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Columna
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Volver a Europa

La principal objeción de los nacionalistas al texto de la Constitución europea es su remisión a "la voluntad de los ciudadanos y los Estados" -y no de los pueblos- como fundamento de la Unión. Ello no impide una mayoritaria identificación de sus votantes con la tradición y los valores europeístas que expresa. Tan sólo el 10% de los votantes de CiU y el 5% de los del PNV están por votar no en el referéndum, según un sondeo del CIS difundido la semana pasada. Incluso entre los de ERC son más los partidarios del voto afirmativo (31%) que los del negativo (22%). Y entre los de BNG, según un sondeo publicado el domingo pasado en La voz de Galicia, el rechazo no llega al 10%, pese a que ocho de cada diez miembros de su dirección se pronunciaron en su día por el no.

La Asamblea Nacional del PNV decidió el pasado día 2 recomendar el voto a favor, siguiendo la orientación marcada por su actual presidente, Josu Jon Imaz. Cuatro días después el Consejo Nacional del partido acordaba la integración, en condición de socio fundador, en el Partido Demócrata Europeo (PDC), una iniciativa del ex presidente de la Comisión Europea y antiguo primer ministro italiano Romano Prodi. Se trata de un partido de centro, humanista, europeísta, que se sitúa entre el conservadurismo y el socialismo y defiende la economía de mercado y la justicia social, según explicó Imaz. ¿No parece la definición de lo que fue o quiso ser la Democracia Cristiana en la posguerra europea?

Tanto el respaldo a la Constitución como la integración en la nueva organización internacional parecen formar parte de un movimiento de rectificación de la dinámica que llevó al PNV de Lizarra a abandonar en 1999 el grupo del Partido Popular Europeo, nombre que había adoptado la antigua Democracia Cristiana, para integrarse en el de los Verdes. Rompía así una tradición iniciada por la generación nacionalista de los años 30, que participó activamente desde 1947 en la formación del Movimiento Federal Europeo, impulsor del proceso de unificación que dio origen a la actual UE.

Desde entonces hasta la repentina radicalización de Lizarra y simultáneo abandono de la política autonomista plasmada en el Estatuto de Gernika, el PNV había hecho compatible su identidad nacionalista con su adhesión a los valores democratacristianos, lo cual fue un factor moderador de la política vasca. Esa adhesión no carecía de alguna ambigüedad: Juan Ajuriaguerra, principal dirigente por entonces del PNV en el interior, fue reticente a la iniciativa del lehendakari Aguirre de impulsar, en 1949, un "Consejo Federal Español" del Movimiento Europeo por considerar que esa presencia suponía una cierta "subordinación a lo español". También Imaz ha recurrido ahora, para vencer las resistencias internas, al argumento de que "a más Europa, menos España".

El regreso a la doble referencia ideológica podría anunciar el fin del periodo en el que no existieron en el PNV contrapesos que contuvieran la atracción por el abismo que se apoderó de sus principales dirigentes a partir de 1997. La tradición cristiano-demócrata y europeísta podría ser útil para emprender la retirada, cuando encalle el plan Ibarretxe.

La pérdida de referencia europea ha tentado también a sectores del nacionalismo catalán. La demagogia de los sucesores de Pujol condujo a Convergència a optar por el no en una asamblea celebrada en julio. Más tarde ha condicionado el cambio de posición al reconocimiento del catalán, y de Cataluña como circunscripción electoral en las elecciones europeas. Carod Rovira también propugnó el voto negativo con el argumento de que "esta Constitución nos ignora".

Subyace en ese planteamiento el reflejo de una mentalidad característica de la fase adolescente del nacionalismo: la mentalidad que la semana pasada se manifestó en la respuesta del conseller en cap, Josep Bargalló, a una interpelación parlamentaria sobre la actitud de Esquerra en relación a la candidatura de Madrid para los Juegos Olímpicos de 2012. No tenemos obligación de apoyar candidatura alguna -vino a decir-, porque ninguna ciudad catalana opta a esa organización. La misma mentalidad que reflejaba la carta de Carod a ETA en 1991 pidiéndole que "no actuase más" en Cataluña.

Hay muchas cosas que los partidos democráticos hacen y dicen aunque no tengan que ver con su ámbito geográfico de actuación. Aguirre y Pujol sabían que su política tenía una dimensión española y también europea. Algunos de sus sucesores han sucumbido al prejuicio de que esa dimensión no es de su incumbencia; pero sus electores les corrigen.

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