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Columna
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Un futuro difícil

He vivido los últimos treinta años de mi vida asomado a un paisaje agrícola que desaparecerá cualquiera de estos días. Una mañana, cuando me despierte y mire por la ventana, en lugar de los almendros de siempre, encontraré ante mí un campo de golf, rodeado por centenares de chalets que treparán colina arriba. Serán unos chalets llenos de color y de tipismo, de un falso estilo levantino que, por lo visto, enloquece a los compradores europeos. Al menos, así lo aseguran quienes construyen estas viviendas, aunque uno no pueda dejar de lamentarlo. Puesto a sacrificar el paisaje de mi vida, hubiera preferido hacerlo ante una arquitectura de mayor alcance. ¡Qué le vamos a hacer!

Pensaba en estas cosas, mientras leía la noticia de la manifestación que se celebró días pasados, en Sanet i Negrals, contra los campos de golf. Las personas que se manifiestan en contra de los campos de golf y, naturalmente, de las urbanizaciones que los rodean, tienen todas mis simpatías. Aunque es improbable que mi apoyo les suponga alguna utilidad. Creo que andan metidos en una batalla que, por muchos esfuerzos que hagan, no lograrán ganar. El viento de la economía, que es como decir el viento de la sociedad, no sopla precisamente a su favor.

Mientras miles de europeos sigan decididos a pasar los años de su jubilación entre nosotros, continuará la demanda de viviendas y seguirán construyéndose campos de golf. Si los tipos de interés que ofrecen los bancos permanecen tan atractivos como en la actualidad, el fenómeno no hará más que aumentar. En el sistema capitalista, que es el sistema en el cual vivimos -aunque algunos lo olviden con facilidad-, siempre que surge una demanda aparece alguien dispuesto a atenderla. Y eso es lo que están haciendo en este momento los señores constructores que cuentan, como es natural, con el total apoyo del Gobierno.

Nos equivocaríamos si creyésemos que el problema es exclusivo de la Comunidad Valenciana. La presión que sufren nuestros pueblos, amenazados por las urbanizaciones y los campos de golf, es la misma que viven las poblaciones de los Pirineos con las viviendas de fin de semana, que allí crecen como setas. Y lo mismo sucede en el Ampurdán donde, de unos años acá, todo el mundo quiere tener su segunda residencia. Los vecinos del Ampurdán, como los de Pirineos, se han unido, desde hace tiempo, para frenar este desarrollo y se muestran muy combativos. ¿Piensan ustedes que tendrán algún éxito?

Mi opinión es que, a la larga, la lucha de estos vecinos tendrá un escaso resultado si no logran atraerse a una parte importante de la población, lo que considero muy improbable. Es difícil que el propietario de un terreno se niegue a venderlo cuando éste ha alcanzado un cierto valor. El efecto de la sociedad de masas es imparable y mucho me temo que se llevará por delante nuestros paisajes, tal como los conocemos hoy. Esto no quiere decir que debamos resignarnos y aceptar que sean los constructores quienes impongan su criterio con su rapacidad. Yo animo a estos manifestantes de Sanet i Negrals a que, sin dejar de manifestarse allá donde haga falta, trabajen para colocar al frente de los ayuntamientos a personas insobornables, personas dispuestas a defender los intereses de la comunidad. No conozco otro camino.

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