Cuadernos de bitácora
La palabra más citada en el planeta durante 2004 también fue inglesa, pero esta vez tiene una espléndida traducción hispánica. Según los editores del Merriam-Webster, que por estas fechas proclama el término del año, esa palabra global fue blog, que es abreviatura de weblog (contracción entre web y log); esos ya célebres diarios más o menos personales y siempre charlatanes colgados en el ciberespacio y que se cuentan por millones. En 1999 solamente había 50 blogs en la Red; ahora mismo hay entre 2,4 y 4,1 millones, y según Perseus Developement Corporation, una consultora que estudia las tendencias en Internet, se calcula que para 2005 serán por lo menos 10 millones de cuadernos de bitácora; que así, con esta belleza de castellanización y precisión, es como se llaman los blogs en nuestra lengua. Bitácoras, también para abreviar.
En primer lugar, los cuadernos de bitácora son un espléndido término marinero, y en asuntos de la Red océana, como se sabe, el lenguaje de referencia procede de las viejas artes del cabotaje que tanto inspiran la prosa barroca de Rafael Sánchez Ferlosio, cuyo poderoso galeón sintáctico y mental siempre logra doblar airosamente el cabo de Hornos. Empezando por los internautas, que son una versión hipermoderna de aquellos argonautas griegos que a bordo del navío Argos fueron a Colcos a la conquista del vellocino de oro y continuando por las docenas de términos (desde navegar hasta surfear) pirateados al patrimonio de la mar por los tripulantes de la nave filibustera Internet. En segundo lugar, los blogs son esos diarios personales del piloto que se guardan donde se guarda la aguja de marear, en la bitácora (derivado de bitacle, del francés habitacle) y en los que quedan registrados el rumbo, velocidad de crucero, los oleajes, las maniobras y todos los avatares y pensamientos, tantas veces íntimos, de los pilotos internautas: la exacta definición que da nuestro Diccionario de "cuaderno de bitácora". Y en tercer lugar, en fin, dado que en el ciberespacio se navega con bits y no con átomos, nada más lógico y feliz que bit-ácora para redondear tecnológicamente la palabra del año.
El problema, esta vez, no está en la lengua, sino en el patio. Llamamos con precisión y belleza insuperables a esos blogs que están cambiando velozmente los océanos de la comunicación, pero todavía los navegamos muy poco y con mucha timidez. El número de bitácoras españolas que surcan Internet es muy inferior al de la media de países que nos rodean. Se calcula, calculan los propios bitacoreros (www.bitacoras.net/), que hay unos 20.000 cuadernos de bitácora en este país y que cada semana, a ritmo exponencial, se botan en aguas de Internet una docena de estos ciberdiarios que son el último grito en libertad de expresión entre los menores de 30 años. Pero es muy poco y por ahora es un fenómeno marginal en este país porque las bitácoras no sólo han supuesto el fenómeno verbal del año, sino que han bifurcado espontáneamente el rumbo de la información y de la comunicación del globo. A los poderes, especialmente al quinto, les ha salido este sexto elemento respondón y libertario, poder entre líquido y gaseoso, que hizo sus primeras armas en la guerra de Irak. Si la primera guerra del Golfo fue el primado de la CNN, durante la segunda, con los corresponsales empotrados en los tanques invasores, los blogs incontrolables de los periodistas independientes y de no pocos marines que en las anochecidas de Mesopotamia cambiaban las máquinas del Pentágono por la máquina Internet, fueron los encargados de darle la vuelta a las conferencias de prensa en los estudios de Qatar. Bastaba darse una vuelta por las bitácoras que estaban varadas entre el Tigris y el Éufrates para saber lo que realmente estaba ocurriendo en el desierto y sin la censura de Rumsfeld, que había prometido mentir en su primera intervención.
La penúltima noticia del novedoso poder global de los blogs también tuvo como víctima a una de las estrellas de la televisión norteamericana. Dan Rather, el célebre presentador de la CBS, se vio obligado a dimitir por haber dicho en su telediario una mentira sobre la mili del mentiroso Bush, y esta vez no funcionó la paradoja del mentiroso. Esa misma noche, los blogs se pusieron a investigar y demostraron en bits tangibles, valga la contradicción, que esta vez Dan Rather no había dicho la verdad o sencillamente que no había contrastado la noticia. La opinión pública norteamericana, la más impermeable a todo aquello que se sitúe en las márgenes de los cinco poderes, acabó obligando a dimitir a la estrella de la CBS por culpa de las informaciones incontroladas de los bitacoreros y del ciberground, que así se llama también al ruido nocturno de las redes subterráneas o de las corrientes subacuáticas de Internet.
No todos los días puede uno asistir al nacimiento de un nuevo poder, digamos el sexto, y está cantado que esta nueva marinería respondona, corsaria, grafómana y pantallera (esos screen-agers menores de 30) acabará imponiendo sus libertarios abordajes a la sociedad de la información; empezando por el abordaje al poder los opinionistas y columnistas de cabecera, aquí y en Pekín.
El problema de los blogs de este país, al margen de su escasa implantación, es el siguiente. Llevo observándolas de cerca varias semanas convencido de que son el futuro de esto y llego a la conclusión desmoralizante de que la mayor parte de nuestras bitácoras, con excepciones que apenas superan la media docena, son redundantes. Son una reproducción literal por otros medios del mismo bipartidismo político, mental, mediático, cultural y religioso que arrasa en la opinión pública española. Son cruceros de la doxa, casi nunca singladuras de la paradoja. Pocas veces doblan airosamente el cabo de Hornos de nuestro pelmazo maniqueísmo oficial y politiquero.
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