¿Dónde estuvo la gracia del 11-M?

Jueves 11 de marzo, son las 7.33 de la mañana en la estación de Atocha cuando mi tren, con destino a Tres Cantos, cierra sus puertas. Quedan los andenes 1 y 2, que tengo a la vista, repletos de público esperando el tren que debe llegar en pocos minutos procedente de Alcalá de Henares.

Al llegar a Tres Cantos, las 8.10, recibo una llamada en el móvil; éste fue el diálogo con mi hija: "¿Papá, estás bien?". "Sí, ¿por qué?". "Ha habido una explosión en Atocha y dicen que hay víctimas". A continuación, llaman mi hijo y mi esposa, preocupados. Les tranquilizo.

Pienso en los andenes que he visto minutos antes y me entra un sudor frío a la vez que pienso: "Con la cantidad de gente que esperaba en los andenes, si es un atentado puede ser una masacre".

Son ya las 11.00, en el trabajo faltan tres compañeros. "¿Por qué hacen ese ruido tan raro los móviles cuando intentamos contactar con ellos?". Llega a la oficina uno de los que faltaban, bendito sea Dios, seguro que los otros no tardan en llegar.

Pasa la mañana, la tarde, la noche, de madrugada identifican a mi amigo y compañero Florencio en Ifema y nos lo comunican al llegar al trabajo el viernes. Abrazos con llanto incluido entre los que con él hemos compartido muchos años y le vimos el miércoles hablando del Real Madrid que jugaba esa noche. Pero la preocupación, el pesimismo ya aumenta, sigue faltando uno. No aparecerá hasta la noche del domingo y el lunes nos comunicarán que Mari Paz ha sido identificada. De nuevo tristeza, lágrimas, infinita pena.

Han transcurrido casi nueve meses y veo en televisión a los políticos discutiendo de la responsabilidad de los atentados y no puedo evitar un escalofrío semejante al que sentí aquella mañana cuando veo a los señores Acebes, Zaplana, Pujalte y alguno más que no identifico coreando con risas algunas de la declaraciones del señor Aznar ante la comisión de investigación del 11-M.

¿De verdad les pareció divertido algo de lo que ocurrió aquel día? ¡Qué pena.