Rumsfeld resiste
El jefe del Pentágono sobrevive con el apoyo de Bush a una catarata de críticas a su gestión
Con encuestas de opinión pública en su contra, con senadores y congresistas de su propio partido que piden la dimisión inmediata, con la situación en Irak convertida en una pesadilla y con el personal militar indignado por la falta de equipamiento y planificación, el secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, no sólo aguanta en su cargo, sino que recibe el elogio encendido del presidente de EE UU, George W. Bush, para quien Rummy, como se le denomina en la prensa estadounidense, está haciendo "un trabajo excelente". Sin embargo, el ataque de Mosul y las nuevas acusaciones de torturas por personal del Pentágono pueden precipitar la caída de este halcón del Gobierno norteamericano.
Rumsfeld proporciona al presidente un blindaje frente a los errores en Irak
"Me parece que Rumsfeld no va a durar mucho. Vamos a deshacernos de él", dijo el presidente a uno de sus asesores. Esto no ocurrió recientemente sino en 1971, y el presidente no era Bush sino Richard Nixon, que tenía al joven Rumsfeld como asesor en la Casa Blanca. El comentario está recogido en una de las grabaciones que tanto le gustaban a Nixon. Pero en aquella ocasión, Rumsfeld era un problema en el sentido contrario al actual: Nixon no soportaba que su asesor criticase la presencia de Estados Unidos en Vietnam y abogara por la salida inmediata de las tropas.
La anécdota está recogida en el libro de James Mann Rise of the Vulcans: The History of Bush's War Cabinet e ilustra la naturaleza de Rumsfeld como político con excelentes dotes para la supervivencia. Nixon nunca llegó a destituir a su asesor díscolo.
La situación actual presenta dos diferencias fundamentales con aquélla: Rumsfeld comparte las tesis bélicas del presidente y le proporciona además un blindaje frente a los errores. El secretario de Defensa aguanta con soltura el golpe de la crítica.
Sin embargo, los últimos siete días han sido, con toda probabilidad, el periodo que más complica la permanencia de Rumsfeld al frente del Departamento de Defensa. En los meses anteriores, este miembro del ala dura del Gobierno de Bush había sobrevivido con relativa facilidad a las complicaciones desastrosas en Irak y al escándalo de la prisión de Abu Ghraib.
Ahora, nadie sabe anticipar si podrá sobrevivir también al nuevo surtido de acusaciones y polémicas con las que termina el año. Su problema, según algunos analistas políticos, está en su propio talante, ese carácter que Bush definió hace unos días como "tosco y brusco".
Rumsfeld, igual que le ocurrió a un antecesor, Robert McNamara, durante la guerra de Vietnam, parece tan encantado con su propia personalidad como para no molestarse en esconder un aire de superioridad. Esa actitud le traicionó hace poco cuando un soldado le preguntó en Kuwait por la falta de equipamiento y de material: "Uno va a la guerra con el Ejército que tiene, no con el Ejército que le gustaría", contestó en público el jefe del Pentágono con un tono que parecía acusar al soldado de impertinente por entrar en debates que no le corresponden. El ataque de Mosul demostró que las condiciones de seguridad de las tropas estadounidenses permiten hasta ataques suicidas en el comedor de una base.
La respuesta al soldado de Kuwait, reproducida hasta la saciedad por los medios de comunicación de Estados Unidos, se completó hace unos días con el llamado por la prensa norteamericana escándalo de las firmas: Rumsfeld, en contra de lo que marca la tradición, no ha firmado personalmente las cartas de pésame a los familiares de los soldados muertos en Irak. El Pentágono usó un tampón con la firma para que el secretario de Defensa no perdiera el tiempo. En un comunicado, Rumsfeld reconoció poco después: "Aunque no he firmado individualmente cada una de las cartas para garantizar el envío expedito a los familiares afligidos, he dado instrucciones para que en el futuro sea yo el que firme cada carta", decía la nota.
A ambos incidentes se suma la aparición de nuevas denuncias de torturas en prisiones de Irak y en la base militar de Guantánamo, algunas fechadas mucho después de que saltara a la luz pública el escándalo de Abu Ghraib y el Pentágono prometiera investigarlo y erradicarlo.
Los documentos los ha conseguido la Unión Americana por las Libertades Civiles (ACLU, en sus siglas en ingles), la mayor organización de defensa de los derechos civiles, que dosifica el material que posee para dañar al máximo al secretario de Defensa. El último paquete de acusaciones está contenido en correos electrónicos de agentes del FBI enviados a sus superiores. En las cartas denuncian abusos, humillaciones y torturas sistemáticas por parte de los interrogadores militares.
Todo esto ha creado en la clase política estadounidense la sensación de que Rumsfeld no sólo comete errores, sino que parece insensible ante la situación de las tropas en Irak y ante la desgracia con nombres y apellidos de los más de 1.300 soldados fallecidos en Irak y sus familias.
Rumsfeld parece haber superado lo que en Washington denominan "la purga del segundo mandato", que ha servido para renovar la mayoría de los cargos en el Gobierno. Pero cunde la sensación de que el secretario de Defensa, animal político donde los haya, ha consumido ya seis de sus siete vidas.
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