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Derribos y sustituciones

Desde hace unas décadas Valencia está poseída por una vorágine inmobiliaria que se proyecta de una manera exterminadora hacia el paisaje más inmediato y sobre el mismo recinto urbano, hiriendo de gravedad puntos emblemáticos que son irremediablemente desfigurados y alterados, perdiendo así su escala, protagonismo y sentido histórico. Pero el anhelo de despilfarro constructivo, de manipulaciones arquitectónicas reflejadas en constantes reformas y remodelaciones, la mayoría de las veces innecesarias, no es una obsesión exclusivamente municipal, sino una visión en la que están inmersas todas las instituciones locales de no importa qué signo u orientación. Desde los años sesenta y setenta no se había producido una oleada similar de destrucción del entorno. Las periferias han desaparecido y la huerta está condenada a muerte. Convertirla en parque temático será quizás hoy la única solución para mantenerla viva. Las alteraciones de los volúmenes se pulsa en cualquier recorrido de la ciudad, en algunos puntos hasta extremos inauditos. La falta de unos criterios coherentes y sensibles conduce a dos ejemplos que quiero denunciar, que quizás no sean los más graves, pero significativos de los que puede ser una alteración patrimonial. Uno ya está consolidado el otro no ha hecho más que empezar.

El primero y mas lamentable es una construcción de nueva planta que se está finalizando detrás de nada menos que la Torre de Quart. Se trata de un edificio anodino y sin más valor, que no merecería ni ser comentado, pero que es en ejemplo palmario de lo que sucede cuando se derriban las construcciones conformadoras de un conjunto histórico. Éstas pueden ser obras muy elementales pero imprescindibles en la definición y armonía de un entorno.

La arquitectura estandarizada que sustituye estas obras es generalmente torpe y grosera en su diálogo, y el recambio solo tiene como única justificación aumentar las alturas. Toda la arquitectura valenciana de menos de cuatro alturas está condenada a desaparecer. Durante el tiempo que el solar trasero a las torres quedó vacío a consecuencia del derribo que nunca se debió autorizar, salió a un primer plano un edificio de los años treinta que había detrás, el cual, pese a su tono moderno, dialogaba mucho más con el monumento gracias a sus formas suavizadas y redondeadas de ascendente aerodinámico. La nueva edificación que ha vuelto a ocupar el solar es desde el punto de vista histórico ambiental y de concordancia de formas tan analfabeta estéticamente como quien firmara el permiso del anterior derribo y su sustitución por este lamentable ejemplo que arruina el marco de uno de los principales monumentos valencianos por sus formas y altura. Intervenciones más o menos similares se han producido en el entorno de la catedral y en la Torre de Serranos y otros lugares que debieran ser intocables.

El otro derribo desde mi punto de vista desafortunado con el que me he desayunado recientemente ha sido en la Universidad, que como todo organismo institucional no para de quitar y poner sin toda la reflexión y sentido crítico que debiera, a pesar de que estos cambios venga impuesto por necesidades de nuevos ajustes. Así se producen intervenciones como las de las escaleras de Goerlich en el edificio de la calle de la Nave por unas nuevas que no necesitan comentarios.

Los que han estudiado un poco la arquitectura valenciana actual saben del interés de las construcciones escolares de Moreno Barberá en Blasco Ibáñez, entre las que se encuentra la que es hoy Facultad de Geografía e Historia, citada en diversas publicaciones de arquitectura contemporánea. Cuando recorría el espacio del patio entre el nuevo aulario y nuestro departamento siempre me era grato contemplar la audaz y hermosa estructura independiente del bar, era una pieza que la fui descubriendo poco a poco cuando nos trasladaron a la parte trasera. Pues bien, al llegar esta mañana me encuentro con que la han derribado por completo. El que era uno de los volúmenes más interesantes y de mayor expresividad ha desaparecido. Lo lamentables es que nadie se haya planteado siquiera el interés o entidad de la pieza en cuestión. Pues para qué quiere la Universidad entonces especialistas y estudiosos de arte contemporáneo, y qué pintan todas esas asignaturas ahora tan de moda de patrimonio y otras historias afines. No sé cuál será el proyecto que sustituya la anterior pieza pero creo que por dignidad y respeto a la cultura lo que debe hacerse es reconstruirla.

Vivimos de nuevo en la cultura generalizada del desarrollismo y el socavón, esperemos que en el agujero de vez en cuando caiga alguna semilla.

Francisco Javier Pérez Rojas es Catedrático de Historia del Arte de la Universitat de València.

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