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Columna
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Pompa y legajo

Recuerdo mi llegada a la administración estatal, no había pasado un año desde la muerte de Franco. Valencia en verano, muchos hombres con mariconeras, anuncios de toros, sol húmedo y la oficina llena de mutilados de la guerra (los victoriosos), de mujeres de mucho rigor, de caballeros de la División Azul (éstos, muy severos) y de jefezuelos encorbatados de la Obra que reinaban desde los pisos altos. Recuerdo la rotunda pulsión del tedio, su poderío sobre las bancadas de los funcionarios. Recuerdo la consternación de los nuevos empleados, su tristeza honda ante el panorama. Recuerdo el rumor de los gestores administrativos y el pavor de los contribuyentes que iban de por libre a los mostradores. Recuerdo, en fin, la doliente nostalgia de las aulas universitarias, que muchos todavía, tan jóvenes, aún compartíamos con la horrenda realidad burocrática.

Fue allí donde supe que el lenguaje administrativo del siglo XIX seguía en vigor, ajeno a revoluciones y restauraciones, a repúblicas y monarquías. En el papel oficio de la dictadura abrumaban los "Dios guarde a usted muchos años" y muchas otras frases vetustas, adobadas con latinajos y codas que mucho excitaban a los mandos más antiguos y más opacos.

Toda esta jerga clasista ha ido desapareciendo con los años. Ya no hay pólizas, escasean los textos ridículos. Pero aún sobrevivía en medio de la modernización un aceitoso baile de excelentísimos e ilustrísimos que ahora Zapatero, gran criterio el suyo, se ha propuesto liquidar. Ya no habrá más palabras-pavo real delante de los nombres de los cargos civiles (y espero que también de los militares). Así, el ministro será señor ministro y con eso basta. Y que tomen nota los honorables y muy honorables. Y hasta sería conveniente, dentro de algún tiempo, poco, que majestades y otras reales altezas tuvieran un tratamiento más democrático, que ya dijo Francisco de Rojas Zorrilla en el siglo XVII que "del rey abajo, ninguno". ¿Qué les parece un señor Príncipe? ¿Y una señora Princesa?

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