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Crítica:MEMORIA DE LAS PALABRAS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La tipografía vanguardista

Let him be kept from paper, pen and ink;

So may he cease to write and learn to think.

Escribir, en tipografía, es pensar. Y pensar, en tipografía, es hacer. Sucede a menudo, sin embargo, que, aun pensando demasiado en ella, se la piensa poco. Entonces aparece mastuerza y vocinglera: tipografía que no hace, sino deshace. En el tácito conversar de la lectura, la buena tipografía es, por el contrario, contertulia deferente y circunspecta: no habla, deja hablar. Valga ello, al menos, para la composición seguida. Pero incluso la remendería, si asimismo de buenas maneras, tampoco chilla (aunque en ocasiones sí ofrece un altavoz).

Mucho de eso había visto Jan Tschichold (1902-1974). Las nuevas técnicas de impresión y los nuevos tipos que se desarrollaron a lo largo del siglo XIX habían conducido a la tipografía a un callejón sin salida. Por eso, no es extraño que en plena efervescencia de las vanguardias y en la órbita del Bauhaus apareciera este libro, la más clara apuesta por un principio frecuentemente olvidado: la mejor tipografía es la que no se ve, la que deja en libertad a las palabras y permite su lectura de la manera más cómoda posible. Ése es el cuento de La nueva tipografía (1928); como decíamos, darse a pensar, ponerse a hacer. En sí mismo y pese a sus manifiestas pretensiones, buena parte de lo que el manual expone y propone está caducado. Y no por viejo, sino más bien por joven: por su vehemente afiliación al momento, por la alegre cerrazón de su amplitud de miras, por su anquilosamiento en lo nuevo y lo moderno. Sin duda hará las delicias de los propensos a montarse en la noria del "creador de hoy" (vertiendo a lo castizo los "diseñadores modernos" del subtítulo), como despertará la atención de quien escudriñe los vaivenes culturales del pasado siglo. Tal vez su mayor lastre sea el de querer imponer a machamartillo, con férrea cuña teórica, el -por definición- amoldable material plúmbeo, algo de lo que el propio Tschichold habría de dolerse en lo sucesivo. Tesis caducadas, y el libro, aun así, se mantiene fresco: ya que no quizás del espíritu que lo empapa, de la intención que lo anima, en cambio, se saca todavía buen provecho; y del ahínco, la claridad de criterio, el rigor y la solvencia admirables con que esa intención se articula y desenvuelve. Pretender aplicar sus enseñanzas al pie de la letra sería -permítasenos decir aquí- jugarse el tipo, verse abocado a componer piezas no menos "de época" que ¡Dónde vas, triste de ti! Es decir: fácilmente caer en el huero formalismo que el autor amonesta ya en su introducción. Bien estará, en cambio, atender a nociones como las de lo equilibrado, lo orgánico, lo funcional. Y estudiar su desarrollo en el manual. Y pensarlas en el propio quehacer. (Pero sin repanchingarse, que a lo funcional no le basta con serlo: es preciso, además y sobre todo, que funcione).

De los cómos, cuándos, dóndes y porqués de todo ello, de la vida de Tschichold y sus avatares, del crucial cambio de rumbo que tomó su actividad tipográfica y del valor de su obra en el contexto histórico de la tipografía contemporánea, da cumplidísima cuenta Josep M. Pujol en un certero estudio preliminar. Singular por su impresionante acopio de datos y por lo sabiamente hilvanados, ese estudio habría merecido de suyo el rango de libro. Cierran el volumen, por lo demás, dos reminiscencias del tipógrafo y el magnífico examen de conciencia y acto de contrición que él mismo publicara en 1946 a cuenta de una pulla imberbe de Max Bill. No es éste un libro para doctos, sino para adictos. Ya que adicto se es o se deviene, congratulemos al editor por habernos traído finalmente este preciado género, y exhortémosle a que no ceje en su distribución, esperando que dosis venideras de análoga pureza y calidad redunden en propagar tan saludable adicción. En beneficio, al cabo, de quienes siguen escribiendo. Y de quienes todavía leen.

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