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Reportaje:2004 FOTOGRAFÍA

El adiós a tres genios

Hay años especialmente malditos. 2004 fue para la fotografía, probablemente, el más maldito de todos ellos, pues además de las muestras individuales y colectivas de la crueldad y la barbarie a las que puede llegar el ser humano, tanto en su acepción 'terrorista' como en las respuestas bélicas que encuentra en los diversos Gobiernos, en este arte el año que ahora acaba se llevó por delante a Henri Cartier-Bresson, Helmut Newton y Richard Avedon, tres de sus mayores estrellas.

Ángel S. Harguindey

Los tres fueron geniales y, por tanto, su influencia -directa o indirecta- fue enorme. Distinguir entre ellos cuál fue el mejor sería una despreciable grosería. Sigamos, pues, un orden más neutral: el cronológico. El mayor de ellos fue ier-Bresson (1908-2004). Su concepto de la fotografía, de la sensibilidad artística y de su obra lo explicó muy bien en unas pocas frases: "Cézanne expresó en una a: 'Cuando pinto y me pongo a pensar, todo huye'. Los artistas de hoy miran menos y piensan demasiado. El resultado es un supuesto academicismo de vanguardia. Hay que vivir el instante en plenitud, sólo así uno puede estar en lo que hace", una reivindicación de la intuición del artista, de la espontaneidad, frente al predominio de la razón. Al fin y al cabo su primera y juvenil inquietud fue la pintura; sus primeros ídolos fueron Dalí, Ernst o Cocteau, y quien más le influyó en los inicios de su formación fue André Breton. Corrían los años de la depresión económica en Estados Unidos, de la prolongada y desalentadora resaca de la I Guerra Mundial y de la eclosión surrealista, una respuesta provocadora ante lo establecido. Como él mismo reconoció en The Early Works, con el surrealismo comprendió la importancia de la rebeldía.

Camerún, Alemania, Francia, Polonia, Austria, España, Italia, México…, Cartier-Bresson, ya con su primera Leica, prefiere la fotografía al pincel para dejar constancia de las "cicatrices del mundo". El rebelde encuentra su destino. En 1935 expone en Nueva York con Walker Evans. Se alista en el Ejército para combatir en la Segunda Guerra Mundial. Tres años como prisionero de los nazis y dos intentos de escapada. Las cicatrices del mundo están cada vez más cerca. Poco después de finalizada la contienda funda con sus amigos y compañeros Robert Capa, David Seymour y Georges Rodger la primera agencia cooperativa de fotografía, Magnum Photos. Viaja por el Extremo Oriente: "Mi guía no paraba de reírse, no comprendía que hiciera fotos a todo lo que veía. Probablemente no sabía que gracias a la fotografía yo he aprendido a vivir, porque ella me ha enseñado respeto y tolerancia". Viaja a la URSS en 1954, y un año más tarde es invitado por el Louvre, en París, para convertirse en el primer fotógrafo en exponer en este museo. En los primeros años setenta cuelga definitivamente su Leica y retoma el pincel: se cierra el círculo. "Todo lo que ahora ansío es pintar, la fotografía nunca ha sido más que una manera de pintar, un tipo de dibujo instantáneo". Muere el 3 de agosto de 2004 a los 95 años de edad y deja tras de sí una extraordinaria crónica de las cicatrices del mundo.

La pasión de un cosmopolita La muerte de Helmut Newton no pudo tener una escenografía más apropiada para quien consiguió con su obra ser sinónimo de lujo y glamour: el viernes 23 de enero de este maldito año de 2004 perdió el control de su Cadillac y se estrelló contra un muro a la salida de su hotel en Los Ángeles, el muy selecto, caro y confortable Chateau Marmont. Tenía 83 años de edad.

Si Cartier-Bresson es el paradigma de la naturalidad, de la sencillez, Newton podría ser el de la sofisticación de la puesta en escena, incluso en sus desnudos más sobrios, directos y frontales. Son dos opciones y conceptos distintos de un mismo arte que explican los condicionamientos del quehacer cotidiano: el reportaje, el fotoperiodismo frente a la fotografía de moda. Lo que en el primero es prioritario -la necesidad de mostrar lo que ocurre, de informar-, en el segundo lo es el impacto visual, la capacidad de seducir. Newton es sobre todo un cosmopolita, un ciudadano que pertenece al mundo, y que, por tanto, el mundo, el cosmos, es su tierra. Berlín, Singapur, Melbourne, París, Londres, Mónaco, Nueva York o Los Ángeles son siempre su ciudad. No hay nostalgia de su Alemania natal ni rencor por las leyes nazis que prohibían la educación conjunta de judíos y arios, ni porque su primera maestra de la fotografía, Yva (Elsa Simon), muriera gaseada en Auschwitz, ni siquiera porque el redactor jefe de su primer trabajo como fotógrafo de prensa en Singapur le despidiera a los dos meses por inútil. Newton siempre se amoldó a las circunstancias vitales, pero sin renunciar a la belleza ni a la fascinación que le producían las mujeres. En el prólogo de su autobiografía recuerda y apunta lo que pudo haber sido uno de los momentos determinantes de su vida, el origen de su pasión por las mujeres: "Fue cuando vi a mi niñera arreglándose para salir, medio desnuda".

Sus series White Women, Big Nudes o They're Coming son ya historia del arte del siglo XX. Quizá sigan siendo, de igual modo, piedra de escándalo para los autosatisfechos -desde el ex ministro de Justicia estadounidense Ascroft, que mandó recubrir las estatuas desnudas de su departamento, lo que, al parecer, no pudo evitar en las escenas de los prisioneros iraquíes de Abu Ghraib, hasta quienes consideran que el desnudo femenino o masculino, supongo que desde Mirón y Fidias, es un atentado a la dignidad humana-. La erótica de Newton con sus fantásticas mujeres, más que despertar las pasiones del espectador se aproximan al tributo del admirador, de quien sabe que son fuertes, bellas, decididas, capaces de mostrarse sin reparos ni complejos porque la belleza está de su lado, una belleza que poco o nada tiene que ver con la sumisión o con la transgresión de normas morales judeo-cristianas, ni siquiera con el concepto masculino de la misma, más vindicativa que hedonista. Newton es un ciudadano del mundo y desde niño descubrió que una de las joyas, de las escasas joyas que lo habitan, son las mujeres. No son las únicas, y ahí están sus retratos o su fascinación por la naturaleza en la última etapa de su vida, pero desde que un día vio cómo se vestía su niñera decidió aplicar su enorme talento y sensibilidad a rendirles su personal y constante homenaje.

El retratista implacable

El tercer pilar de la sabiduría fotográfica que se llevó por delante el catastrófico 2004 fue Richard Avedon. Le mató una hemorragia cerebral a los 81 años de edad cuando trabajaba en San Antonio (Tejas) en el reportaje On Democracy para The New Yorker. En la obra del genial neoyorquino se unen las cualidades de Cartier-Bresson y de Newton: la espontaneidad, información y plenitud del instante con la sofisticación, la ironía y la reflexión. Asumió dos de las grandes tendencias desde sus comienzos profesionales, alternando sus reportajes de moda con sus crónicas sobre los derechos civiles en el sur de Estados Unidos -con James Baldwin publicó el libro Nothing Personal- o sobre los generales y las víctimas de la guerra de Vietnam para The New York Times.

Con sus reportajes de moda para Harpers's Bazaar y Vogue rompió con lo establecido: sacó de los estudios todo el lujo y el esplendor de los diseños y modelos y los plantó en la calle. Una de sus fotos más populares, 'Dovima con elefantes', fue el comienzo de una nueva era en la puesta en escena de la fotografía de moda. Sus retratos en blanco y negro eran implacables, en ocasiones hasta demoledores, por su rechazo absoluto a la mixtificación: todo en ellos era auténtico y sobrio. Marilyn, Henri Miller, Bogart, Capote, políticos, nuevos ricos… El crítico del semanario Time, Richard Lacayo, lo expresó muy bien: "Con cada arruga y flacidez mostrada en altorrelieve, hasta el plutócrata más poderoso aparece como un disminuido mortal más". Cabría añadir que consideraba el retrato como su aportación al conocimiento del ser humano, a las huellas que el paso del tiempo deja en sus rostros. Las siete fotografías sobre el envejecimiento de su padre con las que finaliza el libro Portraits, de 1976, no dejan lugar a dudas.

Quizá su obra cumbre sea In the American West, un encargo de 1979 del Museo Amon Carter, de Fort Worth (Tejas). Avedon recorrió durante cinco años el Oeste de Estados Unidos para retratar a docenas de seres anónimos, granjeros, mineros, vagabundos, amas de casa, oficinistas o prostitutas. Nunca figurarán en los libros de Historia, pero han protagonizado la mejor literatura estadounidense, desde Hemingway a Carver, y tras Avedon forman parte de la antropología y el arte del pasado siglo. Dignos y elegantes en su sobriedad, su contemplación nos revela que el sueño americano sólo se puede explicar desde la demagógica ocurrencia de un estúpido patriota borracho.

2004 fue un año maldito que nos obliga a reconocer la brutalidad del ser humano, pero, también, nos permite recordar su grandeza con la obra de tres maestros de la fotografía.

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