación; y hay un pensamiento de raíz liberal que otorga al sujeto -ciudadano portador de derechos universales e iguales para todos- el papel predominante y entiende la comunidad como fruto de la experiencia trabada en la relación entre los distintos ciudadanos. Esta dialéctica ha atravesado buena parte de los últimos doscientos años de historia europea. Y ha cruzado transversalmente la pequeña historia de la España democrática. Evidentemente, las cosas se complican cuando interviene la violencia de por medio. Lo cual tampoco es excepción.

El plan Ibarretxe sería un episodio más de este conflicto ideológico, un documento de textura comunitarista que culmine en la distinción entre ciudadanía y nacionalidad, que pretende colorear étnicamente la condición de ciudadano. Pero, aunque su estilo de predicador de la palabra de Dios pudiera hacer creer lo contrario, Ibarretxe no gobierna el País de Jauja sino un contexto muy concreto. El contexto es una sociedad desvertebrada, porque la idea de nación soñada por los nacionalistas no es compartida por una parte muy grande de la población. Y, sin embargo, Ibarretxe pretende imponer un marco pensado exclusivamente desde y para la otra mitad. Con lo cual agrava el problema fundamental del País Vasco, que no es la independencia sino la situación y los derechos de la amplia minoría no nacionalista. El contexto es también la violencia. Ibarretxe ha condicionado siempre su plan al fin de la violencia. Lo cual hace inexplicable que el lehendakari acepte sin la menor réplica tres votos del abertzalismo proetarra que Arnaldo Otegi justificó leyendo en sede parlamentaria la orden que le envió Josu Ternera, uno de los jefes de ETA. Y el contexto es también un marco constitucional construido sobre la base de acuerdos de amplio espectro, que tienen unos procedimientos y una tradición -el consenso- frente a los que no caben ejercicios de funambulismo como presentar los votos de los diputados nacionalistas más tres homologados por ETA como la voz de la sociedad vasca.

El lehendakari quiere redefinir la relación con España de una comunidad que desde que él la gobierna se ha ido fracturando de modo creciente, hasta el punto de que una parte de ella podría perfectamente desgajarse del todo, con la misma legitimidad que Ibarretxe se atribuye para construir su Estado libre asociado. Ibarretxe no ha cumplido su deber principal: asegurar la cohesión del demos. Y pretende la fuga hacia delante. Es la sempiterna estrategia del mal gobernante: el que no suma, divide.

Llegan las elecciones, el PNV necesita un enfrentamiento que le movilice el voto reactivo. ETA se lo ha ofrecido. El plan Ibarretxe irá a las Cortes y será rechazado. Y el PNV podrá repetir la campaña de sus éxitos: Euskadi -nosotros- contra Madrid -ellos, empezando por aquellos vascos que no votan con "nosotros"-. El efecto de acción-reacción entre nacionalistas es automático. En Madrid ya se ha disparado el coro de la retórica nacionalista del otro lado. Es demasiado pedir que, unos y otros, se miren al espejo y se permitan un momento de humildad para meditar esta frase que Robert Musil pronunció en otros tiempos convulsos: "La nación es una quimera en todas las versiones que se han ofrecido de ella".

Entre tanta advocación a los dioses de cada lugar, la situación requiere prudencia, habilidad y sentido común por parte del Gobierno de Rodríguez Zapatero. Al final, este conflicto no lo resolverá el más macho, el que grite más, sino el que sea capaz de aparecer como el más razonable. Los procedimientos constitucionales son los mismos para dar un que para dar un no. Frente a los alarmistas, hay que reparar en un detalle: Ibarretxe se ha curado en salud. ¿El referéndum? "Cuando se dé una tregua de ETA que sea valorada como definitiva por los partidos políticos". ¿Información privilegiada o coartada para la dilación?

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