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Reportaje:CONSUMO | EXTRA NAVIDAD

Diario de una tarjeta de crédito

Cualquier PLASTIQUITO, hasta el más decente y honrado, sufre una auténtica conmoción en estas fechas. La tarjeta, convertida en HERRAMIENTA indispensable para el gasto desenfrenado, asiste como testimonio de excepción a nuestros RITUALES, excesos, penas, alegrías y miserias. Una de ellas nos relata cómo se ve y se vive el periplo navideño desde la CARTERA de una familia española. Acaba muy vapuleada.

Mi señora dice que le traigo por la calle de la amargura. Mi señor, en cambio, que casi nunca se acuerda del número secreto porque le bailan las cifras y ya me han tenido que rescatar de más de un cajero, la tranquiliza con mil pamplinas para que no le ponga la cabeza como un bombo. Ella, que es notaria, es la que al fin y al cabo mantiene a toda la familia, mientras que él, funcionario, lleva una vida más tranquila y ve menos peligros en el horizonte por lo manirroto que es. Pero a la hora de la verdad, los dos me explotan por igual en estas fechas, por Navidad, uno de los dos periodos en los que más me marean ambos.

Soy una tarjeta de crédito decente y honrada: cuando estoy en descubierto, la verdad es que no tardan mucho en taparme el agujero. No puedo desvelar mi identidad por razones de seguridad. Tampoco pertenezco a las grandes marcas, más bien a un banco del montón. Estoy hecha de un plástico duro, banda magnética y con números en relieve, que somos mucho más de fiar. Tengo fecha de caducidad, cada cinco años; a veces me siento un tamagochi, y eso que no parezco un objeto -una institución, más bien- para que me tomen a broma, porque yo soy el auténtico sostén de las familias.

Me da un poco de pereza la Navidad, por qué no decirlo, aunque al final siempre acabo encontrándole cierto encanto. Si el año pasado, en 2003, las familias españolas hicieron un gasto medio extra de 845 euros -con Madrid como la comunidad más consumista y Canarias como la que menos-, este año, multipliquen… Mi señora, que viene de familia numerosa, me va a pasear por unas cuantas decenas de tiendas buscando cosas para sus ocho hermanos con sus respectivos cuñados, sus padres, su suegra -en ésta nos gastaremos menos porque ya le ha dicho al señor que se ocupe él de mamá-, los niños…

Bueno, los niños, que ya van a la universidad, qué digo, y tienen cada uno su tarjetita y su cuenta joven para salir por ahí con sus novias y novios. Tanto que este año, por primera vez, se está pensando muy seriamente mi señora hacerles regalos a los pretendientes porque parece que lo de Adrianita, que estudia publicidad, va en serio con este chaval tan formal y tan recto que ha conocido en la facultad, aunque él estudia periodismo y ésa no es una carrera que las de economía consideremos con mucha salida. En cambio, Pablito, que le ha dado por hacerse veterinario, ha conocido a una chica bien mona que le va a enderezar, ya ves, él, que no tenía nada que envidiar a Bart Simpson y que pasó un pavo de disgusto mensual cuando le llegaban a mis señores las facturas de Internet, donde el niño se paseaba por todas las páginas porno, que había veces que se le multiplicaban los granos y se le ponía la cara como un cráter, hasta que al señor se le ocurrió meter una contraseña en el sistema, temiéndose lo peor.

Porque el señor es otro vicioso de la Red. El año pasado, por Navidad, se lió a hacer compras por Internet, que me tenía todos los días con los números por el ciberespacio. Menos mal que la señora puso pronto los puntos sobre las íes cuando le dijo: "¡Oye, Manolo, que eso tiene un peligro! Más vale que toques lo que compres".

Hasta el árbol de Navidad se agenció, el año pasado, el señor por Internet en www.abetos.com, que dio un resultado espantoso: a la semana de ponerlo ya estaba medio pocho y se le caían las bolas. Sí, somos una de las familias españolas que compran alrededor de 1,5 millones de árboles navideños para alimentar a una industria que controlan Cataluña, País Vasco y Navarra con un 95% de la producción, más un 5% que llega de importación, que esto me lo sé. Pese a los fiascos y a los virus navideños, que se multiplican en esas fechas por la afición a hacer compras desde casa, la gente se vuelve loca gastando online, y en 2003 se incrementaron las ventas en un 21% en España de esta manera.

En fin, también tiene sus ventajas: que no haya tantas colas en los centros comerciales. Eso que, el otro día, el niño -que este año se ha buscado un trabajo para las vacaciones, para entrar en el perfil de personas de entre 18 y 25 años que, según las empresas de trabajo temporal, abundan en las más de 100.000 contrataciones extras que se hacen en diciembre- les leyó lo que las organizaciones de consumidores propugnan para no perderse en el consumismo durante estas fechas: "Planifique, no se exceda, no se endeude -a mí me lo van a contar-, adelante sus compras, no se deje seducir, busque y compare, diversifique, sea cuidadoso, compre solidario y verde, y desconfíe de las ofertas de dulces porque pueden estar pasados de fecha".

En esto último no fallamos. Antes se encargaba el abuelo de ir con antelación a Casa Mira para comprar el turrón y ahora le acompaña mi madre para hacer el cargamento: turrón de lo duro, de lo blando, guirlache, un poco de yema, mazapán y polvorones. No sé dónde leí que de las 35.000 toneladas de turrones y mazapanes que se consumen al año, 30.000 se comen en época navideña y alrededores, según la Asociación Española de Fabricantes de Turrones y Mazapanes. Donde vamos, hay que pagar al contado, así que antes pasamos por alguno de los cajeros que están desplegados en la Puerta del Sol, y que odio porque del uso raspan más que en ninguna otra parte del Estado y acaban rayándome los lomos.

Estamos a día 15 y ya ha empezado el ajetreo. Algunos lo dejan para última hora y otros ya lo tienen todo solucionado, pero son los que menos, porque la verdad es que las cifras cantan. Las empresas de juguetes realizan el 75% de sus ventas en Navidad; las de ocio, el 60%, y los regalos tecnológicos van ganando terreno a los tradicionales, sobre todo las cámaras digitales, que son las que más se vendieron en 2003. En eso mi señora racionaliza mucho el gasto. Para sus casi 20 sobrinos les coge cualquier chorrada en los todo a cien, cualquier recuerdo made in China. Ya lo ves. En Estados Unidos causan furor las cosas fabricadas en China para Navidad. No hay un espumillón, ni una bola, ni un trineo, ni un abeto artificial en los que no conste que se ha hecho allí. De China vienen los regalos de los Reyes y de Papá Noel cada vez más para los cuñados y para los hermanos.

Donde escamotean poco, tanto la señora como el señor, es en los banquetazos. Hoy tiene cena con las amigas; dentro de tres días, con los compañeros de trabajo, y eso antes de poner el estómago bien a prueba con la familia.

En la cena con las amigas lo pasamos bien los demás habitantes de su cartera y yo. ¡Se oyen unas cosas! No le dice Margarita a la señora, cuando ésta primero le cuenta que le ha pedido a los Reyes una pasadita por el quirófano para retocarse las patas de gallo, que ella -no te lo pierdas- le ha pedido hora a su marido en una consulta de esas de alargamiento del pene que se anuncian a veces en las secciones de Cultura de los periódicos. ¡Vamos! ¡Qué risa, oye! Parecía un capítulo de Sexo en Nueva York, pero de los buenos, buenos, esos en los que no abunda mucho el pijerío posmoderno que apesta tanto en la serie. Luego se intercambiaron, como todos los años, la lotería. Mira que los españoles la tienen tomada con el calvo del anuncio. Les seduce. En 2003, sopla que te sopla, el individuo consiguió que se gastaran 2.261 millones de euros en décimos, un 8,34% más que en 2002.

Estuvo la cosa muy animada toda la noche. A Teresa, la amiga provocadora de mi señora, se le ocurrió preguntar cuál era el objeto que para todas ellas simbolizaba la Navidad. "Los villancicos", decía una; "los Reyes", otra; "el árbol y los belenes", contaba la mayoría, y eso que todo lo nombrado ha perdido un tanto la gracia desde que Álvarez del Manzano no los canta en la plaza Mayor. ¡Dios mío, qué sofoco! "Nada de eso, no seáis hipócritas", les contestó Teresa. "Para mí y para todas vosotras, la Navidad hoy es la tarjeta de crédito".

Pues mira, qué quieres que te diga. Me hizo ilusión que me hicieran ese homenaje, porque todas cayeron en que tiene mucha parte de verdad. Aunque alguna se mostró nostálgica porque se resiste a esa corriente creciente que considera que las fiestas navideñas tienen un sentido más comercial que religioso, como opina el 19,3% de los españoles, frente al 14,5% que las considera cristianas. La mayoría, el 60,3%, según una encuesta del CIS, cree que son unas fiestas familiares más que cualquiera de las dos opciones anteriores.

Una cosa que se criticó mucho en la cena del trabajo de mi señor fueron los regalos de la bolsa de la empresa. Cada vez están más tacaños. Por cierto, que hay que ver qué gracia. Casualidades de la vida. Mi señor trabaja con Pepé, el marido de Margarita, que menudo trago cuando le pregunten lo que le han traído los Reyes. "Una corbatita", dirá. Como si lo viera. Yo eso no me lo pierdo.

Después de los cenorrios del trabajo toca pensar en la familia. Primero, el menú, porque la mayoría nos viene a casa. Mi señora es la típica hermana mayor pringada a la que le funciona el chantaje sentimental que ejercen sistemáticamente sobre ella los hermanos pequeños y sus padres. Habrá lo de siempre, pavo y langostinos, que ya los hemos comprado y congelado, porque si esperamos a última hora suben un 40%, según las asociaciones de consumidores. Siempre caemos en la misma trampa, porque si la media anual de consumo de marisco es de 21.000 kilos, en Navidad se pone en 48.000. Del turrón ya hemos hablado. Lo que más nos gusta a todos es que a los sobrinillos de siete años se les caigan los dientes. Eso sube el presupuesto en la partida de Ratoncito Pérez, pero es que verles la cara que se les queda y esas ganas que tienen de que se les caiga cuando le hincan el turrón es que es para tirarse por el suelo. La mayoría de las compras se las dividen la señora y el señor porque en estas fechas ellos no escapan al 31% de mujeres y al 47% de hombres que considera estresante la obligación de comprar en estas fechas.

Lo que decía, que la señora no escapa del chantaje emocional de su familia para Nochebuena y de su marido para Año Viejo. Porque él también lleva a su familia para la entrada, aunque sólo son dos y su madre, que ahí está lo malo, porque ella sola vale por diez, de lo pesada que se pone. Qué ocasión perdida para la humanidad aquel año en el que se atragantó con la novena uva. Estuvimos a punto de pasar todos a mejor vida.

Por si fuera poco, está el lío de cuándo se dejan los regalos, de cuál es la fecha indicada. Algunos hermanos de la señora, los que tienen hijos creyentes en todo, prefieren un poco de esto y otro tanto de aquello. Los más tradicionales apuestan por los Reyes, y en eso también somos un digno reflejo del 66% de los españoles que pone regalos en las dos fechas. El caso es que alguna chorrada cae en Nochebuena, con la típica escena del cuñado voluntarioso que monta el scalextric que ha pedido alguno y que al comprobar el botín ni lo mira y se entretiene más jugando con el envoltorio. Es entonces cuando tenemos que llamar a los vecinos, que son dos gays con mucha marcha y que irrumpen en la casa con canciones de Abba en vez de villancicos, para que se disfracen y repartan el saco. No es muy navideño, pero Mamma mia! también lleva, en ese soniquete pegadizo que tiene, algunos aires de Laponia transportados en trineo, ¿o no? A mí me parecen canciones con vocación de villancicos para matrimonios mixtos.

Las discusiones empiezan siempre por ahí: ¿Papá Noel o Reyes Magos? Este año acabarán a grito pelado entre los hermanos carcas y los progres antes de desembocar en el choteo de terrícolas contra galácticos a ver cuál de los dos va a ganar la Liga. En Nochevieja, la misma canción, con la excepción cultural de la madre del señor, que otra vez le echará en cara a la señora, cuando alguno de los niños la mande al cuerno, que ese carácter que tienen es culpa de ella por haberles dejado casi bebés en la guardería para irse a trabajar. Aunque esa noche es más muermo, porque a las doce y cinco los chicos salen de casa como el rayo en busca de sus respectivos novios, y los señores se quedan con un palmo de narices atiborrándose de cava -unos 50 millones de botellas se compran en Navidad- y añorando los días en que los niños hacían un baile, o contaban chistes espantosos de Jaimito, o se peleaban porque les vencía el cansancio y se quedaban dormidos en el suelo derrotados por la emoción de ser la única noche del año en la que podían trasnochar.

Navidad en la Gran Vía.
Navidad en la Gran Vía.ÓSCAR CARRIQUÍ Y MILI SÁNCHEZ.

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