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Columna
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Errores

Enrique Gil Calvo

"Menos talante y más talento": ésta es la reprobadora exigencia de los panfletistas conservadores que empiezan a hacer suya muchos observadores imparciales. "Más talento" porque los continuos errores en que vienen cayendo los nuevos responsables socialistas no hacen más que acumularse, dificultando su ya de por sí complicada agenda política. Y "menos talante" porque hasta ahora la pregonada voluntad de diálogo, ofrecida por Rodríguez Zapatero en su investidura, no ha dado ningún resultado práctico. Por su exigua mayoría relativa, el Grupo Parlamentario Socialista está obligado a negociarlo todo con la minoría catalana, que esgrime su arbitral poder de veto. Pero además de esto, el ambicioso programa de reformas en que se ha embarcado este Gobierno necesita como requisito indispensable ser consensuado con el partido mayoritario de la oposición. Lo cual explica que Zapatero se comprometiese a buscar el consenso a diestro y siniestro.

Pero de momento, la capacidad demostrada al intentar consensuarlo todo no se ha visto saludada por el éxito. Antes al contrario, se están multiplicando los conflictos innecesarios, ya sea con la Iglesia o la magistratura, como por supuesto, con la oposición, a la que se logra provocar con cuestiones peregrinas, casi siempre relacionadas con la política exterior, que le ofrecen en bandeja una excelente excusa para la trifulca y la crispación. De modo que, por ahora, el famoso talante de consenso sólo brilla por su ausencia. Y lo peor vendrá después, cuando haya que consensuar los pactos de Estado imprescindibles para las reformas legislativas, estatutarias y constitucionales prometidas, que a este paso requerirán concesiones imposibles de asumir.

¿Por qué se están cometiendo errores tan garrafales y tan recurrentes? Algunos son producto de la simple incompetencia, y precisan dimisiones a tiempo para evitar destituciones forzadas, antes de que sea demasiado tarde. Otros parecen producto del vértigo de altura que se siente cuando se encarama uno a la cima del poder y se pierde de vista el sentido del realidad al mismo tiempo que el del ridículo. Me refiero, claro está, a esa increíble embriaguez estupefaciente que parece causarles a ministras y ministros el saberse bajo los focos de las cámaras de televisión o de Vogue. Pero al margen de estas vanidades irrisorias, la mayor parte de los errores parecen deberse a un fenómeno con abundantes precedentes previos que podríamos llamar el síndrome del fantasma de La Moncloa. Me refiero al vicio de atribuir todas las culpas a los errores cometidos por el anterior presidente.

Es el mismo síndrome que aquejó al señor Aznar durante su primera legislatura, cuando parecía obsesionado por perseguir al espectro de su antecesor, al que culpaba de todos los desastres habidos y por haber, a la vez que intentaba remedarle con morboso mimetismo para medirse con él demostrando su capacidad de superarle. Y lo mismo está sucediendo ahora, cuando el señor Zapatero, en lugar de dedicarse a cumplir su programa gobernando con prudencia y en silencio, se empeña en perseguir retrospectivamente a su antecesor para desandar el mismo camino que siguió aquél, rehaciendo al revés todos y cada uno de los pasos que había dado Aznar hacia Bush, hacia Irak, hacia Cuba, hacia Marruecos, hacia Venezuela, y así sucesivamente.

Dada la naturaleza del presidencialismo español, aquí nadie conquista el poder por sus propios méritos, sino que le toca en suerte sin merecerlo, cuando el antecesor lo pierde a causa de sus propios errores. La victoria de Zapatero sólo se debió al colapso de Aznar, igual que la de éste sólo se debió a la debacle de González, quien a su vez hubo de esperar al hundimiento de Suárez. Por eso, como la razón de su victoria arranca de los errores de Aznar, Zapatero sólo sabe gobernar de momento con el reiterado recuerdo de los errores de su antecesor como único argumento. Lo malo es que así pierde la iniciativa política en beneficio del señor Aznar, como se demostrará hoy cuando éste monopolice el protagonismo escénico en la comisión del 11-M.

José Luis Rodríguez Zapatero y Hugo Chávez.
José Luis Rodríguez Zapatero y Hugo Chávez.AP
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