Rapapolvo... sin efecto
La intervención de la señora Pilar Manjón en la comisión de investigación del Congreso de los Diputados acerca de los atentados del 11-M ha logrado la aparente maravilla de una alabanza generalizada. Ahora bien: ¿van a ser tomadas en serio sus propuestas y sus reclamaciones? Por desgracia, creo que no, y ya algunas pruebas hemos tenido, pasadas tan sólo unas horas desde sus palabras.
"Han hablado de ustedes", fue la acusación más directa, justa y precisa de la señora Manjón. No es la primera ocasión en que se hacen afirmaciones como la transcrita. En el reciente libro de Santos Juliá se encuentran numerosísimos ejemplos de la sensación de distancia sentida entre la clase política y los españoles anónimos. Ese "desaliento, amargura y aspereza" que sentía Giner ante la política de su tiempo es el que ha resucitado en pasadas horas en el Congreso en los labios de una modesta funcionaria. Lo cierto es que existen unos profesionales de la política que parecen tener más solidaridad entre ellos mismos que la existente con quienes los votan. Apenas saben otra cosa que procedimientos para agredir al adversario. No interrogan sino embisten, y, al hacerlo, contribuyen a averiar un principio que está instalado sólidamente en la sociedad española, como es el consenso -la voluntad de acuerdo- en materias esenciales, en especial el terrorismo.
La señora Manjón lo reclamó y algo se pretenderá hacer en este sentido a la hora de redactar las conclusiones de la comisión. Pero también pidió otro tipo de comisión de encuesta con plena justificación, y eso ni siquiera ha sido tomado en consideración durante un minuto por cualquier responsable político. Tiene, no obstante, toda la razón la demandante. Las dos comisiones que en la vida política española han centrado la atención durante meses han averiguado poco y, en cambio, han contribuido a crear un clima político pésimo, innecesario e injustificable. Al menos, como enseñanza con vistas al futuro, se debiera reconocer que en casos semejantes, que sin duda se presentarán, lo mejor sería intentar otra fórmula distinta, más semejante a las Royal Comissions británicas o al Senado norteamericano.
La señora Manjón pidió también responsabilidad a los medios de comunicación y cabría exigírsela mucho mayor no sólo por la reproducción de imágenes de los atentados, sino por la carencia, en muchos de ellos, de una voluntad seria de llegar a la verdad. Exigió un endurecimiento de las penas porque parece inaceptable que el menor que trasladó el material explosivo y se hizo cargo de adquirir la metralla vaya a verse libre de cualquier pena a los 23 años. No ha habido reacción ante la propuesta. Lamentó la representante de las víctimas las trabas administrativas para conseguir las reparaciones. Resulta que las muchas medallas a las víctimas eran compatibles con la inexistencia hasta ahora de un solo organismo de la Administración destinado a responsabilizarse de la atención a los damnificados. Porque era fácil, en eso la han hecho caso.
El panorama general que, al margen de esta cuestión decisiva, aparece cada día en nuestra vida pública reproduce la sensación de hiato entre la sociedad civil y la política. Ésta parece terreno donde sobreabunda la frivolidad y la despreocupación irresponsable por las consecuencias de los propios actos. ¿Qué sentido tiene que se demande, a veces con gesto de matón o en otras como ejemplo de magnanimidad política, un indulto para una persona a quien un tribunal de justicia ha determinado la culpabilidad en un robo de bienes públicos, previa condena por secuestro? ¿Qué consistencia cabe atribuir a un político como el señor Carod Rovira, que siempre está pidiendo perdón de lo que hizo o dijo anteayer, sin que quede la esperanza de que de una vez se detenga a meditar antes de actuar o declarar? ¿Qué esperanza puede ofrecer a una gran porción de la sociedad española su segundo partido, entregado de pies y manos a la insufrible extravagancia de unos supuestos entusiastas que en realidad les obligan a la acrobacia ante un abismo? Hoy la política está muy por debajo de la sociedad española y las circunstancias exigen una elevación de su nivel.
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