Prueba de amor
Historia de Carmen y Miguel, una pareja de toxicómanos que durante el ensayo recibió tratamientos distintos
El ensayo andaluz de prescripción de heroína casi acaba con su relación. Tras años durmiendo juntos en la calle y después de venderlo todo para comprar la droga, un simple sorteo separó los destinos de la pareja formada por Carmen y Miguel, dos de los 62 adictos participantes en el programa. La suerte quiso que ella, que trapicheó durante siete años para conseguir 72 euros y tres dosis diarias, ganara la lotería de recibirlas en el hospital. El suelo se abrió a los pies de Miguel cuando le comunicaron que sólo recibiría metadona, la sustancia que, en 23 años de adicción, sólo le salvó de algunos monos. En la caída, sin quererlo, casi se lleva a su compañera.
La buhardilla que ambos ocupan a pocos metros del hospital se convirtió en laboratorio doméstico del ensayo. Sus lucernas alumbraron nueve meses de disputas que casi acaban con la pareja y la salud de Carmen que, gracias a la dispensación médica de heroína, consiguió ganar kilos y mejorar su aspecto físico. "Fueron meses horrorosos", afirma esta mujer a la que el ensayo ha borrado del rostro el estigma del yonqui. "Yo estaba mucho mejor, pero no podía hablarle porque le cambió el carácter. Estaba violento y cada vez que salía a pillar, tenía miedo de que le pasara algo".
"Era una situación injusta", recuerda Miguel. "Yo lo pasaba fatal sabiendo que cada día le daban heroína, pero también porque ella veía lo mal que yo estaba", dice el toxicómano al que, durante esa época, le recetaron psicofármacos. "Me parecía absurdo tomar la metadona para ponerme después a buscar con qué meterme. Pensaba que era evidente que no era la solución y trataba de demostrarlo en el hospital", dice. "No soportaba contestar a las preguntas que te hacen para dártela, como si había dormido bien o cuánto me había puesto el día anterior. Estuve a punto de abandonar".
A Carmen le pedía que le abandonara. "No comprendía cómo podía seguir conmigo en ese estado", prosigue Miguel. Pero ella, en vez de hacerlo, bajó de nuevo al submundo del que su compañero no conseguía salir. "Durante todo ese tiempo seguí metiéndome", recuerda Carmen. "No podía dejar de hacerlo porque se inyectaba a diario y era una tentación; en vez de pincharme, me la tomaba fumada".
El peligro de recaída para ella terminó en septiembre, cuando Miguel completó los nueve meses de ensayo y pasó a recibir heroína con control médico. Ambos siguen pinchándose gracias al tratamiento compasivo y desde entonces, Miguel ha engordado 12 kilos y tiene voluntad para medicarse contra el sida. "Antes veía un vaso de agua y sacaba la chuta, pero ahora lo utilizo para tomarme las pastillas", dice. "Lo hago porque me preocupa mi vida, pero también la estabilidad de Carmen". "Hemos hecho locuras, pero yo no me he contagiado", prosigue ella. "Ahora no volveríamos a hacer el amor sin preservativo".
Pero la satisfacción de haber cubierto su necesidad principal no ha acabado con sus problemas. Buscar una fuente estable de ingresos es ahora su preocupación. Para ello, aseguran, deberían flexibilizarse las condiciones en que se inyectan. "Ningún empresario va a querer contratarme si a las nueve y a las tres tengo que ir al hospital", dice Miguel, que cree que el tratamiento debería dispensarse en farmacias y centros de salud.
Mientras, disfrutan de las posibilidades de esta segunda oportunidad. "Quién me iba a decir que me preocuparía por pagar una casa cuando durante años hemos vivido bajo cartones. Verla limpia y ordenada hace que me sienta viva", dice Carmen, que achaca esa sensación a la falta de ansiedad por conseguir la heroína. Para Miguel, el placer está en sufrir las mismas complicaciones de todo el mundo. "Cuando me levantaba el problema era tener 40 euros para poder comprar la droga. Ahora es tenerlos para pagar la luz", dice con la factura en la mano.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.