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Columna
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El viaje

Manuel Rivas

La derecha española se ha ido a flashback. Los mayores están muy preocupados con la programación infantil, pero los menores están todavía más inquietos con la programación madura. Los niños no son nada infantiles. Pueden ser desordenados, pero les desasosiega mucho el desorden de los padres. Aman los sueños, pero temen la locura. Son caprichosos, pero les asusta la arbitrariedad en el mundo adulto. Les atraen los trabalenguas, en los que intuyen un sentido secreto, pero no soportan la imprecisión, la incoherencia ni la redundancia. Y todos hemos experimentado alguna vez hasta qué punto niñas y niños son rigurosos con los pesos y medidas. Unos auténticos fanáticos del sistema métrico decimal. La comparecencia de la comisión del 11-M ante el ex presidente Aznar les ha permitido resolver el enigma del peso de la paja: once horas. Hasta ahora, a los chavales, Aznar les resultaba cómico, más todavía con sus divertidos doblajes al inglés estilo Pixie y Dixie. Según mi experiencia, muchos niños simpatizaban con él porque lo veían como un presidente que "jugaba" a ser presidente. Lo hacía en serio, claro, y ahí estaba la gracia: disfrutaba en los aprietos y metiendo en vereda a los demás. Para los adultos, el proceso era inverso: ejercía una atracción temerosa, sobre todo en partidarios y subalternos, similar al efecto "luz de ojos" de Bela Lugosi en Drácula (1931). Pero lo ocurrido el lunes tendrá un efecto paradójico. No será el renacer del ave Fénix, como escribe hipnotizada Isabel San Sebastián, sino en todo caso el del gato Félix, como apunta el desliz infantil. En la sociedad del espectáculo, donde los críos se mueven con exigencia y naturalidad, el exceso de gasto, la sobre-exposición, la paja, se compensa con un olvido arqueológico, ese lugar donde Aznar pueda practicar con los clásicos, como el conde transilvano, el admirable don de mirar desde abajo por encima del hombro. Dejémoslo ahí. Porque creo que lo que más impactó al público infantil en esta semana caníbal fue el abandono del hogar por parte de los parlamentarios del Partido Popular. ¿Es que no hay nada entre la paz y la guerra?, pregunta uno, dándole una vuelta de tuerca a Cicerón. ¿Adónde van? ¿Qué hay detrás de esa puerta?

Un lugar llamado Flashback.

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