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Columna
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¿Para qué?

El Parlamento andaluz ha adoptado un acuerdo que dice lo siguiente: "El Parlamento de Andalucía insta al Consejo de Gobierno para que a su vez inste al Gobierno central a: a) El reconocimiento y restitución de la dignidad y el honor del Padre de la patria andaluza. b) Estudiar las vías y posibilidades que puedan derivar en la anulación del proceso que, en 1940, condenó a Blas Infante, cuatro años después de su fusilamiento, en el marco de la Comisión Interministerial creada para el estudio de la situación de las víctimas de la guerra y del franquismo".

Creo que éste es uno de los casos en que lo pertinente es sustituir la pregunta de por qué por la de para qué. La discusión sobre el por qué no creo que lleve a nada nuevo: en el mismo Estatuto de Autonomía se da ya a la persona de Blas Infante el título para mí incomprensible de Padre de la patria andaluza, y a partir de ahí sólo cabe esperar un aluvión de retórica que, como en los casos de más recalcitrante empecinamiento ideológico, resiste impasible cualquier argumentación de carácter racional sobre, por ejemplo, la invención de la tradición. Llevamos oído y leído, rezado y cantado mucho en esa línea, y más vale no provocar un nuevo arrebato. Sin embargo, la pregunta de para qué esta resolución del Parlamento andaluz me parece necesaria.

Recordemos el hecho histórico, que no difiere tanto de algo que ocurre hacia el final de la película Senderos de gloria de Kubrick, cuando fusilan a un muerto y así la barbarie del asesinato se adorna con la estupidez y el orgullo más inútiles. Procesar a un muerto para obtener una condena con la que legalizar un asesinato cometido cuatro años antes es brutal y, además, puramente retórico. Por eso, aquel proceso ridículo e inicuo sólo se entiende desde el fetichismo legal y algo peor, el legalismo ético. Si actuaron así es porque creían tanto en las palabras de la ley como para pensar que estas pueden cambiar el sentido histórico y moral de hechos sobradamente conocidos y, lo que es más grave aún, exculparlos a ellos, hacerlos inocentes, como si lo legal y lo justo fuesen lo mismo.

Se habla de "reparación histórica", pero no la entiendo. No entiendo que se la identifique con modificar el pasado: ¿qué relato de la historia se va a hacer? Y tampoco entiendo el empeño en afirmar que la dignidad de las víctimas está bajo la tierra de las fosas comunes y que para hacerse cargo de ella hay que excavar hasta dar con una reliquia. Demasiado teológico, demasiado truculento, demasiado retórico. En el caso de Blas Infante, anular legalmente aquel proceso ¿no significa humillar de paso la legalidad democrática con la que venimos a medirlo? Hay que tener cuidado con los gestos que replican a otros gestos sin cambiar la fe que les da sentido. Y me parece peligroso andar hurgando en el pasado de esta manera: la historia se repara, no se rescribe, y la reparación se hace en el futuro, no en el pasado, que -¿tanto cuesta entenderlo?- no se puede cambiar. ¿Para qué, entonces? Se agita un nombre, se apela a la compasión. Y no sé si así se respeta realmente ese nombre, si así tiene más futuro la dignidad de los vivos.

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