Delitos y culpas
Un modesto producto de género rodado en 1988, Muñeco diabólico, fue el origen de una ya larga serie de títulos que tiene en La semilla de Chucky su quinta entrega, esta vez dirigida por el propio creador, Don Mancini. Y a una serie lo que se le pide es siempre lo mismo: que innove lo estrictamente necesario para que el respetable no se aburra, pero sin cambiar las constantes del, o los, personajes que han ayudado a cimentar su éxito.
A estas alturas nadie va a descubrir nada nuevo del carnicero Chucky y su no menos airada novia, Tiffany, de manera que de lo que aquí se trata es de agregar algún gancho cómico y nuevos excesos para que continúe la máquina recaudadora a todo vapor. Y hay que convenir que, más allá de las obviedades (que la serie destila violencia gratuita y conservadurismo machista a raudales, etcétera), lo que aquí se inventan para hacer soltar la sonrisa del respetable es más original que en otras entregas: una colección de maldades sobre Hollywood y su gente, incluida la más bien rellenita protagonista, Jennifer Tilly.
LA SEMILLA DE CHUCKY
Dirección: Don Mancini. Intérpretes: Jennifer Tilly, Billy Boyd, Brad Dourif, Hannah Spearritt, John Waters. Género: terror, EE UU, 2004. Duración: 86 minutos.
Así, bromas sobre la tirria que le tiene la Tilly a Julia Roberts, apariciones más o menos estelares de actores venidos a menos (además de Tilly, Brad Dourif) obligados por el guión a reírse de su propia imagen, o la presencia divertida, de John Waters como un paparazzi siempre a la caza de la foto exclusiva, aportan al asunto algo (poco) más que sangre, hígados al aire y efusiones hemoglobínicas.
Babelia
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