Un mundo menos seguro
El informe presentado por Kofi Annan a la Asamblea General de Naciones Unidas, Un mundo más seguro: nuestra responsabilidad compartida, es un delicado encaje de bolillos en el que las visiones más diversas de la política global intentan encontrar un equilibrio. El grupo de sabios que ha redactado el informe, compuesto por personalidades de todos los horizontes geográficos, confiesa en su carta de presentación que sus miembros no estuvieron de acuerdo sobre algunas cuestiones cruciales. Si el informe constituye el punto de partida para un debate sobre la reforma de Naciones Unidas, los augurios no son buenos. En efecto, los grandes pactos para la convivencia global, la Sociedad de Naciones y la Carta de Naciones Unidas -con sus luces y sombras- se fraguaron tras sendas guerras mundiales, motivados por el sentido de urgencia tras esas conflagraciones. Cuando en otoño de 2005 se celebre el 60º aniversario de la Carta, no existirá la misma urgencia, por lo que parece muy difícil que se llegue a un acuerdo para reformar las instituciones globales, a pesar de su imperiosa necesidad. El orden global, como los metales, sólo admite ser moldeado cuando está al rojo vivo.
El reciente informe contiene al menos tres aspectos interesantes: amplía la lista de amenazas más allá de la obsesión por el terrorismo y las armas de destrucción masiva; pone el acento sobre la prevención de crisis, conflictos y amenazas, y se pronuncia por la intervención colectiva con el fin de impedir catástrofes humanas y genocidios. Los dos primeros aspectos se corresponden con la visión europea de la seguridad, descrita en el documento de estrategia preparado por Javier Solana y aprobado por el Consejo Europeo en diciembre de 2003, el cual reconoce que la persistencia de conflictos regionales es un peligro equiparable al terrorismo, y que nunca es demasiado pronto para prevenir.
No obstante, el informe abre otras tantas cuestiones espinosas. En primer lugar, las afirmaciones sobre el uso de la fuerza por los Estados cuando no hay autorización del Consejo de Seguridad son de una ambigüedad preocupante. El informe dice que existe una costumbre internacional según la cual un Estado puede aplicar la legítima defensa en caso de ataque inminente, cosa que es muy discutible. Si cada uno puede atacar a quien cree que le va a atacar, el caos se instalaría en el mundo. La guerra de Irak ha demostrado a las claras lo equivocado de la percepción norteamericana, que veía en Irak y sus armas de destrucción masiva una amenaza inminente.
En segundo lugar, el informe introduce críticas a Naciones Unidas que no son del todo justas. La organización no ha funcionado de manera ideal, y eso todo el mundo lo sabe, pero cabe preguntarse si muchos de los defectos e impotencias de la ONU no tienen su origen en la falta de compromiso de los Estados miembros. Con la lectura del informe y de otras evaluaciones de Naciones Unidas, se tiene la impresión de que ésta fuera una entidad autónoma, que pudiera hacer y deshacer a su voluntad y que, por lo tanto, fuera responsable de falta de acción. Sin embargo, la ONU depende de los Estados, que toman decisiones en su interior, desde el punto de vista político, y también en el plano financiero. Ninguna de las 101 recomendaciones del informe hace referencia a la penuria de medios de la organización y a la falta de voluntad de los Estados para dotarla de unas capacidades adecuadas. A pesar de los casos de corrupción (que se producen también en otros contextos), la ONU y su personal llevan a cabo una tarea formidable en todo el mundo con un presupuesto muy reducido. Por dar una cifra, si se suman los 1.500 millones de dólares de su presupuesto anual y los 2.000 que cuestan las operaciones de mantenimiento de la paz, todo ello representa la mitad del presupuesto anual de defensa de Holanda.
Finalmente, el informe demuestra que la integración de las posiciones políticas sobre cuestiones globales es complicada. Deben resolverse muchos problemas al mismo tiempo y las prioridades son muy diferentes. En los mismos días de la publicación del informe, el presidente George W. Bush pedía a la organización una actuación más firme contra el terrorismo, mientras que el secretario general, Kofi Annan, recordaba que millones de personas siguen sufriendo esclavitud y son objeto de tráfico ilícito en muchas partes del mundo. El informe simplemente menciona la degradación del medio ambiente, mientras que para muchos observadores en Europa ésta es una de las amenazas principales sobre la que deberían tomarse medidas drásticas.
Avanzar hacia una gobernanza global a la altura de los problemas de hoy requiere un buen entendimiento entre la superpotencia mundial, que obviamente tiene que liderar ese proceso, y el resto del mundo. Sin embargo, desgraciadamente, esa sintonía no existe, a pesar de las palabras bienintencionadas de expertos y diplomáticos. En estas circunstancias, uno se pregunta si caminamos hacia un futuro más seguro y previsible o hacia una cacofonía de pequeños intereses individuales que pueden llevarnos hacia situaciones caóticas. Entonces sí, cuando muchos males sean ya irremediables, se caerá en la cuenta de que es preciso establecer un nuevo sistema global.
Martín Ortega Carcelén es investigador en el Instituto de Estudios de Seguridad de la Unión Europea.
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