Curiosidades sobre biodiversidad en un parque urbano de Madrid
El Parque del Oeste además de ser muy bello, es uno de los espacios más ricos en líquenes de Madrid. Sin esperarlo, se ha descubierto que es la única localidad del interior de la Península Ibérica en la que viven algunas raras especies. Ciertamente no son ballenas ni aves amenazadas, son sólo pequeños hongos simbiontes pero que llevan viviendo en este planeta mucho más tiempo que cualquier mamífero, ave o planta.
Los líquenes, que crecen espontáneamente sobre los árboles, son buenos bioindicadores de la calidad del aire. En su conjunto son muy sensibles a la contaminación atmosférica, por eso desaparecen de las ciudades. Entre las especies que se conocen (unas 15.000) las hay más o menos resistentes. Según los gradientes de contaminación urbana (SO2 especialmente) las especies, son unas u otras, o... ninguna. En Madrid, como en la mayoría de las grandes ciudades europeas, hace tres décadas, la contaminación urbana era de tal magnitud, que los líquenes casi desaparecieron. Y también, como en las otras ciudades, hace algo más de diez años, han comenzado a reaparecer. Esta recolonización está siguiendo unas reglas, aún no bien conocidas, de interés científico.
En el Parque del Oeste han reaparecido un notable número de especies. Lo original es que entre ellas se encontraron Punctelia borreri y su pariente Punctelia subrudecta, que son comunes en los bosques abiertos de la Europa media no continental y que actualmente han recolonizado los parques de la periferia de Lisboa, Londres, París o Dusseldorf. El hecho de hallarse en esos parques no es extraordinario porque las diásporas provendrán de los bosques aledaños. Lo excepcional es su presencia en el Parque del Oeste porque ambas están ausentes en los bosques próximos, e incluso en todo el centro continental de la Península. Además como los líquenes no se cultivan, se excluye que hayan resultado voluntariamente introducidos en el parque.
Estas especies requieren una humedad atmosférica alta y constante; esto es, ambiente oceánico, opuesto a la continentalidad característica de Madrid. En los últimos años, se ha instalado por áreas, un procedimiento de riego automatizado, mediante aspersión fina, que evita el estrés del medio día y la rigurosa sequía del verano madrileño. Así pues, en el interior del parque, el entorno se ha vuelto oceánico. Ésta puede ser la razón para que ambas especies puedan estar ahora en el Parque del Oeste.
Pero ¿de dónde han venido las diásporas? Esa cuestión, aún no resuelta, interesa mucho en los estudios de biodiversidad. Un análisis de ADN ha revelado que las muestras de Punctelia borreri encontradas en el parque, se parecen a las del Levante peninsular. Sin embargo las de P. subrudecta requieren ser mejor estudiadas para precisar de dónde han venido.
Los líquenes son seres curiosos, extraordinariamente interesantes por su utilidad como bioindicadores y también como modelo evolutivo, pero plantean dificultades para ser investigados experimentalmente, por eso se desconoce mucho de su biología. No sólo se requiere cierta tozudez para su estudio genético sino que incluso se ignora cómo se transportan sus diásporas. Aportando argumentos científicos, hay quien dice que éstas son desplazadas a grandes distancias por el viento. También con argumentos científicos, otros opinan que tienen escasas posibilidades de desplazamiento y que son las aves o los animales, incluso los humanos, quienes actúan como vehículos de dispersión a larga distancia; eso o el tiempo, es decir, los movimientos continentales. Esto debe creer un notable poeta y ensayista, de germánica erudición (H. M. Enzensberger) cuando dice que los líquenes son el más lento telegrama de la Tierra.
Cualquiera de las alternativas resulta atractiva. Ya sean dejados caer desde las melenas o las chupas de los estudiantes Erasmus, de Portugal, de Alemania o de Francia, ya sea traídos por los vientos de una globalización más pasiva, el Parque del Oeste es ahora más diverso, más interesante. Entiendo que estas noticias son también cultura y ciencia al servicio de la calidad de vida de los ciudadanos. En las grandes ciudades de Europa estas cosas se estudian y, además de a los poetas, también interesan a los regidores municipales. Aquí menos.
Ana Crespo es catedrática de Botánica de la Universidad Complutense (Madrid).
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