Kafka y los artistas del hambre
¡Cómo avanza el mundo de la restauración! Hasta ahora, sólo sufríamos restaurantes de fusión, restaurantes de comida baja en calorías, restaurantes especiales para niños o restaurantes para dueños de gatos que desean compartir la comida con sus mascotas. Esta semana, nos llega lo último desde Alemania. Lo leo en la sección de gastronomía del diario ABC. En Berlín, se acaba de inaugurar un restaurante para anoréxicos. No es humor negro, han leído bien, se trata de un restaurante para enfermos de anorexia. La filosofía del lugar, que se llama Senhnshucht (esperanza), consiste en lo siguiente: el menú está preparado "por una cocinera que no come, servido por camareras que no comen y destinado a jóvenes que no quieren comer, todo supervisado por una chica que salió hace poco de lo mismo". Resulta que la dueña del restaurante, Katja Eichbaum, ha sido anoréxica durante 15 años, pero, por lo que veo, aún padece secuelas. De no ser así, pondría un restaurante normal, en el que la cocinera, el camarero y los comensales comieran como todo el mundo. Es como montar un bar con camareros ex alcohólicos o una charcutería de productos del cerdo dirigida a la clientela musulmana.
En Berlín se ha abierto un restaurante para anoréxicos, con personal que ha sufrido esta enfermedad
El caso es que la gran Katja explica que sus clientes anoréxicos, al ver a los demás tratando de comer, no podrán resistirse a comer también. Hombre. Si así fuese, curar la enfermedad sería muy fácil. Leo también que su idea es "redescubrir al enfermo el placer, no de llenarse, sino de saborear". La cosa, pues, consiste en aceptar que los anoréxicos, a pesar de que están enfermos y, por tanto, no comen (lo que en algunos casos les provoca la muerte), también tienen derecho a ir a los restaurantes. Otra cosa es que a ellos les guste hacerlo. Yo creo que no, igual que un indigente no arde en deseos de asistir a un congreso de skin heads. Pero, si Katja ha montado el negocio, lo más probable es que haya hecho un estudio de mercado. Le deseo de todo corazón que tenga llena la libreta de reservas.
Por mi parte, si alguna vez visito Berlín no pienso poner los pies en el local, pero me imagino sus características. Digo yo que para una clienta anoréxica supondrá una gran alegría saber que su plato de acelgas con un valor energético de 12 calorías ha sido preparado con todo el asco del mundo por una cocinera anoréxica que, con sólo olerlo, ya habrá sentido náuseas. También le reconfortará mucho que el camarero, anoréxico como ella, al traerle el plato no pueda disimular las arcadas. De este modo le será más fácil tratar de deglutirlo con repulsión. Las servilletas serán grandes, para que pueda escupir allí la comida. Y los turnos de comedor serán largos. Todos sabemos lo que tarda una anoréxica en engullir un bocado. En todo el recinto se permitirá fumar (los pitillos quitan el hambre) y tal vez el único inconveniente sea que los lavabos siempre estarán ocupados. Por eso, en ellos, un vigilante de seguridad controlará que las clientas no vayan a vomitar. Seguro que Katja ha previsto también poner una máquina de abdominales en algún rinconcito para clientes ansiosos por quemar las pocas calorías consumidas. Y estos clientes, al pagar, dirán con una sonrisa: "Gracias, estaba todo nauseabundo. El segundo plato ni lo he probado".
Lo único que me preocupa es que, espoleada por el éxito, Katja abra una sucursal del Senhnshucht en Cataluña. Sería una catástrofe. A nosotros un restaurante como el suyo no nos impresiona, porque ya conocemos el estilo. Lo de "redescubrir al enfermo el placer, no de llenarse, sino de saborear" nos suena. Nosotros ya hace tiempo que disfrutamos de El Bulli.
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